Si partimos del entendido
de que respetar la libertad que todo ser humano tiene de hacer con su
cuerpo lo que quiera, no tendríamos que discutir si es aceptable o
no hablar de “putas” (o “putos”, según sea el caso).
Generalmente la adjetivación obedece más a una obsesión -legítima
o no- de quien hace los juicios, mas no del “objeto” en sí. Es
cierto que debería haber normas sociales que se apeguen a “la
moral y las buenas costumbres”, sin embargo, tras las atrocidades
cometidas por los ideales y las búsquedas utópicas, no deberíamos
seguir concibiendo la realidad bajo un paradigma cerrado de
conocimiento del mundo (epistemológico) ajeno a toda crítica o
postura discursiva moderna.
El lenguaje de la modernidad no puede sino relativizar todo,
dice Charles Taylor en “El discurso de la modernidad” en Ensayos
sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad
(2007). La puesta en duda de todo paradigma moral y dogmático
es lo que crea el pensamiento moderno del que todos hacen alarde.
¿Quién o bajo qué precepto, entonces, se deberían de establecer
los códigos de “las buenas costumbres"?
En nuestras sociedades
hispanas, en particular, quedan fuertes resabios de un machismo que
al parecer cuesta trabajo relativizar, analizar, aceptar y atacar.
Quizás tendríamos que cambiar nuestro sistema epistemológico para
hablar de problemas sexuales, pues mantener vivas estas
consideraciones no hace sino legitimar distintas formas de machismos.
A veces pareciera que no hay otro paradigma que nos permita pensar el
mundo, pues las discusiones sobre el machismo, paradójicamente,
terminan siendo machistas.
He escuchado las
versiones de muchas mujeres, generalmente extranjeras, que alegan que
el machismo de México (país) es el más terrible que han visto en
su vida. Las mujeres mexicanas de provincia, en cambio, logran
diferenciar algunos tipos de machismos, sin dejar de considerar que
el que hay en México (ciudad) es el más evidente y “vulgar”.
Las defeñas simplemente han aprendido a afrontar ese machismo y ya
no reparan tanto en él. Lo curioso de muchas de estas
“relativizaciones” sobre este problema sexual y social es que no
hacen sino legitimarlo. La crítica va en aceptar que hay “mejores
machismos” que otros. “Es mejor el machismo colombiano. Prefiero
que me pongan el cuerno pero me veré como reina todos los días”,
“prefiero el machismo cubano, es más sabroso”, “prefiero el
machismo argentino, son unos flojos buenos para nada, pero son
argentinos”, “es preferible que sean duros contigo, pero lo
bailado español nadie te lo quita”, “yo prefiero que me digan
mami, ven. Qué rica. A el
clásico ay, mamacita”.
Ninguna de estas excusas deja de ser un tanto estulta y carente de
toda reflexión feminista, o simplemente crítica. En cada uno de
estos comentarios la mujer se concibe a sí misma como objeto, como
un “ente” que tiene que verse como “reina” para su “macho”,
acepta que la agredan verbalmente pero con acento cubano y está
dispuesta a lidiar con un holgazán o un grosero por status racial o
cultural. Estos “machismos” son mejores en relación con el
mexicano.
Es cierto que en la
Ciudad de México, y más al norte o al sur del país, todas las
mujeres hemos sufrido alguna suerte de violencia sexista. Y por lo
general, este tipo de violencia es “culpa de las mujeres”. Al pasar frente a una construcción, o cerca de un paradero
de camiones, o de cualquier lugar “de domino de hombres”, si una
mujer es agredida verbalmente es por su culpa; por la ropa que trae,
por cómo camina, por salir bonita o simplemente por pasar por esa
calle y no rodear cuatro cuadras para evitar a los hombres. En lo que
he podido observar y experimentar no hace falta ser bonita, usar ropa
atractiva, ser sensual, coqueta o sonriente, basta con ser mujer. Los
hombres culturalmente están predispuestos a considerarla un objeto o
un ser que merece, por derecho legítimo, ser humillado, violentado,
vejado o anulado. Ante esta actitud resulta obvio que las mujeres del
DF sean “feas”. No porque en realidad lo sean, se ha anulado la
sensualidad, la naturalidad y la libertad. Si a alguna se le llegara
a ocurrir andar atractiva sin compañía masculina, los hombres
-avalados por muchas mujeres-, como si fuera su derecho, o es más,
su deber, deben de atacarla con chiflidos, piropos sumamente
agresivos, miradas acosadoras y hasta agresiones físicas (nalgadas,
pellizcos, violaciones, lo de siempre). Son consideradas, en pocas
palabras, “putas”.
En muchos estados de
México si una mujer es violada es por “puta”, ella es la
causante, directa o indirectamente de la agresión, mientras que el agresor es casi la víctima de una seducción, atracción, instinto,
hombría, ambrosía-hembrosía, o cualquier otro término que sirva
como argumento para seguir considerando a la mujer como algo sobre lo
que se puede decidir, y legitimar así el machismo y el derecho a
humillar.
Por otra parte, es aceptado
que una mujer sea felicitada por su belleza y eso parece estar bien, no afecta
nadie y es tan alabante como la felicitación por ser inteligente. Es aceptado, también, que
una mujer sea detenida en la calle para recibir un cumplido, un beso
en la mano o una flor. Es cierto que es una forma de cortejar. Pero
el acoso no es lo mismo que el cortejo, aunque en una sociedad
machista se confunda. Me parece que la franja es muy
obvia y la sociedad la tiene clara. En lo dicho se demuestra la
intención: no es lo mismo que un desconocido se acerque a una chica
y le diga (y siempre es el mismo discurso) “Disculpe, señorita,
con todo respeto, es usted
muy guapa. Me gustaría invitarle un café”, al acercamiento
agresivo para decir “estás que te cojo, mamacita”. A todas luces
el segundo acercamiento es una amenaza de violación. Es una forma de
intimidación para anular, humillar y vejar. Lo mismo sucede con las
miradas. No es siquiera una mirada de deseo la que lanzan muchos
hombres hacia las mujeres solas, guapas o no. Es una mirada de
amenaza, de acoso. No es siquiera la mirada “libidinosa” que
tanto han descrito muchos grupos feministas. Es una amenaza, algo que
violenta. Al final no tiene sino el mismo fin: intimidar y anular.
Particularmente en el metro de la Ciudad de México se concentra el
acoso, a tal grado que ante la imposibilidad de educar y concientizar
se tuvo que dividir el metro en vagones de mujeres y de hombres, y
poner vallas custodiadas por policías. Así se demuestra que la
mujer es menos que un objeto, es un ser
despreciable que de alguna manera tiene que ser anulado, cuestión
indiscutible para una sociedad constituida en el machismo.
Lo
curioso es que las mujeres tampoco parecen dispuestas a reclamar la
igualdad y el respeto. Aceptan que al metro no hay que ir mostrando
las piernas, no hay que ir escotadas ni arregladas. Todas están
dispuestas a anularse y a abandonar su naturalidad porque “en el
metro así es y hasta las que no lo habían vivido lo han notado”. Bajar la mirada, aceptar que las cosas son así y
renunciar a la libertad
es lo mismo que aceptar que los machos
tienen derecho a decidir sobre nosotras.
Para muchas mujeres la
forma de recuperar la naturalidad y la sensualidad es protegiéndose
en sus parejas. Una dinámica que no deja de llamar mi atención es
que los hombres abracen a las mujeres por la cintura para marcar
territorio ante los demás, dando a entender que “ella ya tiene
dueño” o, en su defecto, que tiene quien la proteja. Esto no como
un juego o código entre la pareja, sino ante la amenaza de otros
machos. Así la necesidad
de un hombre, o de alguien que funja su papel, se vuelve obvia; y
legitima, nuevamente, el acoso y el machismo, pues la mujer acosada,
por sí misma, es incapaz de defenderse por sí misma.
Otra
de las peculiaridades del machismo es considerar que “solo pasa en
el metro y entre las clases sociales bajas”. Lo más grave es que
la legitimación no se da sólo en la dinámica que establecen
hombres y mujeres en situaciones de acoso, sino también en las
consideraciones de la clase media intelectual. En lo particular, a mí
me resulta escandaloso que una persona con estudios de posgrado, que
defiende los derechos de los animales y el derecho a la libertad y a la diversidad sexual considere que el acto que llevó a una mujer a
aceptar el acoso no es sino “putería”.
Ya mucho se ha discutido
sobre el término “puta”. Generalmente se usa para designar a las
mujeres que utilizan su cuerpo para conseguir algo. Esta
consideración demuestra la incapacidad de la “clase intelectual”
para poder mantener un discurso moderno
y crítico, para poder
aceptar otro sistema de conocimiento, otro paradigma epistemológico.
En realidad a esta actitud se le debería llamar simplemente
mediocridad. La
conductora del video viral de las redes sociales que fue desnudada,
manoseada, filmada y humillada, todo bajo su consentimiento, en
internet por los integrantes de un grupo de música de banda y por el
director de cámara no puede ser tildada tan superficialmente de
“puta”; se trató en parte de acoso sexual, desconocimiento,
pobreza, presión laboral, pero sobre todo de machismo. Tanto por la
parte de la chica como de los hombres. El análisis en su defensa que
acompaña el video y que se enfoca en el acoso laboral es muy claro:
si bien no fue obligada, sí se vio acosada ante la insistencia de su
jefe. Aceptó ser acosada, como la mayoría de las mujeres en el
metro.
Volviendo
a “la clase intelectual” defensora de la diversidad sexual, de
los animales, de la izquierda revolucionaria y la educación libre y
gratuita, me resulta muy incómodo que este sector social que tiene
la obligación de pensar, criticar y reflexionar sobre los males
sociales (ya que, se supone, cuanta con las herramientas para
hacerlo) considere que no se trató de acoso, sino de simple y llana
“putería”, que “la vieja se lo merecía por creerse que estaba
bien buena”.
Estos
comentarios no hacen sino legitimar el machismo. Los integrantes de
la banda son simplemente “vulgares” y unos “calientes”. Ella,
en cambio, es una “puta”. No se hace una crítica a la sociedad
machista, no se critica su actitud mediocre de “encuerarse” para
evitar ser despedida, no se le reclama su falta de arrojo para
enfrentar a 17 hombres que estuvieron dispuestos a humillarla, y en
cambio, aceptó la anulación. No se acepta que ella tiene la
libertad de hacer con su cuerpo lo que quisiera bajo la conciencia de
que es por su propio placer y no como medio para escalar dentro de
las normas patriarcales. Tanto los integrantes de la banda, como el
director de cámara y los “intelectuales” están aceptando que si
lo hizo fue por “puta”; no por tonta, mediocre, ingenua, etc.
Estos intelectuales, que se ufanan de ser cosmopolitas, acusan a las
clases iletradas de reproducir modelos de comportamiento machistas,
misóginos e, incluso, provincianos, son los que
legitiman ante un discurso culto y hegemónico el machismo y el orden
patriarcal. Es más que claro porqué es más fácil dividir a
hombres de mujeres que educar bajo una conciencia cívica de respeto
e igualdad. Ni aun la clase letrada y educada está dispuesta
afrontar problemas tan profundos como la configuración machista. En
su “lucha feisbuquera” solo legitima, por la ausencia de crítica,
discursos y actitudes denigrantes.
Lo que piensas es importante, y que bueno que lo haces público. Creo que tienes mucha razón en tu reflexión sobre la ciudad de México. Yo creo que deberíamos pensar en otras alternativas culturales, porque la moral de nuestra sociedad es decadente. Ninguna persona, ni la sociedad en general, puede aspirar a ser feliz con esa moral, que tú bien dices, es la machista. No creo que la sociedad se salve en su conjunto. ¿Y para qué habría de salvarse? Yo creo que hay que vivir de una forma alternativa a lo que la sociedad nos establece, en lo individual, familiar, y comunitariamente. Vivir en contra y de otra manera es importante, sin embargo, resulta a veces ambiguo y no sabes cómo, así que el problema sólo resuelve como un proyecto de vida.
ResponderEliminarTu escrito me parece muy acertado, en ocasiones se piensa que el machismo sólo se refleja en las mujeres golpeadas, sin embargo es algo que tenemos tan arraigado que nosotras lo ejercemos, y cuando una mujer hace evidente la violencia social, es igualmente anulada, o tachada de feminazi, creo que falta mucho comprender de qué se trata el machismo y cuáles son sus caras. Cuando vi el video también pensé que la conductora era víctima de medios que se dedican a vender el cuerpo de las mujeres, a tratarnos como si fuéramos desechables, en todas partes nuestra libertad es coartada, se nos dice cómo ser, qué vestir, qué desear, todo desde un enfoque masculino violento. Me incomodó un tanto tu artículo pero justo eso fue lo que me gustó que te atrevas a mostrar las deficiencias de una clase "progresista de izquierda". Saludos.
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