martes, 19 de noviembre de 2013

Conjuros del recuerdo: Cuando besan las sombras de Germán Espinosa


Finalmente tratar de capturar la experiencia es lo que hacemos. Si algo nos mueve a escribir sobre un libro, un viaje o un amor no es sólo por "dotes" de escritor, sino por alguna extraña necesidad de fijar algo en la memoria, quizás ante la conciencia de su vulnerabilidad. Hasta el más fiel de los recuerdos, y hasta el más profundo de los amores se vulnera con el tiempo, cambia, se transfigura, lo perdemos: “ni el pasado es nuestro”.


Después de casi seis meses que han pesado como años en mi recuerdo he decidido fijar mi experiencia de Cuando besan las sombras, un libro genialmente musical de Germán Espinosa. Comencé a leerlo motivada por el escepticismo de que fuera el mejor escritor colombiano del siglo XX –yo dudaba que hubiera alguien mejor que García Márquez–. Sin duda, tras leer algunas de sus obras, he encontrado que no sólo es uno de los mejores escritores de la literatura hispánica, sino uno de los más reflexivos y profundamente intelectuales –no vacuos y pedantes como el grueso de nuestros grandes escritores–. El alcance de la construcción espiritual –no sicológica ni narrativa ni intelectual– de los personajes es inigualable con cualquier otro escritor que haya conocido. Su problema: es un escritor de élite, no de masas. Una de sus grandes obras, prueba de su gran inteligencia es La tejedora de coronas, libro del que hablaré en otra ocasión, cuando la experiencia deje de doler, o haya sanado lo suficiente para no derramarse.
Parezco decir que ya he sanado Cuando besan las sombras, razón por la que comenzaré a escribir sobre mi experiencia, y no tanto de la genialidad de Espinosa. Sin embargo no he sanado. Si ahora escribo es porque las reflexiones sobre este libro me asaltan cada día desde hace seis meses. Desde que ante el caribe colombiano terminé este libro no he podido cerrar una herida que abrió profunda en mi inteligencia. Porque Espinosa es un autor que hiere la inteligencia, la psique en su sentido primigenio: el alma. Cada mañana, cuando recobro la conciencia, tras toda la dicha de la noche, me asalta nuevamente la visión de la amante fantasma. Cierta punzada me invade y tengo que contenerme, sonreír y buscar desesperadamente la alegría para pararla. Solución propuesta por el mismo Espinosa: el gozo, el gozo.
La experiencia, dice Sábato, es lo que transforma el recuerdo de la misma experiencia. Desde hace seis meses he vivido, viajado y navegado por lugares que jamás hubiera imaginado. He descubierto mundos. He encontrado caminos. Me he asombrado con la luz de un cuadro. Me he tranquilizado del temblor y de la angustia en los brazos de mi bien amado. He leído y releído el origen de mi angustia; como si se tratara de un deleite, tengo allí las imágenes fijas de los escritos –la búsquedas por revivir algo que ya estaba muerto, que nunca fue y que se derrama en vulgaridades que pretenden ser eróticas– que han agudizado la intensión de Espinosa.
Pese a que he podido leer, hablar y escuchar las “palabras” –preservadas por otros– del mismo Espinosa, no dejo de intuir que este escritor gustaba de esconder su inteligencia. El portento intelectivo de este hombre sólo se revela conforme pasan las páginas. Abruma su inteligencia, sorprende, asusta, avasalla. Estoy segura de que nunca habló, quizás salvo con unos cuantos, de sus reales intenciones al escribir, sobre el completo significado de su obra. ¿Qué sentido tendría hacerlo? Sería dar una lectura predispuesta. La vida es como la literatura: una constante sorpresa.
Así como esas imágenes, fijas, inamovibles, tengo también mis impresiones temblorosas de Cuando besan las sombras. Todo lector atento sabe que la obsesión de Espinosa por el espiritismo y la reencarnación se verá reflejada en la casona del Escudo en Cartagena –de Indias, claro–, y que los fantasmas acosarán a Marilyn y Fernando Ayer, joven pareja que decide instalarse en ese viejo caserón por cierta inclinación intelectual. Pero el asombro de Marilyn ante el descubrimiento del “beso de las sombras”, su postración, su dolor y su profundo arrepentimiento no parece haber sido advertidos. Es el momento en que toda una vida, una ilusión y un mundo quedan escindidos, porque el “deseo” que se profesan Fernando Ayer y la sombra superan toda fuerza natural o racional. No se trata ya de amor, sino de algo más fuerte. Algo que supera hasta la más tierna de las compañías y la vuelve despreciable. Y sólo la inteligencia podría con ese besar de sombras. ¿Pero cómo la inteligencia podrá superar la mitología? ¿Lo fundacional? El lazo de Fernando Ayer es aún más fuerte con su fantasma que con Marilyn. Fernando funda toda su obsesión en el supuesto de que “ella” –el fantasma– lo está esperando desde el principio de su existencia, desde el fundamento de su vida. Olvida el valor de la vida y de los encuentros: “desde lo más profundo de los siglos todo está tramado para encontrarnos” –idea que explorará Espinosa hondamente en La tejedora de Coronas–. Prefiere un ciclo, un tiempo circular al destino. La única forma de traicionar el destino es quedarse en el tiempo mítico.
Ante la sorpresa Marilyn sólo atina a sentir asco ante esa relación entre Ayer y el fantasma. ¿Pero no resultaría absurdo su asco puesto que un fantasma no es un rival real? Pareciera que sí, que Marilyn no está esperando sino un pretexto para irse. Sin embargo ese asco es lo que la obliga a huir, a escapar cómo sea, tras lo que sea. Ese asco no es otra cosa que celos, rencor, tristeza y una certeza plena de que lo que los une –un mito– es más fuerte que cualquier amor construido de realidades. Marilyn jamás podrá superar al fantasma. Jamás podrá significar más para Fernando. Jamás podrá ser amada nuevamente. Con temblor se da cuenta de que ni aún ella muerta logrará generar lo que ese romanticismo cargado de egoísmo y de desprecio por la vida ha provocado en Fernando. Por supuesto que Ayer no pretende abandonar a Marilyn, ni cambiarla por un fantasma, pero no abandonará tampoco su ímpetu por rescatar esa experiencia fantasmagórica –muerta, contraria al goce–.
Al final todo termina en olvido. Fernando y Marilyn, ante la falta de inteligencia para abandonar, dejar atrás y olvidar lo muerto pierden no sólo el goce sino la vida. Pierden la memoria y sólo queda una nota musical que no logra sino transmitir tristeza disfrazada de belleza. Ni siquiera melancolía. La memoria no debería recuperarse explorando al fantasma, intentando olvidarlo, abandonando la vida por una fantasía. En otros textos Espinosa vuelve sobre la memoria y la centra toda en el gozo inalcanzable, en la experiencia fraguada en presente. Y la recuperación del pasado sólo puede ser lograda por el recuerdo mismo.
El enfermizo afán de Fernando Ayer por vivir en el pasado, por volver de la depresión una forma de gozo, pensar que el erotismo con un fantasma –casi necrofilia– puede revivir (“divertir”) un momento, son una forma de negar la vida. La existencia. La experiencia. El mito no logra fundar realidades, aunque las realidades logran fundar un mito. El asco de Marilyn no es sino una forma de la inteligencia ofuscada. Ante una revelación tan dolorosa como el beso de las sombras –el cambio de lo vivo por lo putrefacto– la inteligencia debe mover al abandono, al olvido, a la retirada. Los fantasmas asaltarán siempre. En la soledad –en los sueños– se puede incluso copular con ellos. Pero no parece leal para Espinosa incluir al “bien amado” –o al que se dice amar– en medio de esa nausea que se volverá en obsesión y al final en abandono.
Pero ¿escribir sobre la experiencia no es lo que hacemos, entonces? Sí. Pero parece haber una diferencia importante entre registrar la memoria y traicionarla. Crear realidades forzadas con seres que nunca existieron, y que si existieron no tienen nada que ver con el fantasma que queda; traicionar, con esa búsqueda de realidades disfrazadas de ficción, la experiencia, la vida y el amor parece estulto. Lo abrumante para el autor, en voz de Marilyn, no es la búsqueda por entender un pasado que acosa a la pareja, ni descubrir su origen; es preferir el vínculo y la fascinación por lo que ya no es ni será y nunca fue. No una utopía ni una quimera. Un muerto.
Finalmente ambos personajes, Marilyn y Fernando Ayer terminan huyendo tras sus respectivos fantasmas, asumiendo que es mejor esa compañía que ya no es, que ya no les pertenece. La vida se les va en creer que amar no es solo una quimera. Y el olvido los alcanza al haber traicionado el amor, la vida y el gozo.




miércoles, 16 de octubre de 2013

De la legitimación del machismo o “la putería”


Si partimos del entendido de que respetar la libertad que todo ser humano tiene de hacer con su cuerpo lo que quiera, no tendríamos que discutir si es aceptable o no hablar de “putas” (o “putos”, según sea el caso). Generalmente la adjetivación obedece más a una obsesión -legítima o no- de quien hace los juicios, mas no del “objeto” en sí. Es cierto que debería haber normas sociales que se apeguen a “la moral y las buenas costumbres”, sin embargo, tras las atrocidades cometidas por los ideales y las búsquedas utópicas, no deberíamos seguir concibiendo la realidad bajo un paradigma cerrado de conocimiento del mundo (epistemológico) ajeno a toda crítica o postura discursiva moderna. El lenguaje de la modernidad no puede sino relativizar todo, dice Charles Taylor en “El discurso de la modernidad” en Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad (2007). La puesta en duda de todo paradigma moral y dogmático es lo que crea el pensamiento moderno del que todos hacen alarde. ¿Quién o bajo qué precepto, entonces, se deberían de establecer los códigos de “las buenas costumbres"?
En nuestras sociedades hispanas, en particular, quedan fuertes resabios de un machismo que al parecer cuesta trabajo relativizar, analizar, aceptar y atacar. Quizás tendríamos que cambiar nuestro sistema epistemológico para hablar de problemas sexuales, pues mantener vivas estas consideraciones no hace sino legitimar distintas formas de machismos. A veces pareciera que no hay otro paradigma que nos permita pensar el mundo, pues las discusiones sobre el machismo, paradójicamente, terminan siendo machistas.
He escuchado las versiones de muchas mujeres, generalmente extranjeras, que alegan que el machismo de México (país) es el más terrible que han visto en su vida. Las mujeres mexicanas de provincia, en cambio, logran diferenciar algunos tipos de machismos, sin dejar de considerar que el que hay en México (ciudad) es el más evidente y “vulgar”. Las defeñas simplemente han aprendido a afrontar ese machismo y ya no reparan tanto en él. Lo curioso de muchas de estas “relativizaciones” sobre este problema sexual y social es que no hacen sino legitimarlo. La crítica va en aceptar que hay “mejores machismos” que otros. “Es mejor el machismo colombiano. Prefiero que me pongan el cuerno pero me veré como reina todos los días”, “prefiero el machismo cubano, es más sabroso”, “prefiero el machismo argentino, son unos flojos buenos para nada, pero son argentinos”, “es preferible que sean duros contigo, pero lo bailado español nadie te lo quita”, “yo prefiero que me digan mami, ven. Qué rica. A el clásico ay, mamacita. Ninguna de estas excusas deja de ser un tanto estulta y carente de toda reflexión feminista, o simplemente crítica. En cada uno de estos comentarios la mujer se concibe a sí misma como objeto, como un “ente” que tiene que verse como “reina” para su “macho”, acepta que la agredan verbalmente pero con acento cubano y está dispuesta a lidiar con un holgazán o un grosero por status racial o cultural. Estos “machismos” son mejores en relación con el mexicano.
Es cierto que en la Ciudad de México, y más al norte o al sur del país, todas las mujeres hemos sufrido alguna suerte de violencia sexista. Y por lo general, este tipo de violencia es “culpa de las mujeres”. Al pasar frente a una construcción, o cerca de un paradero de camiones, o de cualquier lugar “de domino de hombres”, si una mujer es agredida verbalmente es por su culpa; por la ropa que trae, por cómo camina, por salir bonita o simplemente por pasar por esa calle y no rodear cuatro cuadras para evitar a los hombres. En lo que he podido observar y experimentar no hace falta ser bonita, usar ropa atractiva, ser sensual, coqueta o sonriente, basta con ser mujer. Los hombres culturalmente están predispuestos a considerarla un objeto o un ser que merece, por derecho legítimo, ser humillado, violentado, vejado o anulado. Ante esta actitud resulta obvio que las mujeres del DF sean “feas”. No porque en realidad lo sean, se ha anulado la sensualidad, la naturalidad y la libertad. Si a alguna se le llegara a ocurrir andar atractiva sin compañía masculina, los hombres -avalados por muchas mujeres-, como si fuera su derecho, o es más, su deber, deben de atacarla con chiflidos, piropos sumamente agresivos, miradas acosadoras y hasta agresiones físicas (nalgadas, pellizcos, violaciones, lo de siempre). Son consideradas, en pocas palabras, “putas”.



En muchos estados de México si una mujer es violada es por “puta”, ella es la causante, directa o indirectamente de la agresión, mientras que el agresor es casi la víctima de una seducción, atracción, instinto, hombría, ambrosía-hembrosía, o cualquier otro término que sirva como argumento para seguir considerando a la mujer como algo sobre lo que se puede decidir, y legitimar así el machismo y el derecho a humillar.
Por otra parte, es aceptado que una mujer sea felicitada por su belleza y eso parece estar bien, no afecta nadie y es tan alabante como la felicitación por ser inteligente. Es aceptado, también, que una mujer sea detenida en la calle para recibir un cumplido, un beso en la mano o una flor. Es cierto que es una forma de cortejar. Pero el acoso no es lo mismo que el cortejo, aunque en una sociedad machista se confunda. Me parece que la franja es muy obvia y la sociedad la tiene clara. En lo dicho se demuestra la intención: no es lo mismo que un desconocido se acerque a una chica y le diga (y siempre es el mismo discurso) “Disculpe, señorita, con todo respeto, es usted muy guapa. Me gustaría invitarle un café”, al acercamiento agresivo para decir “estás que te cojo, mamacita”. A todas luces el segundo acercamiento es una amenaza de violación. Es una forma de intimidación para anular, humillar y vejar. Lo mismo sucede con las miradas. No es siquiera una mirada de deseo la que lanzan muchos hombres hacia las mujeres solas, guapas o no. Es una mirada de amenaza, de acoso. No es siquiera la mirada “libidinosa” que tanto han descrito muchos grupos feministas. Es una amenaza, algo que violenta. Al final no tiene sino el mismo fin: intimidar y anular. Particularmente en el metro de la Ciudad de México se concentra el acoso, a tal grado que ante la imposibilidad de educar y concientizar se tuvo que dividir el metro en vagones de mujeres y de hombres, y poner vallas custodiadas por policías. Así se demuestra que la mujer es menos que un objeto, es un ser despreciable que de alguna manera tiene que ser anulado, cuestión indiscutible para una sociedad constituida en el machismo.
Lo curioso es que las mujeres tampoco parecen dispuestas a reclamar la igualdad y el respeto. Aceptan que al metro no hay que ir mostrando las piernas, no hay que ir escotadas ni arregladas. Todas están dispuestas a anularse y a abandonar su naturalidad porque “en el metro así es y hasta las que no lo habían vivido lo han notado”. Bajar la mirada, aceptar que las cosas son así y renunciar a la libertad es lo mismo que aceptar que los machos tienen derecho a decidir sobre nosotras.
Para muchas mujeres la forma de recuperar la naturalidad y la sensualidad es protegiéndose en sus parejas. Una dinámica que no deja de llamar mi atención es que los hombres abracen a las mujeres por la cintura para marcar territorio ante los demás, dando a entender que “ella ya tiene dueño” o, en su defecto, que tiene quien la proteja. Esto no como un juego o código entre la pareja, sino ante la amenaza de otros machos. Así la necesidad de un hombre, o de alguien que funja su papel, se vuelve obvia; y legitima, nuevamente, el acoso y el machismo, pues la mujer acosada, por sí misma, es incapaz de defenderse por sí misma.
Otra de las peculiaridades del machismo es considerar que “solo pasa en el metro y entre las clases sociales bajas”. Lo más grave es que la legitimación no se da sólo en la dinámica que establecen hombres y mujeres en situaciones de acoso, sino también en las consideraciones de la clase media intelectual. En lo particular, a mí me resulta escandaloso que una persona con estudios de posgrado, que defiende los derechos de los animales y el derecho a la libertad y a la diversidad sexual considere que el acto que llevó a una mujer a aceptar el acoso no es sino “putería”.
Ya mucho se ha discutido sobre el término “puta”. Generalmente se usa para designar a las mujeres que utilizan su cuerpo para conseguir algo. Esta consideración demuestra la incapacidad de la “clase intelectual” para poder mantener un discurso moderno y crítico, para poder aceptar otro sistema de conocimiento, otro paradigma epistemológico. En realidad a esta actitud se le debería llamar simplemente mediocridad. La conductora del video viral de las redes sociales que fue desnudada, manoseada, filmada y humillada, todo bajo su consentimiento, en internet por los integrantes de un grupo de música de banda y por el director de cámara no puede ser tildada tan superficialmente de “puta”; se trató en parte de acoso sexual, desconocimiento, pobreza, presión laboral, pero sobre todo de machismo. Tanto por la parte de la chica como de los hombres. El análisis en su defensa que acompaña el video y que se enfoca en el acoso laboral es muy claro: si bien no fue obligada, sí se vio acosada ante la insistencia de su jefe. Aceptó ser acosada, como la mayoría de las mujeres en el metro.
Volviendo a “la clase intelectual” defensora de la diversidad sexual, de los animales, de la izquierda revolucionaria y la educación libre y gratuita, me resulta muy incómodo que este sector social que tiene la obligación de pensar, criticar y reflexionar sobre los males sociales (ya que, se supone, cuanta con las herramientas para hacerlo) considere que no se trató de acoso, sino de simple y llana “putería”, que “la vieja se lo merecía por creerse que estaba bien buena”.



Estos comentarios no hacen sino legitimar el machismo. Los integrantes de la banda son simplemente “vulgares” y unos “calientes”. Ella, en cambio, es una “puta”. No se hace una crítica a la sociedad machista, no se critica su actitud mediocre de “encuerarse” para evitar ser despedida, no se le reclama su falta de arrojo para enfrentar a 17 hombres que estuvieron dispuestos a humillarla, y en cambio, aceptó la anulación. No se acepta que ella tiene la libertad de hacer con su cuerpo lo que quisiera bajo la conciencia de que es por su propio placer y no como medio para escalar dentro de las normas patriarcales. Tanto los integrantes de la banda, como el director de cámara y los “intelectuales” están aceptando que si lo hizo fue por “puta”; no por tonta, mediocre, ingenua, etc. Estos intelectuales, que se ufanan de ser cosmopolitas, acusan a las clases iletradas de reproducir modelos de comportamiento machistas, misóginos e, incluso, provincianos, son los que legitiman ante un discurso culto y hegemónico el machismo y el orden patriarcal. Es más que claro porqué es más fácil dividir a hombres de mujeres que educar bajo una conciencia cívica de respeto e igualdad. Ni aun la clase letrada y educada está dispuesta afrontar problemas tan profundos como la configuración machista. En su “lucha feisbuquera” solo legitima, por la ausencia de crítica, discursos y actitudes denigrantes.


miércoles, 22 de mayo de 2013

martes, 21 de mayo de 2013

Odiemos a los nacos: el Facebook

Hasta el momento sólo me he encontrado con un grave problema social exacerbado en la población del CONALEP o centros educativos a fines. Sin embargo, me parece aún más grave la actitud clasista, sexista y racista en el Facebook.  Tras un par de meses de ausencia en esta red social había olvidado el experimento –y termómetro– social que puede significar. Ahora me encuentro posts con la leyenda "ola ke ases" por todas partes. Estuve a punto de preguntar a qué hacía alusión esa frase, hasta que descubrí sin mucho esfuerzo, sólo esperando dos minutos más en la entrada del Facebook, que se trata de una campaña para  burlarse, agredir y denigrar a los "chakas" o nuevos nacos. 
Leía en alguna de las reflexiones, por demás sumamente ofensivas, que, al ser "naco" un término muy ambiguo, había que referirse a "el mal gusto" con el concepto "chaka". Concepto por demás muy interesante, pues si bien es cierto que lo naco ya se ha convertido en un adjetivo para referirse a "actitudes fuera de lugar", lo "chaka" encarna todo aquello que pretende ser una parodia de "la gente bien", del modelo extranjerizante, de las fiestas que se supondría que son de "fresas". 
Además, lo chaka ya no es la niña de 12 años que se embaraza, no es el niño de 10 años que se acomoda el cabello con cuatro kilos de gel y se decolora las puntas con agua oxigenada. Lo chaka también implica la pobreza, la falta de educación, la marginación y el rechazo de la sociedad ¿fresa? Hay implícito un discurso machista, sexista y racista. El chaka no es sólo el que perrea, maneja un microbus y esucha reggeaton, también es la niña o el niño que va al CONALEP porque seguro vive en un municipio que en carro queda a 40 minutos del la ciudad o pueblo principal. También es el moreno, el de rasgos andiados, el que no tiene coche y tiene que andar en bicicleta. Pero más que el chaka está la "chakita" o bien, la puta. 
La chaka no es sólo la niña de mal gusto que, sin otro horizonte o expectativa, termina orgullosamente trabajando en un Oxxo, yendo a CU a tomarse fotos frente a rectoría "pal feis"; la chaka está representada por la estudiante del CONALEP, a la cual agreden en Facebook llamándola "oficialmente puta, ya puede trabajar en la Merced, tiene su certificado nacolep". 
Tengo entendido que todo comenzó como una campaña contra "la mala ortografía", como una actitud de evitar el "deterioro del lenguaje, de nuestra hermosa lengua castellana", así el "bullying" contra los chakas, tan característicos por escribir "ola ke ases shijon la party de llesturdey", fue una defensa idiomática que ha permitido la incorporación de un discurso sumamente agresivo.
Hay páginas dedicadas a los chakas, sobre todo en Facebook, en las que sorprende la dedicación obsesiva por mantenerlas actualizadas. Cada día cuelgan fotos nuevas de algo chaka. Tanta dedicación, tantos comentarios, tantos likes y, sobre todo, tanto desprecio por este grupo me hace pensar que esto está cerca de convertirse en una agresión "real" de alguna de las dos partes. Hay algunas fotografías en estas páginas que incluso deberían ser objeto de alguna denuncia legal, pues exponen a las niñas de 12 a 16 años desnudas con algún adulto. Para mí se trata de un abuso de una condición social lamentable que debería ser analizada, y no burlada. 
Otra característica de los chakas es que no estudian en la UNAM –dicho sea de paso, universidad del populacho, de los nacos, según el discurso de muchos otros que creen que por estudiar en escuelas más "cerradas" ya pueden denigrar a todo aquel moreno con pinta de delincuente que "habla alemán"–; los chakas estudian en cualquier otro lugar... si es que estudian. 
Tras ver brevemente las "actitudes chakas" tan criticadas y atacadas en estas páginas he llegado a la conclusión de que en realidad se trata de tendencias que, más que estar fuera de lugar, están tratando de incorporarse a la cultura de masas. La ropa, los cortes de pelo, los zapatos, etc. son muestra de que las niñas  quieren parecerse a las actrices de televisa, y los niños a algún jugador excéntrico. "Sex and the city" es parodiado en "seps ant dhe siry", y eso es lo que enoja. Así como el "maricón" o la loca enojan por parodiar a la mujer. ¿Se trata de una parodia denigrante o simplemente de una aspiración?
Todos odian a los "wannabe". En Buenos Aires las odiadas eran las bolivianas que, sin tener cuerpo de blanca, querían parecerse a las porteñas. Siendo morenas se pintaban el cabello de rubio. Pero no general risa, no general compasión o lástima. Generan odio. Lo mismo los chakas. 
Si una actitud, una palabra o una tendencia se generaliza y logra entrar entre la "gente bien" deja de ser chaka: es cultura popular. Pero si sucede a la inversa se trata de algo que hay que odiar y despreciar.  Deja de ser wannabe porque ya es. Si un grupo de chakas gritaban en la perra brava "Goya, goya..." es naquísimo. Pero si ese mismo canto se entona fuera de un estadio por los estudiantes más fresas termina por ser in. ¿Acaso no la música de banda era de nacos y narcos hasta que la comenzaron a bailar en las fiestas de los "cultos"? 


El problema, si bien son un blanco fácil de las burlas, es que se ha exagerado el odio hasta considerar a todo chaka puto, y a toda chaka puta. Y tras revisar un poco más detenidamente el contenido de estas críticas "ola ke ases" ya no sólo se hacen burlas al mal gusto, sino que se traslada a considerar chaka a todo aquel de bajos recursos. Por decir algo: chaka es un niño que a todas luces está desnutrido, que no alcanza aún ni los 10 años y que muestra en una foto "pal feis" sus tenis nikes nuevos con suela color naranja. Los comentarios: "ese chmpanse [sic] come en un basurero y presume sus pinches tenis q [sic] son robados, pobre wey [sic]". Esa misma actitud por presumir los tenis la he visto en estudiantes de prestigiosos colegios y de universidades "selectivas y no del populacho", y también en estudiantes de posgrados. ¿Cuál es la diferencia?Quizás lo que los no chakas proponen con estas páginas es que la cosa se quede según su lugar: "cada chango a su mecate". 
El "feis" es entonces para los guapos, los adinerados y aquellos que, aunque pequen de nacos y de tener mal gusto, son gente bien. ¿La democratización termina por dañar la imagen y marcar las diferencias? Incluso, una característica de neonaco es "irle" a los Pumas y no estudiar en la UNAM. 
Sin más, sólo puedo concluir citando a Gómez Dávila: "cierta manera desdeñosa de hablar del pueblo denuncia al plebeyo disfrazado". 

Nicolás Gómez Dávila:
http://es.scribd.com/doc/22845972/Gomez-Davila-Nicolas-Escolios-a-un-texto-implicito-I

lunes, 6 de mayo de 2013

De mi encuentro con el Caribe

Cartagena. Al fin Cartagena de Indias. Lugar soñado desde mi más tierna infancia, desde los cuentos de piratas. Añorado sin saber que "ese lugar", entonces sin nombre ni ubicación, estaba en mi continente. Cartagena, donde nace la luz. Quizás, más que todo el asombro que me podían causar las murallas, los colores, la alegría, la música... la luz me llenaba del todo. Es una luminosidad inexplicable, contradictoria, como en un oximorón. Tanta luz anula las cosas, no es una luz nítida ni cristalina. Se podría decir que puede verse el color de la luz, tan extraño, tan oculto. La nitidez aparece en las cosas cercanas, como una revelación, pero no se puede adivinar el horizonte, no hay forma de saber "qué hay más allá", la luz lo envuelve y lo cubre todo. El pecho se incha, mejor dicho, se abre ante la belleza, se colma. "Es fácil olvidar y abandonarse ante tanta belleza".


La ciudad amurallada. Queda aún el vestigio de los ataques, de los intentos de conquista. Queda aún la prueba de que es una ciudad impenetrable. Se encuentra custodiados por los trazos de la inteligencia y la estrategia. Lo colorido de sus calles, la alegría de la gente, los cantos, los colores, toda la maravilla está por dentro y por fuera de sus murallas. Sin embargo, el calor sofoca, cansa, aletarga. Es necesario resguardarse de la luz, pues abruma, se transforma en revelaciones en el sueño. Las calles, pese a esa belleza y la felicidad que se respira estaban vacías. Las playas de Boca Grande, con ese mar frío, aún no reflejaban la vida del Caribe. Sin embargo, entrar al mar, bañarse en ese mar, es como bañarse en luz. 

El atardecer entonces. Apenas eran violáceas las luces, a veces verdes, a veces cobrizas y opacas. "Pensé que era más luminoso el atardecer", pero la luz jamás se apaga. La luz, pese a la noche, permanece. Entonces la vida, entonces las calles se llenan de bullicio, de música, de risas. Todo se puebla de mujeres y hombres alegres. Esa luz nocturna, tan extraña, que guarda Cartagena alegra y sana hasta la memoria más torturada. Entonces los arrojos, entonces las palabras francas, el erotismo al borde de la piel. Ese deseo está en el viento, el deseo de amar de querer de sentir es tan fuerte como la brisa. 

"Al fin Cartagena de Indias". 

La madrugada apenas se anuncia por los cantos de algunas aves y por la quietud de las calles. Apenas se presiente cuando la luz aparece con toda su fuerza, cuando todo se llena, nuevamente, de ese color inexplicable. La mañana aparece súbitamente. Hay que zarpar ya, el mar aún está tranquilo. Ese mar que se presenta tranquilo, adormecedor bajo un sol implacable ya apenas unos instantes de haber amanecido. Es un buen día para navegar. 



Primero la luz, navegar entre la luz. La ciudad comienza a perderse, se oculta no por la lejanía, sino por una cortina de luminosidad. Apenas se ven las murallas, apenas el castillo de San Felipe, apenas la grandeza de la ciudad amurallada. La bahía y la tranquilidad del mar quedan atrás. La violencia calmada del mar nos acompaña por todo el recorrido hasta las Islas del Rosario. 

Primero el mar azul, opaco, que se adivina en el fondo oscuro. Pero conforme entrábamos en mar abierto aparecía la claridad, primero azul, luego verde, hasta quedar el agua completamente cristalina. "Los corales golpearán el barco", sin embargo, la aparente cercanía del fondo era un efecto de la nitidez del mar. Las Islas. Todo se presenta como imágenes, como hallazgos que se presentan uno tras otro, tras otro, tras otro...

Al regresar de las Islas el mar anunciaba una tormenta. "¿Una tormenta con esta claridad?" Una tormenta que habría de violentarnos todo el regreso. Primero la emoción, la alegría, la confianza de que no se trataba propiamente de una tormenta. La luz lograba serenarme y mantenerme alegre. La violencia brutal de las olas golpeaba el barco. "¿Estás asustada?", me preguntó Sebas. Con trabajo moví la cabeza para negar, y pensé: "Preferiría estar asustada y no mareada". No pude ver en ningún momento cómo las olas golpeaban, cuándo subía el barco para caer violentamente. Mantenía los ojos cerrados para dejar que mi cuerpo, mi mente y mi sensibilidad se dejaran llevar por el movimiento. "No sé si la comida me afectó, si es el mareo, el mar o la luz -¡cuánta luz, cuánta luz!-, pero algo me hace ver colores tan vivos". Comenzaba a alucinar. Veía entonces colores brillantes, formas extrañas. Comenzaba a entrar en una suerte de sueño incontrolable. Las olas entraban por todas partes "Mi pasaporte se va a mojar y no me puedo mover". El agua golpeaba con fuerza. "¿Estás asustada?" Alcanzaba a escuchar a lo lejos. Apenas negaba con la cabeza. El chaleco salvavidas no me daba la seguridad que me daba encontrarme rodeada por sus brazos. En realidad me estaba quedando dormida en medio de la tormenta. 



"Ya vamos a entrar a la bahía" alcancé a escuchar. Abrí los ojos. Vi a un negro alto que con risa burlona nos dijo "Esto no es nada, eche, allí donde tú vas una ola sacó a un gringo del barco". Ya con completa conciencia no pude evitar responder a la sonrisa y a la burla, pensé "perfecto, si me saca una ola no importa, alcanzo a ver la orilla". Por fin entramos a la bahía. Entendí su importancia, entendí todo. Salimos a la proa del barco, a "secarnos", pero las olas y la lluvia aún golpeaban. No nos importó, podíamos ver Cartagena desde el mar. Me alegré al ver el embarcadero de los Pegasos. 

Tras lograr secarnos un poco salimos rumbo a Santa Marta. Dejamos atrás Cartagena. En el camino cruzamos una desembocadura del Río Margdalena, su magnitud apenas anuncia la inmensidad del río. Como niño que apenas descubre el mundo no podía dejar de hacer preguntas obvias que cariñosamente eran respondidas. Ya cruzando la ciénaga, o los dos mares, a lo lejos se adivinaba la Sierra Nevada, podía vislumbrarse de vez en vez según caían relámpagos. "Caminaremos por la sierra del Tayrona el fin de semana". 

Si la luz nace en Cartagena, el calor nace en Santa Marta. El sofocamiento, pese al aire acondicionado, a veces era insoportable. No había forma de "despertar" durante las horas más pesadas de calor. Pero el mar, "al fin un mar caliente", sorprendente, y sumamente salado. Ese mar que sería refugio y testigo de todo el erotismo que puede haber en el Caribe.



A un par de horas -creo- llegamos al Tayrona. La sierra costera más alta del mundo. Me emocionaba la idea de ver una sierra selvática junto al mar. El mar, ese mar lo esperaba con ansias. El camino parecía estar preparado para turistas perezosos. "Recorrer esto será fácil". Conforme avanzábamos el calor se volvía insoportable, el camino más abrupto, hasta quedar sólo un sendero que se adivinaba por abrirse entre la espesura de la selva. Al fin el mar, escuchaba el mar. La fuerza del romper de las olas me llenaba de esperanza, pero aún quedaban horas de camino. Cuando llegamos a la paya comprendí por qué pese a la lejanía podía escucharse el mar. El estruendo del mar era aterrador, sin embargo me sentí decepcionada: recorrer tanta selva en medio del calor para ser aplastada por una ola si apenas me atrevía a meterme. "Nunca había visto un mar tan violento".     

"Aún no llegamos". Sus palabras me devolvieron la esperanza. Volvimos a caminar, librando caminos de hormigas, animales extraños y cangrejos. 

-Qué feos son los cangrejos y qué desconfianza me dan. 
-Nunca has conocido a una persona Cáncer. 
-No, nunca.

El revoloteo de los recuerdo y del rencor, atizados por la espesura de la selva y el calor, se sosegaron al ver el mar. Otra vez el mar, un mar donde podría nadar. "Nunca había visto una arena tan gruesa, tan nueva". Continuamos hasta llegar a una bahía. "Yo no nadaré". Entré a nadar. Desde la orilla sentí la fuerza de ese mar, sin embargo, me dejé llevar. Nadé abandonada al capricho de las olas, sin alejarme mucho de la orilla, hasta que, sin saber cómo, me encontraba ya dentro, más adentro. La fuerza de mis brazos entonces no podía contra la fuerza implacable del mar. Ya sentía la debilidad, el desmayo por agotamiento. "La única forma de salir es dejarme llevar por una ola". Logré tocar la orilla, pero apenas puse las manos en la arena el mar me jaló de nuevo hacia sí. Grité, pero mi voz apenas era nada frente al estruendo de las olas. Tras unos minutos que parecían eternidades logré salir empujada por una ola. Cierto sentimiento de perversión por mi triunfo me invitó a volver a entrar al mar. Pero corrí hacia Sebastián. "Casi no salgo". Su distracción no le permitió ver mi lucha contra las olas, me causó gracia y pensé "cuánto drama por unas olas". 



Volvimos. Pensaba en el camino en la espesura de la selva, en que me gustaría subir hasta la ciudad perdida. "Esta sierra encierra los misterios del mundo". Había que caminar rápido. Sentía un cansancio insoportable en las piernas, sin embargo, salimos rápido de la selva, antes de que apareciera el "jeneque" -o algo así.

-¿Qué es eso?- Dije con cierto temor que pese a mi intento por ocultarlo fue evidente. 
- Camina antes de que salga.
-¿Cómo sabes que va a salir?- Insistí con temor, tratando de refugiarme en la incertidumbre.
- Porque ya han dejado de cantar los grillos. 

No quise insistir en saber lo que era y caminé deprisa. Como fuera, ya estaba por caer la noche. "Será un felino, un insecto, un roedor... México no tiene Caribe, definitivamente. ¿Cuánto faltará? ¿Qué es janeque o jeneque?".

- Vamos a la Guajira.
- Iremos a Taganga. La Guajira está muy lejos.

México parecía quedar muy atrás, muy lejos, guardado en algún rincón de mi memoria. Me encontraba inmersa en descubrimientos, en nuevas sensaciones, sentimientos y cercanías. Primero a la bahía de Santa Marta. "No hay bahía más perfecta, más hermosa". Ese mar tiene tanta luz, tanta vida. Es tan azul. Recorrimos entonces montañas casi desérticas, alturas que aparecían de manera abrupta. "Taganga, ¿qué significará?". A lo lejos logré ver la bahía verde-azul de Taganga, aún sobre los cerros áridos. Me sumergí en el mar que, pese a todo, parecía una laguna por la tranquilidad del agua. Mientras nadaba no pude evitar pensar que nadaba en verde, no en agua, sino en "verde... Verde que te quiero verde". A la lejanía todo tenía un color de jade. La emoción logró llenarme, llevarme a nadar placentera, feliz. A veces sola, a veces sujeta a él. Volvía a caer la noche, tuvimos que retirarnos. Antes de partir definitivamente nos detuvimos en lo alto, para ver la bahía. El agua ya comenzaba a tornarse dorada. "Verde-dorado". El cielo era ya violeta, "pero el violáceo es de las montañas". Partimos entonces, alcancé a regresar una mirada a la bahía. "Taganga, donde quise tus ojos del color del mar". 



"¿Iremos a la Guajira?"

Barranquilla nos aguardaba para revelarme otra suerte de encuentros. En la Cueva encontré, entre los amigos que recordarían y serían testigos de nuestro reconocimiento, el por qué me hacen felices las letras, -"valió la pena pelear por seguir en este camino"-por qué un compañero de viaje, de vuelo y de encuentros literarios es lo que me lleva a estar completa. Erick y Sarelys nos recordarían lo chusco, lo increíble y la magia que guarda nuestro encuentro de seis meses antes en Medellín. Los encuentros intelectuales lograron cerrar el recorrido por la costa de manera maravillosa. Al siguiente día regresaríamos a la fría Bogotá, con la alegría de la costa, del encuentro con el Caribe, y del descubrimiento intelectual.





domingo, 5 de mayo de 2013

Declaración de olvido

"La mujer que amé se ha convertido  en fantasma. Yo soy el lugar de sus  apariciones" 
                                                                            Juan José Arreola. "Cuento de horror".

Más terrible que cualquier cuento de horror es que el fantasma sea inventado, que no haya existido, que siempre estuviera muerto, que nunca hubiera tenido existencia: es que haya sido un "muerto" que en vida fue amado por otro y "yo soy el lugar de sus apariciones". Lo único que hay son vestigios, murallas derribadas, palacios destruidos y conservados a fuerza de nostalgias. Esos dejos de existencia, que ya no laten ni en agonía, se reconstruyen deformes, monstruosos e inexplicables en la memoria. Quizás hubiera sido mejor dejarlos en medio de la selva, dejar que el olvido los perdiera en la nada. Pero ya han sido descubiertos. Borrarlos, destruirlos, aniquilarlos, cuando ya explican un cauce, refleja el miedo a perderlo todo por un pasado irrecuperable. Al final no es más que pura mezquindad espiritual [tienes razón]. 

Pero, cual sobrevivientes "engañados" de una civilización destruida por debilidad, o debilitada, esos fantasmas regresan rencorosos y atacan con desprecio. Es un rencor vivo el que se refleja en sus ojos. Esa mirada de resentimiento llena de desconfianza, de miedo, de odio causa horror, cómo si encontrara en "nuestros" ojos un espejo. Los únicos sentimientos que despiertan son el desprecio, el asco, el deseo de que sea anulada hasta su última palabra. En el fondo ese resentimiento anhela destruir lo que sobre sus escombros se ha levantado. Quizás con los mismos cimientos. Quizás con las mismas piedras, pero jamás con las mismas manos. 

No hay tierra pura, no hay alma nueva. Todo está poblado de fantasmas. Cae la noche y desaparecen los ruidos, las voces, las risas o llantos y queda sólo un silencio en la conciencia. Las lecturas del día comienzan a fluir calladamente  hasta que todo es serenidad. Es el silencio el lugar de las apariciones. Es donde nacen los fantasmas. Primero como murmullo. Luego como sombra. Luego como presencia. Todo a fuerza de sugestión. El pasado, como lo "relata" en un verso José Emilio, que ahora no alcanzo a repetir, se convierte en un fantasma que nos alcanza desde un calmado lago de recuerdos. Más terribles son los fantasmas rodeados de superstición: pretenden, sin voluntad y sin fuerza, hacernos daño. 


Me he adentrado mucho en el "descubrimiento" y [des]conocimiento de ese pasado. Ahora lo veo en todas partes, en cada palabra, en cada gesto, en cada instante anterior a "nuestra era". A veces ese pasado parece alcanzarnos y contaminarlo todo, con un fétido olor a muerto. La tristeza entonces. La lectura de ese pasado tan lejano e inmóvil se transforma en la tontería de la interpretación. Un nombre, tan sólo ese nombre rodeado de construcciones poéticas que buscan eternizarlo, cual dios o religión, atormentan lo que se querría profano. El fantasma se transforma en base mitológica, y adquiere un poder fundacional que escapa a cualquier explicación "racional". Envuelve. Consume. Inmoviliza. Mata. 

Mientras escucho [tu] voz no hay riesgo de que aparezca. Se queda en su ciudad perdida. En los cimientos que se cimbran, pero que no [nos] rompen. En medio de las meditaciones solitarias cae la angustia en el pecho, pesada, hiriente. ¿He de acostumbrarme a vivir con un fantasma? A veces, en medio de la angustia que llega a causar ese "enredo", cuál brujería, parece necesario abandonarlo todo, dejarlo todo. Entonces la voz de Horacio: "quien muda de cielo no muda de ánimo". Quizás, aún fuera de su ciudad, trazada con el error arqueológico, estaría a salvo, pero ya [me] ha "tocado". Quizás lo que espera ese hechizo -que se gestó en una memoria forzada- es que todo muera. Que en un arranque de desesperación y miedo todo se destruya, se abandone, para fundar otras evocaciones, otras ciudades por rescatar del olvido; otro fantasma. 

Al final, [cólmame el alma y déjame el arrebato amoroso] para poder desaparecer esa sombra, para encontrarla como una roca, como un sorprendente, incognoscible y a veces bello pasado... 


miércoles, 1 de mayo de 2013

Crónica de una lectura

Encontré las más gratas formas de felicidad en el diálogo. Hablar con gente interesante, en compañía -y de la mano- de la más gratas de todas, ha sido de las experiencias más enriquecedoras de los últimos meses. Recuerdo entonces que fue hace ya años que me sentí así de feliz, cuando aún era "la niña", por ser la becaria de 22 años en medio de investigadores que ya rebasaban los 40. 
El díalogo en estos últimos meses ha sido una de las formas de mayor conocimiento y construcción de sentido, de reflexión y de discursos. El diálogo ha sido la forma, válgame la construcción, de rebasar el discurso, de superar el orden y, en el fondo, en últimos momentos, la superstición. El dialogo mantiene un flujo y nunca es el mismo, sólo corre, y aunque se regrese -como al río- nunca serán las mismas palabras, los mismos sentidos o las mismas búsquedas. Esa movilidad es la que logra curar el alma, quizás, permite dejar puro el amor. Pero en todo fluir se percibe algo de dañino, algo de violencia al abrir el cauce. Algo de temor por que algún día deje de fluir y quede el surco -como acueducto de civilización abandonada.

Hace un momento leía sobre la construcción de sentidos y de la superstición. Recordé a Octavio Paz, quien con mucho afán sofista atinó a decir, con pretexto de Nervo, "todo discurso, por muy fundado en la libertad que esté, termina por convertirse en una cárcel". La creación de sentido, sin ese flujo, sin la movilidad, sin la variación, sin el diálogo, termina por transformarse en dogma, en estanque, en musgo: siempre lo mismo. Termina por convertirse en un muerto. (La transformación epistémica de los modernistas tiene origen en esta inquietud, en la búsqueda por escapar a ese anquilosamiento, a la muerte de la cultura, de las letras, del sentido, de si mismos. Con el movimiento la muerte es risible, la muerte se mueve y puede dar vida).

Que el diálogo sea la construcción de conocimiento y sabiduría, la retórica es la puesta en práctica de esa sabiduría, y la filosofía la sistematización y desconstrucción de esa sabiduría -búsqueda de una genealogía del saber- permite pensar un orden del pensamiento, de la apropiación de mundo. La tontería de todos los que se han (hemos) acercado al discurso con el fin de encontrar lo que subyace a éste está en no comprender la inutilidad y el infierno al que se enfrentan, al encontrarse a caballo entre las tres formas y no comprender ninguna. Un diálogo tiene en sí mismo un sin fin de prácticas intelectuales, emotivas e intencionales que escapan de cualquier comprensión si no se cuenta con el respaldo de la práctica dialéctica implícita. La retórica y la filosofía quizás sean las formas más fáciles de comprender, por su sistematicidad, por su construcción lógica. Lo vivo es difícil de asir, lo preconstruido es puro artificio, y lo muerto, muerto está. La muerte o "lo muerto" no es más que una construcción del recuerdo, una sistematización de lo que alguna vez estuvo vivo. Artificio, entonces. Plinio recoge un análisis de tiempos muertos para no regresar a ellos, y para comprender lo nuevo, lo hace con artificio y eso vuelve a esos tiempos bellos y deseables. Pero quizás sea un deseo mítico, un deseo del que una distancia histórica y una conciencia de que no es más que "ficción" nos resguardan. Benditos horizontes. 

La retoricidad de López Eire es la forma viva, la transformación de la lengua en el "conmovere". La trampa del lenguaje y del discurso es que en medio de la construcción retórica o la retoricidad no haya conciencia de lo que se está haciendo. Pensamos por medio de construcciones discursivas, ¿cómo pensar nuestro pensar? La toma de conciencia de lo que precede a esa construcción quizás sea la forma más plena de conocimiento, dada por el diálogo, lograda a través de la franqueza dialéctica. Pensar en el discurso es lo que debe lograrse, pensar en la construcción epistemológica propia y de cualquier construcción para no remover el hedor de los muertos o gangrenar lo vivo. 

El error, entonces, está en pretender darle vida a lo muerto. Pretender meter en medio de la retoricidad, y no de la historicidad, lo ya anquilosado. Darle movilidad no en el recuerdo, sino en el presente. ¿Qué impide separarlos? Quizás el rinoceronte de Durero, con esa construcción retórica sobre la memoria y la melancolía, que juntas terminan por formar ecfrásticamente una armadura contra la movilidad. La memoria sin diálogo termina por convertirse en una melancolía que aprisiona al más fuerte.  

La culpa impide salir de la cárcel. No es hasta que se cancela, se paga, se aclara, se remueve ese adeudo que se logra entrar nuevamente en el flujo.  En la mitología japonesa los muertos "nos acompañan", cargamos con ellos si es que hay alguna culpa. También en la del bajío: "El muerto le pesa en la espalda". ¿Qué hace que el muerto pese tanto? ¿Qué hace que no puedan quitárselo de los hombros, que les doble el cuello, que refleje una angustia? ¿La retórica? ¿El orden del discurso? Quizás sea la necesidad de creer que todo puede reconstruirse, restablecerse. Que aún puede guardarse y procurarse el orden original, el orden anterior.

Quizás más que restablecer el orden por medio de discursos aprisionantes, para que nada salga del control, porque la movilidad implica transformación, habría que ordenar el resquebrajamiento con un nuevo cauce, y no abandonarse a las leyes de la entropía. 
Pese a todos los vuelcos del discurso, todas las destrucciones y construcciones epistémicas, bajo las cuales no parece perdurar nada, puedo decir que "te quiero más allá del discurso", no importa cuántas cosas cambien, cuanto dolor "superficial" pueda causar una nueva realidad, o miles de realidades yuxtapuestas, siempre dentro de la violencia de un rápido que en el algún momento encontrará la calma y la desembocadura para entrar en movimiento perpetuo. Si un reconocimiento aguanta la violencia del diálogo, el azote del discurso, la variación epistemológica se ha ganado todo. Se ha logrado escapar a la cárcel del discurso.

Para los autores de "Retórica, sabiduría y sentido" hay discursos impenetrables que dan la impresión de ser "cosas inamovibles", de ser dogmas o lugares finales "una suerte de dioses". El orden del discurso traza la angustia de no encontrar nada "verdadero", de ser el discurso una farsa (o cuentos). Sin embargo, en una tarea ardua, dolorosa, confusa y angustiante por destruir todo discurso y ver qué es lo que queda, puede encontrarse, entonces, qué hay algo que mantiene el vínculo, que para poder encausarlo es necesario ponerle otro discurso que lo resguarde, que lo proteja, para después cambiarlo y construirlo, moverlo o sacudirlo para que no muera, para que no se gangrene o se agote. 

La transformación, la búsqueda constante, el cimbramiento del logos -de la cultura- permite la libertad, el auténtico reconocimiento, la inmaculada mirada. Sin embargo, "nada está dado", dentro de esa destrucción del logos se construyen otras, así per secula seculorum, mientras el hombre siga siendo racional. La inteligencia radicaría en superar lo racional para fundar "el orden de la transformación".
El problema es que el discurso nos supera, nos rebasa en territorios inaccesibles, en calcos culturales, psicológicos y educativos -incluso dialécticos-. Hay una forma dialéctica para cada mundo, para cada reconocimiento, eso no lo dudo. Pero, ¿cuando pese al encuentro falla la dialéctica? Sin la retórica la guerra permanecería, pero incluso en la retórica se justifican los más atroces atropellos. Lo que queda para resguardar(me) de las telarañas del discurso es entrar al juego de los mecanismos  discursivos para adoptar los recursos naturales, el flujo de una forma que, pese a la torpeza, brusquedad o fingida estulticia, no guarda mala fe. 

Al final sólo poder decir "te quiero más allá del discurso". Ahora, tras volver a un cauce de dudas por donde fluye el amor se me ha caído mi discurso. "Mi amor, no hay discurso que valga". Y no gracias a la voluntad sino al encuentro y reencuentro, a la búsqueda continua. Había olvidado que ante todo es la compañía. Eso es lo que he buscado, lo que hemos buscado y como nos hemos encontrado. La memoria a veces juega a codenar al olvido. 

Para mi buena fortuna la realidad supera el discurso, de lo contrarío estaría al borde del derrumbe, al filo de los ojos secos y de la rabia contenida, "a la orilla de mi misma". Las realidades no se hacen de retórica, sí los acuerdos, los pactos, las promesas, toda construcción epistémica que se circunscribe a una búsqueda de seguridad tangible en la palabra. Pero al final sólo está allí el cause. 
Reitero...


miércoles, 20 de febrero de 2013

Por unas faldas


Resulta más que un insulto ser juzgada por la vestimenta. Sobre todo cuando ésta es tildada de “inapropiada”. Tras el escándalo que causó -yo sigo sin comprender bien por qué- la minifalda de la diputada de izquierda Crystal Tovar, no pude evitar preguntarme qué pasa con la visión machista de México.
Recuerdo ahora La marcha de las putas, cuya consigna era “Le dices puta a una y nos dices putas a todas”. Movimiento surgido a raíz de un comentario emitido por un elemento masculino de seguridad pública, tras los ataques de acosos sexual sufridos por unas chicas en la calle: “si se visten como putas, ¿cómo no quieren ser tratadas como putas?”. La marcha de las putas causó más que polémicas un sin fin de burlas. Pero lo verdaderamente alarmante de esa marcha no fue el movimiento en sí, que poco éxito tuvo por desgracia, sino los comentarios emitidos por hombres y mujeres en la capital del país. En general se consideraba que se trataba de un movimiento ridículo, pues las mujeres podían vestir como se les viniera en gana, siempre y cuando no perturbaran a los hombres, pues “estos pobres e indefensos” no podían resistir ante las insinuaciones de “una cualquiera”. La marcha de las putas pasó sin más.



Resulta curioso que el problema de la vestimenta no es en sí andar “en cueros” o no, sino lo que la mentalidad machista supone de eso. Si una mujer usa minifalda no es porque tenga calor o porque le gusta cómo se le ven las piernas, sino para atraer la mirada del macho y ser admirada por él. ¿Cómo es que los hombres siguen pensando que todo gira en torno a ellos?
Las críticas que le han emitido a la diputada Tovar no han sido más que fundadas en ese código machista de la mujer insinuadora. ¿Qué tiene de malo una falda? “Pero por Dios. Es sólo una falda”. Quizás si se presentara desnuda, pintada de verde y con una boa enredada en el cuerpo entendería el escándalo. Se le criticó fuertemente que no vistiera con propiedad ¿y qué es vestir con propiedad? Si yo me presento a dar clases con ropa formal y unos convers nadie me tildará de inapropiada, sino de rebelde; pero si acaso llegar con un prominente escote me “ganaría a pulso” la mala fama.
El problema de la ropa sigue estando basado en un prejuicio de la mujer como objeto. Si una mujer se escota o luce una minifalda no es para sí, no es porque sí, sino para que el macho la posea con base en sus atributos físicos. Resulta curioso que en un mundo machista una mujer se viste y arregla para buscar y gustar, y no para verse bien y bella ante sí misma. El bienestar y la sensualidad con una misma está reservado para la intimidad. Por eso dentro de una casa, entre primar y hermanas, tías y abuelas es posible que las mujeres muestren su sensualidad.
Entre las críticas hechas a Tovar está la suposición de que el problema no es la falda, sino su cuerpo. De nuevo, la sensualidad -que dicho sea de paso, poco tiene que ver con la voluptuosidad del cuerpo. La diputada sin duda luce un cuerpo atractivo y voluptuoso, pero ¿en qué medida eso debe ser un argumento para considerar que su vestimenta es inapropiada? Curiosa la concepción que se tiene del cuerpo. Un hombre ve su cuerpo en función de su propio placer. El cuerpo de la mujer está visto en función del placer del hombre: “si mis pechos son grandes no son para que yo pueda gozarlos en su voluptuosidad, sino para que él se deleite en ellos”.
Por otro lado, el anhelo de las mujeres por tener el cuerpo perfecto (culo y tetas) está basado en esta búsqueda, en esa configuración cultural que implica el cuerpo femenino. “A veces te extraño, pero recuerdo que estoy bien buena y te me olvidas”, dice un post que anda corriendo por Facebook. No es extraño que haya tenido tanta popularidad, pues supone que un cuerpo hermosos pronto puede encontrar otro acompañante, y claro, el amor, el recuerdo, el anhelo la calidad intelectual, moral y humana de una mujer se reducen a su cuerpo.
Muchas mujeres han atacado a la Lic. Tovar. ¿Envidia acaso? ¿Por qué la envidia? ¿Acaso un par de pechos y un “culito paradito” hace de una mujer más mujer? Quizás la haga más atractiva ante una mirada fundada en bases machistas. La diputada podría estar cuan “culona” quisiera, y eso no le resta ni le da validez como mujer, no le resta integridad ni le da legitimidad, lo que le da una posición dentro de esta organización cultural, por demás patriarcal, no es ni siquiera la minifalda, sino su inteligencia y valentía para portar ese atuendo pese a las “mamaseadas” que seguro ha recibido en forma de ofensa.
La rivalidad no es más que otra manifestación machista de las mujeres. ¿Por qué ponerse a pensar si “ella” o la ex o la actual novia de algún hombre en cuestión es más guapa o no? Mujeres más o menos bellas siempre habrá, y la comparación o la envidia no hacen más que restar integridad.
Cambiando de tema y pensando en las “mamaseadas” que recibió la diputada, no se puede negar que estos actos verbales no son más que formas machistas de intimidación y violencia que obligan a las mujeres a “vestir con propiedad” y a usar audífonos en la calle, a desviar miradas con desprecio y a negar su feminidad y belleza. Mucho se podría alegar que en el Distrito Federal la mujer tiene más libertad para vestir que en otros lugares, pues puede ser darcketa, punk, emo o pandrosa. Es cierto, puede ver cuán mal quiera, pero la sensualidad le está negada. Una mujer puede ser cuan rebelde quiera siempre que no atente contra la moral sexual, pues toda sensualidad es castigada con violencia.
Es cierto que una mujer es atacada independientemente de su forma de vestir. Pero la ropa da legitimidad a la agresión; y la belleza, a la posesión. La sensualidad y la belleza parece estar restringida para las prostitutas, zorras, fáciles o simples putas.
Por otra parte, el problema de una sociedad machista no es ser una puta o no. Una mujer puede ser cuan “puta” quiera serlo, puede apropiarse del término, como el movimiento Queer, y puede legitimar su libertad en él. Eso intentó hacer la marcha de las putas. El problema está en que ser una puta implica tener menos calidad moral ¿pero ante quién en una sociedad laica? El problema no es ser una puta o no, sino el afán denigrante que hay hacia las mujeres en México. Una prostituta tiene de manera legítima todos los derechos que una señora ama de casa. Tanto una mujer independiente y académica, así como una prostituta, pueden decir desnuda sobre la cama “no quiero”, y su voz tiene la misma valía. Cualquier acto de violación debe de implicar un mismo castigo.
Por eso la iniciativa y la provocación de la diputada Tovar cala hondo, pues de manera casi irónica está revelando el trasfondo machista entre las clases dominantes y dirigentes del país. Está evidenciando un desprecio hacia la mujer, hacia su cuerpo y su libertad. La propuesta de integrar a la mesa de discusiones a las asociaciones profeministas sin duda es un gran paso, aún cuando haya tenido que legitimarse con una falda en la que yo sigo sin ver el escándalo.  

jueves, 7 de febrero de 2013

martes, 5 de febrero de 2013

Mama: versión de la llorona de Gullermo del Toro

"Un fantasma es una emoción sin forma, condenado a repetirse una y otra vez": En Mama (2013), Guillermo del Toro matiza la noción de fantasma que ya venía figurando desde El espinazo del diablo (2001); en este último largometraje mantiene una misma tónica narrativa, fotográfica e imaginativa que en sus otras películas. No obstante, pese a lo predecible del argumento, del elemento fantástico y del suspenso, llega a sorprender -mejor dicho, a aterrorizar- de manera constante. El suspenso es elevado hasta la angustia, pues del Toro no da tregua en esta última película, no da respiros ni llena la trama de sobresaltos: mantiene el terror hasta un punto casi insoportable (resulta entonces necesario reír, distraer la mirada un poco o suspender la respiración).



Guillermo del Toro recupera una serie de motivos o tópicos llenos de significación, uno de los más evidentes es el lugar común de The grudge (2004). También recupera los guiños del cine de terror japonés, aunque, en esta adopción de elementos del cine de terror -trillados, agotados, sobreexplotados por los remakes estadounidenses- no caen en saco roto en este largometraje, pues son actualizados y revalorados; incluso imposible evitar no en toda esa tradición del horror que hay detrás de cada detalle, y tal parece ser la intención de del Toro, pues prepara la mente del espectador para el sobresalto, para "la aparición" común o "un giro ya esperado"y es entonces como logra sorprender y no "sobresaltar", sí aterrar. Larga sería la lista de películas de horror homenajeadas por este director, y bien no hay un elemento "original" en la película o en el argumento, ¿qué película de terror puede ahora ser original? Los mitos populares se han llevado al cine: La maldición, Two sisters, Andrea, La llorona, Spider forest; o bien, se ha mezclado el cine psicológico con el terror: El maquinista, Old Boy, entre otras; pareciera que el cine de terror se encontraba agotado: reciclaje tras reciclaje. Acaso El exorcista podría haber asustado con esas contorciones corporales y sonidos inhumanos, con la incapacidad del hombre ante lo sobrenatural, pero después de ésa, pocas son las películas que más que asustar dan miedo. Así pues, Guillermo del Toro en Mama logra, adueñándose de la carga significativa de esos elementos y de la predisposición, por lo tanto, del espectador, elevar el terror y sostenerlo a lo largo de la película. 
Quizás el elemento más aterrador resulta ser la misma Mama, no tanto por recordar al "rencor" de The grudge,  sino por adoptar, trasladar y resignificar -con cada uno de sus elementos- el mito de la Llorona.

El elemento fantástico no deja de ser bello, sus monstruos no carecen de peculiaridades fáunicas, y logra trasladar la fantasía a lo psicológico por medio de la mitología popular y, así, llevar todo junto hasta el terror y crear una obra, después de todo, original. 

viernes, 25 de enero de 2013

Despojos

Hoy estoy por darle la razón a Susan Sontag: "Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel". Me negaba a aceptar que alguien puede entregarse a ser desollado, pero, ¿no es acaso lo que hacemos ante la mirada del otro? Por amor a la otra persona no solo aceptamos desnudarnos, dejar que nos vea sin cubiertas, pero nuestra piel tiene manchas, cicatrices, esconde algo más profundo -pareciera-, y aceptamos ser desollados, con todo el dolor que eso implica. El problema ya no es la piel, si no que ante esa condición la inquietud no cesa, continua buscando debajo de los músculos, intentando hallar más fealdad que la del cuerpo desprovisto de piel. Claro que nuestro interior es horrible, el de todos, cuando se acepta quitarse la piel se esperaría ganar la comprensión ante la vergüenza más profunda, pero como el crío curioso, algo despierta la necesidad de comenzar a picar con un palito. No es poner el dedo en la llaga, es buscar formar nuevas llagas. Esto me recuerda la inquietud de Villaurrutia y Darío, sobre todo la del nicaragüense: "Tu sexo fundiste/ con mi sexo fuerte,/ fundiste dos bronces./ Yo triste, tú triste.../ ¿No has de ser entonces/ mía hasta la muerte?".
El pasado se vuelve un arma dolorosa, como si no lo fuera ya. Y si compartimos un presente, ¿qué más da tener nostalgias por el porvenir o miedo por el pasado? A veces el arrepentimiento asalta cuando las cartas están sobre la mesa y se cae en la cuenta de que no sólo los miedos más profundos, los anhelos más arraigados y las formas más escondidas están a la vista: se está despojado de todo, todo está en juego. No es el pasado, sino que al sacar ese pasado mostré todo lo que había atrás de él, toda la perversión, todas las ilusiones, las esperanzas, los miedos. Por un lado eso libera, pero también causa zozobra de que esa persona que lo está viendo los use para "seguir jodiendo con el palito". ¿Qué se hace? Esperar que se calme o recoger la piel y salir. Todo cambia constantemente, se transforma, Sábato lo tenía muy claro, el pasado cambia una y otra vez en cada pensamiento hasta ser lo que no fue, ahora, más allá del recuerdo de haber sido violentada, no hay recuerdos precisos, porque lo que importa es terminar con ese círculo que forma toda violencia.
El lodo que se encuentra permitió la flor.

jueves, 24 de enero de 2013

Configuraciones y figuraciones

Pensar en la configuración del mundo como construcción discursiva me ha llevado a pensar que, entonces, estamos ante no sólo una condición efímera, sino también sumamente frágil. ¿Qué configura el universo de un pueblo? Quizás las telenovelas, para éste, su forma de relacionarse en el amor, la amistad o la familia resulta siempre telenovelesca; y si se ha vivido fuera de ese discurso se esperaría que la forma de relación fuera distinta, pero no lo es, lo único que acarrea es un sentimiento fuerte de desarraigo y de búsqueda ¿búsqueda de qué? Aún no lo sé.
No se aprende de la vida, sino de los libros. Jodidos estamos. Los libros, ahora lo veo, nos dan un cúmulo de experiencias, pero, para las mentes que inevitablemente buscan aferrarse a algo, y no de liberarse de, terminan siendo no más que formas de ceñir y justificar una realidad. Pienso en cuántas hombre no habrán encontrado una justificación de su comportamiento machista al leer a Proust, a Flaubert o, influso a Kawabata. O bien, cuántas mujeres no encontraron el ideal femenino en la imagen de la famme fragil. Si bien cualquiera puede discutir que ninguno de los autores mencionados, y quizás ningún otro, expresó una posición machista, no se ha de negar que muchas lecturas sí la reflejan. El problema es de la lectura, no del libro, en efecto, pero al final ese siempre ha sido el problema.
Para los que gustamos de la literatura romántica, ¿cuántas veces no se han usado los argumentos kierkegardianos del intelectual solo, incomprendido, maltratado por la sociedad y asediado por la estupidez. ¿Acaso no es una estupidez considerase rodeado de mentes estúpidas a las que hay que despreciar? Resulta a veces sorprendente la cantidad de violencia que podemos tener unos hacia otros. Recuerdo cuando acaba de entrar a la licenciatura un comentario de un hombre que bien podría ser el próximo premio Nobel: "te hablo a ti nada más porque no eres tan imbécil como los demás", yo en ese momento no supe si sentirme ofendida ("tan") o halagada ("como los demás), así que opté por considerar salir corriendo. Vi entonces cómo la literatura y el conocimiento sirvieron de pretexto no para construir, sino para transformar una realidad en un mundo lleno de hostilidades estultas hacia nuestras magnas inteligencias.
Eso mismo pasa en muchos otros casos. Qué decir de aquellos que consideran que nuestras vidas deben de ser depresivas y terribles porque "el inteligente sufre más que el tonto"; si fuera así me habría hecho ya una lobotomía, ¿qué no una de las necesidades del hombre es la felicidad, o, al menos, la tranquilidad? A veces pienso que esa concepción del intelectual desasosegado -siempre y cuando no se sea Pessoa- no es más que una forma de justificar la adicción al sufrimiento (un telenovelero haría lo mismo con su discurso: todos sufrimos).
Pensaba anoche en los enredos del discurso, en cómo encontramos justificaciones para no ser despojados de nuestros cachos mentales. Parte de la justificación de todo hombre moderno está basada en la transitoriedad y en lo perecedero de las relaciones, "menos de la amistad", ¿será? La amistad, como toda relación humana también es muy frágil. La diferencia con otras relaciones es que dentro de la amistad no hay un afán de posesión, de enjuiciamiento o de coerción (en una amistad sana). Una relación amorosa sana, por tanto, debería ser lo mismo, estar basada en la amistad -pero no en el discurso de la amistad-, en el compañerismo y en la ayuda mutua. ¿Qué son los berrinches entonces? No creo que haya otra explicación del berrinche que una disociación sentimental arrastrada desde la infancia. ¿Por qué enojarse con la otra persona por hallar algo que no debía y por qué llorarle ante la frustración de no encontrar no un consuelo sino un apapacho? Puro afán de extrañar a la otra persona, creo. Y esto ¿qué tiene que ver con los libros? Qué también la literatura con excelsa retórica postula ideas terribles sobre el amor, y, por tanto, con esa configuración discursiva ¿cómo no caer en pánico, inseguridades, angustias y deseos de dominio y control, más que de posesión? Sólo las cosas se poseen, pero las cosas no tienen un alma propia, un pasado y un constante cambio. Los animales no se pueden poseer, quizás es por eso que con ellos se logra una amistad sólida. Los humanos... cuando niños ¿no era común querer estar pegados a la madre por miedo a que ya nunca volviera o dejara de querernos? Claro, hablo de los primeros años de infancia cuando se desarrolla la "mamitis", la cual, si no se atiende a tiempo, puede traspasar los años.
El enamoramiento quizás implique lo mismo, hasta que algo, quizás la madurez de la otra persona, y la propia, dé muestras de que no hay de qué preocuparse, pues no hay ningún compromiso ni ninguna razón de sangre para estar con la otra persona, sino una toma de decisión [decidimos todo el tiempo, pero, en perfecto norteño, ante toda decisión siempre podemos decir "dijo mi mamá que siempre no", quizás ese es el miedo, que no hay ningún vínculo fuerte que pueda justificar el reproche ante el abandono emocional, pese a los múltiples intentos de institucionalización del amor]. Pero hemos aprendido a desconfiar, porque siempre "hay que tener un ojo al gato y el otro al garabato", no vaya a ser que "esa persona se vaya con nuestra piel". Susan Sontag declara que "amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel". ¿Por qué ver las relaciones como una pérdida? Si estoy con una persona no he ganado nada, mejor pareciera pensar que me estoy ganando, que algo estoy descubriendo en mí, la otra persona es un compañero, un amigo, un aliado, pero no se puede dormir con el enemigo.
Arreola propone un armisticio y quitar las tropas de ocupación al término de una relación. ¿Qué no esto implica ya una relación basada en el desamor? Hay que ocupar a la otra persona. Trato de pensar en una relación amorosa sana en la literatura, y sólo recuerdo los poemas de Machado a su perro y Platero y yo de Jiménez. Quizás en Los miserables se pueda vislumbrar una amistad, pero, hasta la amistad resulta traicionada, el amor siempre tortuoso.
Quizás es que la concepción de una relación amorosa da un colchón lleno de púas, una válvula de escape, para poder herir,  como uno hiere los padres durante la adolescencia, para poder desquitar esas frustraciones disociadas, porque al final un amigo manda al carajo, un amante -en el sentido etimológico de la palabra-, no. Un amante aguanta dolorosamente, un amigo entiende y se distancia, como buen literato o buen ironista. Un amante rebate, pelea, entra en la misma dinámica del berrinche. Un amigo escucha, confronta, razona y muestra fortaleza cuando el otro se tira. [Quizás para aprender esto los padres debieron ser primero amigos].
El asunto en las relaciones está en no traspasar esa línea. En encontrar esa tranquilidad. ¿Cómo? ¿Qué es necesario para lograrlo? La verdad, la lealtad y la sinceridad. Vale, la sinceridad no se logra sino con el tiempo, la verdad no existe y la lealtad es la base de la amistad. La sinceridad depende mucho del autoconocimiento de una persona, y no de otra cosa, muestra una debilidad y una inseguridad si no se puede ser sincero -o si no se es a sabiendas es muestra de perversidad, aunque el fin no sea sino una causa noble o buenamente anhelada- , pero al final la sinceridad es algo que entre amigos y amantes se logra con el tiempo, con un pacto no hablado, o sí, pero asumido. La lealtad no es sólo con respecto a los otros, sino con respecto al daño que nosotros mismos somos capaz de hacer. Lo cierto es que se puede tener todo eso, pero la tranquilidad no se puede lograr si no tratando de deshacerse de ese afán de controlarlo todo, de que nada salga de nuestras manos: la tranquilidad, entonces.
Quizás el problema no es el amor, no es la relación amorosa, sino el miedo a que el otro se vaya, nos deje con las ilusiones y los sueños destruidos, abandonados como crías a nuestra suerte.  ¿Por qué aún nos sentimos crías? ¿Hombres y  mujeres necesitamos se protegidos o proteger, enseñar -y "la letra con sangre entra"- en vez de ayudar? Quizás es una condición biológica, cuando nos relacionamos así no estamos siendo más que animales, buscando la protección y el control de nuestro pequeño núcleo. Pero los sueños, las ilusiones y la fortaleza se encuentra en esa madurez intelectual y emocional. Al final "lo que importa es la máscara, lo demás, es asunto nuestro" (quizás esta frase de Kazanzakis sólo la pueda entender una persona). Si pensamos, en cambio, la relación como una alianza más que protección encontramos compañía y seguridad.
La equidad, el feminismo, al final, es la base de toda amistad, y de toda relación sana. Considerar al otro mi igual, y no alguien a quién se pudiera despreciar. Se siente desprecio tanto por el débil como por el verdugo. De los amigos "no se espera nada, no se nada ni se exige nada". No, sí se espera: compañerismo; sí se da: cariño; y sí se exige: lealtad.