Finalmente tratar de
capturar la experiencia es lo que hacemos. Si algo nos mueve a
escribir sobre un libro, un viaje o un amor no es sólo por "dotes" de
escritor, sino por alguna extraña necesidad de fijar algo en la
memoria, quizás ante la conciencia de su vulnerabilidad. Hasta el más fiel de los recuerdos, y
hasta el más profundo de los amores se vulnera con el tiempo,
cambia, se transfigura, lo perdemos: “ni el pasado es nuestro”.
Después de casi seis
meses que han pesado como años en mi recuerdo he decidido fijar
mi experiencia de Cuando besan las sombras,
un libro genialmente musical de Germán Espinosa. Comencé a leerlo
motivada por el escepticismo de que fuera el mejor escritor
colombiano del siglo XX –yo dudaba que hubiera alguien mejor que
García Márquez–. Sin duda, tras leer algunas de sus obras, he
encontrado que no sólo es uno de los mejores escritores de la
literatura hispánica, sino uno de los más reflexivos y
profundamente intelectuales –no vacuos y pedantes como el grueso de
nuestros grandes escritores–. El alcance de la construcción
espiritual –no sicológica ni narrativa ni intelectual– de los
personajes es inigualable con cualquier otro escritor que haya
conocido. Su problema: es un escritor de élite, no de masas. Una de
sus grandes obras, prueba de su gran inteligencia es La
tejedora de coronas, libro del
que hablaré en otra ocasión, cuando la experiencia deje de doler, o
haya sanado lo suficiente para no derramarse.
Parezco
decir que ya he sanado Cuando besan las sombras,
razón por la que comenzaré a escribir sobre mi experiencia, y no
tanto de la genialidad de Espinosa. Sin embargo no he sanado. Si
ahora escribo es porque las reflexiones sobre este libro me asaltan
cada día desde hace seis meses. Desde que ante el caribe colombiano
terminé este libro no he podido cerrar una herida que abrió
profunda en mi inteligencia. Porque Espinosa es un autor que hiere la
inteligencia, la psique
en su sentido primigenio: el alma. Cada mañana, cuando recobro la
conciencia, tras toda la dicha de la noche, me asalta nuevamente la
visión de la amante fantasma. Cierta punzada me invade y tengo que
contenerme, sonreír y buscar desesperadamente la alegría para
pararla. Solución propuesta por el mismo Espinosa: el gozo, el gozo.
La
experiencia, dice Sábato, es lo que transforma el recuerdo de la
misma experiencia. Desde hace seis meses he vivido, viajado y
navegado por lugares que jamás hubiera imaginado. He descubierto
mundos. He encontrado caminos. Me he asombrado con la luz de un
cuadro. Me he tranquilizado del temblor y de la angustia en los
brazos de mi bien amado. He leído y releído el origen de mi
angustia; como si se tratara de un deleite, tengo allí las imágenes
fijas de los escritos –la búsquedas por revivir algo que ya estaba
muerto, que nunca fue y que se derrama en vulgaridades que pretenden
ser eróticas– que han agudizado la intensión de Espinosa.
Pese
a que he podido leer, hablar y escuchar las “palabras”
–preservadas por otros– del mismo Espinosa, no dejo de intuir que
este escritor gustaba de esconder su inteligencia. El portento
intelectivo de este hombre sólo se revela conforme pasan las
páginas. Abruma su inteligencia, sorprende, asusta, avasalla. Estoy
segura de que nunca habló, quizás salvo con unos cuantos, de sus
reales intenciones al escribir, sobre el completo significado de su
obra. ¿Qué sentido tendría hacerlo? Sería dar una lectura
predispuesta. La vida es como la literatura: una constante sorpresa.
Así
como esas imágenes, fijas, inamovibles, tengo también mis
impresiones temblorosas de Cuando besan las sombras.
Todo lector atento sabe que la obsesión de Espinosa por el
espiritismo y la reencarnación se verá reflejada en la casona del
Escudo en Cartagena –de Indias, claro–, y que los fantasmas
acosarán a Marilyn y Fernando Ayer, joven pareja que decide
instalarse en ese viejo caserón por cierta inclinación intelectual.
Pero el asombro de Marilyn ante el descubrimiento del “beso de las
sombras”, su postración, su dolor y su profundo arrepentimiento no
parece haber sido advertidos. Es el momento en que toda una vida, una
ilusión y un mundo quedan escindidos, porque el “deseo” que se
profesan Fernando Ayer y la sombra superan toda fuerza natural o racional. No se
trata ya de amor, sino de algo más fuerte. Algo que supera hasta la
más tierna de las compañías y la vuelve despreciable. Y sólo la
inteligencia podría con ese besar de sombras. ¿Pero cómo la
inteligencia podrá superar la mitología? ¿Lo fundacional? El lazo
de Fernando Ayer es aún más fuerte con su fantasma que con Marilyn.
Fernando funda toda su obsesión en el supuesto de que “ella” –el
fantasma– lo está esperando desde el principio de su existencia,
desde el fundamento de su vida. Olvida el valor de la vida y de los
encuentros: “desde lo más profundo de los siglos todo está
tramado para encontrarnos” –idea que explorará Espinosa
hondamente en La tejedora de Coronas–.
Prefiere un ciclo, un tiempo circular al destino. La única forma de
traicionar el destino es quedarse en el tiempo mítico.
Ante
la sorpresa Marilyn sólo atina a sentir asco ante esa relación
entre Ayer y el fantasma. ¿Pero no resultaría absurdo su asco
puesto que un fantasma no es un rival real? Pareciera que sí, que
Marilyn no está esperando sino un pretexto para irse. Sin embargo
ese asco es lo que la obliga a huir, a escapar cómo sea, tras lo que
sea. Ese asco no es otra cosa que celos, rencor, tristeza y una
certeza plena de que lo que los une –un mito– es más fuerte que
cualquier amor construido de realidades. Marilyn jamás podrá
superar al fantasma. Jamás podrá significar más para Fernando.
Jamás podrá ser amada nuevamente. Con temblor se da cuenta de que
ni aún ella muerta logrará generar lo que ese romanticismo cargado
de egoísmo y de desprecio por la vida ha provocado en Fernando. Por
supuesto que Ayer no pretende abandonar a Marilyn, ni cambiarla por
un fantasma, pero no abandonará tampoco su ímpetu por rescatar esa
experiencia fantasmagórica –muerta, contraria al goce–.
Al
final todo termina en olvido. Fernando y Marilyn, ante la falta de
inteligencia para abandonar, dejar atrás y olvidar lo muerto pierden
no sólo el goce sino la vida. Pierden la memoria y sólo queda una
nota musical que no logra sino transmitir tristeza disfrazada de
belleza. Ni siquiera melancolía. La memoria no debería recuperarse
explorando al fantasma, intentando olvidarlo, abandonando la vida por
una fantasía. En otros textos Espinosa vuelve sobre la memoria y la
centra toda en el gozo inalcanzable, en la experiencia fraguada en
presente. Y la recuperación del pasado sólo puede ser lograda por
el recuerdo mismo.
El
enfermizo afán de Fernando Ayer por vivir en el pasado, por volver
de la depresión una forma de gozo, pensar que el erotismo con un
fantasma –casi necrofilia– puede revivir (“divertir”) un
momento, son una forma de negar la vida. La existencia. La
experiencia. El mito no logra fundar realidades, aunque las
realidades logran fundar un mito. El asco de Marilyn no es sino una
forma de la inteligencia ofuscada. Ante una revelación tan dolorosa
como el beso de las sombras –el cambio de lo vivo por lo
putrefacto– la inteligencia debe mover al abandono, al olvido, a la
retirada. Los fantasmas asaltarán siempre. En la soledad –en los
sueños– se puede incluso copular con ellos. Pero no parece leal
para Espinosa incluir al “bien amado” –o al que se dice amar–
en medio de esa nausea que se volverá en obsesión y al final en
abandono.
Pero
¿escribir sobre la experiencia no es lo que hacemos, entonces? Sí.
Pero parece haber una diferencia importante entre registrar la
memoria y traicionarla. Crear realidades forzadas con seres que nunca
existieron, y que si existieron no tienen nada que ver con el
fantasma que queda; traicionar, con esa búsqueda de realidades
disfrazadas de ficción, la experiencia, la vida y el amor
parece estulto. Lo abrumante para el autor, en voz de
Marilyn, no es la búsqueda por entender un pasado que acosa a la
pareja, ni descubrir su origen; es preferir el vínculo y la
fascinación por lo que ya no es ni será y nunca fue. No una utopía
ni una quimera. Un muerto.
Finalmente
ambos personajes, Marilyn y Fernando Ayer terminan huyendo tras sus
respectivos fantasmas, asumiendo que es mejor esa compañía que ya
no es, que ya no les pertenece. La vida se
les va en creer que amar no es solo una quimera. Y el olvido los
alcanza al haber traicionado el amor, la vida y el gozo.