miércoles, 22 de mayo de 2013

martes, 21 de mayo de 2013

Odiemos a los nacos: el Facebook

Hasta el momento sólo me he encontrado con un grave problema social exacerbado en la población del CONALEP o centros educativos a fines. Sin embargo, me parece aún más grave la actitud clasista, sexista y racista en el Facebook.  Tras un par de meses de ausencia en esta red social había olvidado el experimento –y termómetro– social que puede significar. Ahora me encuentro posts con la leyenda "ola ke ases" por todas partes. Estuve a punto de preguntar a qué hacía alusión esa frase, hasta que descubrí sin mucho esfuerzo, sólo esperando dos minutos más en la entrada del Facebook, que se trata de una campaña para  burlarse, agredir y denigrar a los "chakas" o nuevos nacos. 
Leía en alguna de las reflexiones, por demás sumamente ofensivas, que, al ser "naco" un término muy ambiguo, había que referirse a "el mal gusto" con el concepto "chaka". Concepto por demás muy interesante, pues si bien es cierto que lo naco ya se ha convertido en un adjetivo para referirse a "actitudes fuera de lugar", lo "chaka" encarna todo aquello que pretende ser una parodia de "la gente bien", del modelo extranjerizante, de las fiestas que se supondría que son de "fresas". 
Además, lo chaka ya no es la niña de 12 años que se embaraza, no es el niño de 10 años que se acomoda el cabello con cuatro kilos de gel y se decolora las puntas con agua oxigenada. Lo chaka también implica la pobreza, la falta de educación, la marginación y el rechazo de la sociedad ¿fresa? Hay implícito un discurso machista, sexista y racista. El chaka no es sólo el que perrea, maneja un microbus y esucha reggeaton, también es la niña o el niño que va al CONALEP porque seguro vive en un municipio que en carro queda a 40 minutos del la ciudad o pueblo principal. También es el moreno, el de rasgos andiados, el que no tiene coche y tiene que andar en bicicleta. Pero más que el chaka está la "chakita" o bien, la puta. 
La chaka no es sólo la niña de mal gusto que, sin otro horizonte o expectativa, termina orgullosamente trabajando en un Oxxo, yendo a CU a tomarse fotos frente a rectoría "pal feis"; la chaka está representada por la estudiante del CONALEP, a la cual agreden en Facebook llamándola "oficialmente puta, ya puede trabajar en la Merced, tiene su certificado nacolep". 
Tengo entendido que todo comenzó como una campaña contra "la mala ortografía", como una actitud de evitar el "deterioro del lenguaje, de nuestra hermosa lengua castellana", así el "bullying" contra los chakas, tan característicos por escribir "ola ke ases shijon la party de llesturdey", fue una defensa idiomática que ha permitido la incorporación de un discurso sumamente agresivo.
Hay páginas dedicadas a los chakas, sobre todo en Facebook, en las que sorprende la dedicación obsesiva por mantenerlas actualizadas. Cada día cuelgan fotos nuevas de algo chaka. Tanta dedicación, tantos comentarios, tantos likes y, sobre todo, tanto desprecio por este grupo me hace pensar que esto está cerca de convertirse en una agresión "real" de alguna de las dos partes. Hay algunas fotografías en estas páginas que incluso deberían ser objeto de alguna denuncia legal, pues exponen a las niñas de 12 a 16 años desnudas con algún adulto. Para mí se trata de un abuso de una condición social lamentable que debería ser analizada, y no burlada. 
Otra característica de los chakas es que no estudian en la UNAM –dicho sea de paso, universidad del populacho, de los nacos, según el discurso de muchos otros que creen que por estudiar en escuelas más "cerradas" ya pueden denigrar a todo aquel moreno con pinta de delincuente que "habla alemán"–; los chakas estudian en cualquier otro lugar... si es que estudian. 
Tras ver brevemente las "actitudes chakas" tan criticadas y atacadas en estas páginas he llegado a la conclusión de que en realidad se trata de tendencias que, más que estar fuera de lugar, están tratando de incorporarse a la cultura de masas. La ropa, los cortes de pelo, los zapatos, etc. son muestra de que las niñas  quieren parecerse a las actrices de televisa, y los niños a algún jugador excéntrico. "Sex and the city" es parodiado en "seps ant dhe siry", y eso es lo que enoja. Así como el "maricón" o la loca enojan por parodiar a la mujer. ¿Se trata de una parodia denigrante o simplemente de una aspiración?
Todos odian a los "wannabe". En Buenos Aires las odiadas eran las bolivianas que, sin tener cuerpo de blanca, querían parecerse a las porteñas. Siendo morenas se pintaban el cabello de rubio. Pero no general risa, no general compasión o lástima. Generan odio. Lo mismo los chakas. 
Si una actitud, una palabra o una tendencia se generaliza y logra entrar entre la "gente bien" deja de ser chaka: es cultura popular. Pero si sucede a la inversa se trata de algo que hay que odiar y despreciar.  Deja de ser wannabe porque ya es. Si un grupo de chakas gritaban en la perra brava "Goya, goya..." es naquísimo. Pero si ese mismo canto se entona fuera de un estadio por los estudiantes más fresas termina por ser in. ¿Acaso no la música de banda era de nacos y narcos hasta que la comenzaron a bailar en las fiestas de los "cultos"? 


El problema, si bien son un blanco fácil de las burlas, es que se ha exagerado el odio hasta considerar a todo chaka puto, y a toda chaka puta. Y tras revisar un poco más detenidamente el contenido de estas críticas "ola ke ases" ya no sólo se hacen burlas al mal gusto, sino que se traslada a considerar chaka a todo aquel de bajos recursos. Por decir algo: chaka es un niño que a todas luces está desnutrido, que no alcanza aún ni los 10 años y que muestra en una foto "pal feis" sus tenis nikes nuevos con suela color naranja. Los comentarios: "ese chmpanse [sic] come en un basurero y presume sus pinches tenis q [sic] son robados, pobre wey [sic]". Esa misma actitud por presumir los tenis la he visto en estudiantes de prestigiosos colegios y de universidades "selectivas y no del populacho", y también en estudiantes de posgrados. ¿Cuál es la diferencia?Quizás lo que los no chakas proponen con estas páginas es que la cosa se quede según su lugar: "cada chango a su mecate". 
El "feis" es entonces para los guapos, los adinerados y aquellos que, aunque pequen de nacos y de tener mal gusto, son gente bien. ¿La democratización termina por dañar la imagen y marcar las diferencias? Incluso, una característica de neonaco es "irle" a los Pumas y no estudiar en la UNAM. 
Sin más, sólo puedo concluir citando a Gómez Dávila: "cierta manera desdeñosa de hablar del pueblo denuncia al plebeyo disfrazado". 

Nicolás Gómez Dávila:
http://es.scribd.com/doc/22845972/Gomez-Davila-Nicolas-Escolios-a-un-texto-implicito-I

lunes, 6 de mayo de 2013

De mi encuentro con el Caribe

Cartagena. Al fin Cartagena de Indias. Lugar soñado desde mi más tierna infancia, desde los cuentos de piratas. Añorado sin saber que "ese lugar", entonces sin nombre ni ubicación, estaba en mi continente. Cartagena, donde nace la luz. Quizás, más que todo el asombro que me podían causar las murallas, los colores, la alegría, la música... la luz me llenaba del todo. Es una luminosidad inexplicable, contradictoria, como en un oximorón. Tanta luz anula las cosas, no es una luz nítida ni cristalina. Se podría decir que puede verse el color de la luz, tan extraño, tan oculto. La nitidez aparece en las cosas cercanas, como una revelación, pero no se puede adivinar el horizonte, no hay forma de saber "qué hay más allá", la luz lo envuelve y lo cubre todo. El pecho se incha, mejor dicho, se abre ante la belleza, se colma. "Es fácil olvidar y abandonarse ante tanta belleza".


La ciudad amurallada. Queda aún el vestigio de los ataques, de los intentos de conquista. Queda aún la prueba de que es una ciudad impenetrable. Se encuentra custodiados por los trazos de la inteligencia y la estrategia. Lo colorido de sus calles, la alegría de la gente, los cantos, los colores, toda la maravilla está por dentro y por fuera de sus murallas. Sin embargo, el calor sofoca, cansa, aletarga. Es necesario resguardarse de la luz, pues abruma, se transforma en revelaciones en el sueño. Las calles, pese a esa belleza y la felicidad que se respira estaban vacías. Las playas de Boca Grande, con ese mar frío, aún no reflejaban la vida del Caribe. Sin embargo, entrar al mar, bañarse en ese mar, es como bañarse en luz. 

El atardecer entonces. Apenas eran violáceas las luces, a veces verdes, a veces cobrizas y opacas. "Pensé que era más luminoso el atardecer", pero la luz jamás se apaga. La luz, pese a la noche, permanece. Entonces la vida, entonces las calles se llenan de bullicio, de música, de risas. Todo se puebla de mujeres y hombres alegres. Esa luz nocturna, tan extraña, que guarda Cartagena alegra y sana hasta la memoria más torturada. Entonces los arrojos, entonces las palabras francas, el erotismo al borde de la piel. Ese deseo está en el viento, el deseo de amar de querer de sentir es tan fuerte como la brisa. 

"Al fin Cartagena de Indias". 

La madrugada apenas se anuncia por los cantos de algunas aves y por la quietud de las calles. Apenas se presiente cuando la luz aparece con toda su fuerza, cuando todo se llena, nuevamente, de ese color inexplicable. La mañana aparece súbitamente. Hay que zarpar ya, el mar aún está tranquilo. Ese mar que se presenta tranquilo, adormecedor bajo un sol implacable ya apenas unos instantes de haber amanecido. Es un buen día para navegar. 



Primero la luz, navegar entre la luz. La ciudad comienza a perderse, se oculta no por la lejanía, sino por una cortina de luminosidad. Apenas se ven las murallas, apenas el castillo de San Felipe, apenas la grandeza de la ciudad amurallada. La bahía y la tranquilidad del mar quedan atrás. La violencia calmada del mar nos acompaña por todo el recorrido hasta las Islas del Rosario. 

Primero el mar azul, opaco, que se adivina en el fondo oscuro. Pero conforme entrábamos en mar abierto aparecía la claridad, primero azul, luego verde, hasta quedar el agua completamente cristalina. "Los corales golpearán el barco", sin embargo, la aparente cercanía del fondo era un efecto de la nitidez del mar. Las Islas. Todo se presenta como imágenes, como hallazgos que se presentan uno tras otro, tras otro, tras otro...

Al regresar de las Islas el mar anunciaba una tormenta. "¿Una tormenta con esta claridad?" Una tormenta que habría de violentarnos todo el regreso. Primero la emoción, la alegría, la confianza de que no se trataba propiamente de una tormenta. La luz lograba serenarme y mantenerme alegre. La violencia brutal de las olas golpeaba el barco. "¿Estás asustada?", me preguntó Sebas. Con trabajo moví la cabeza para negar, y pensé: "Preferiría estar asustada y no mareada". No pude ver en ningún momento cómo las olas golpeaban, cuándo subía el barco para caer violentamente. Mantenía los ojos cerrados para dejar que mi cuerpo, mi mente y mi sensibilidad se dejaran llevar por el movimiento. "No sé si la comida me afectó, si es el mareo, el mar o la luz -¡cuánta luz, cuánta luz!-, pero algo me hace ver colores tan vivos". Comenzaba a alucinar. Veía entonces colores brillantes, formas extrañas. Comenzaba a entrar en una suerte de sueño incontrolable. Las olas entraban por todas partes "Mi pasaporte se va a mojar y no me puedo mover". El agua golpeaba con fuerza. "¿Estás asustada?" Alcanzaba a escuchar a lo lejos. Apenas negaba con la cabeza. El chaleco salvavidas no me daba la seguridad que me daba encontrarme rodeada por sus brazos. En realidad me estaba quedando dormida en medio de la tormenta. 



"Ya vamos a entrar a la bahía" alcancé a escuchar. Abrí los ojos. Vi a un negro alto que con risa burlona nos dijo "Esto no es nada, eche, allí donde tú vas una ola sacó a un gringo del barco". Ya con completa conciencia no pude evitar responder a la sonrisa y a la burla, pensé "perfecto, si me saca una ola no importa, alcanzo a ver la orilla". Por fin entramos a la bahía. Entendí su importancia, entendí todo. Salimos a la proa del barco, a "secarnos", pero las olas y la lluvia aún golpeaban. No nos importó, podíamos ver Cartagena desde el mar. Me alegré al ver el embarcadero de los Pegasos. 

Tras lograr secarnos un poco salimos rumbo a Santa Marta. Dejamos atrás Cartagena. En el camino cruzamos una desembocadura del Río Margdalena, su magnitud apenas anuncia la inmensidad del río. Como niño que apenas descubre el mundo no podía dejar de hacer preguntas obvias que cariñosamente eran respondidas. Ya cruzando la ciénaga, o los dos mares, a lo lejos se adivinaba la Sierra Nevada, podía vislumbrarse de vez en vez según caían relámpagos. "Caminaremos por la sierra del Tayrona el fin de semana". 

Si la luz nace en Cartagena, el calor nace en Santa Marta. El sofocamiento, pese al aire acondicionado, a veces era insoportable. No había forma de "despertar" durante las horas más pesadas de calor. Pero el mar, "al fin un mar caliente", sorprendente, y sumamente salado. Ese mar que sería refugio y testigo de todo el erotismo que puede haber en el Caribe.



A un par de horas -creo- llegamos al Tayrona. La sierra costera más alta del mundo. Me emocionaba la idea de ver una sierra selvática junto al mar. El mar, ese mar lo esperaba con ansias. El camino parecía estar preparado para turistas perezosos. "Recorrer esto será fácil". Conforme avanzábamos el calor se volvía insoportable, el camino más abrupto, hasta quedar sólo un sendero que se adivinaba por abrirse entre la espesura de la selva. Al fin el mar, escuchaba el mar. La fuerza del romper de las olas me llenaba de esperanza, pero aún quedaban horas de camino. Cuando llegamos a la paya comprendí por qué pese a la lejanía podía escucharse el mar. El estruendo del mar era aterrador, sin embargo me sentí decepcionada: recorrer tanta selva en medio del calor para ser aplastada por una ola si apenas me atrevía a meterme. "Nunca había visto un mar tan violento".     

"Aún no llegamos". Sus palabras me devolvieron la esperanza. Volvimos a caminar, librando caminos de hormigas, animales extraños y cangrejos. 

-Qué feos son los cangrejos y qué desconfianza me dan. 
-Nunca has conocido a una persona Cáncer. 
-No, nunca.

El revoloteo de los recuerdo y del rencor, atizados por la espesura de la selva y el calor, se sosegaron al ver el mar. Otra vez el mar, un mar donde podría nadar. "Nunca había visto una arena tan gruesa, tan nueva". Continuamos hasta llegar a una bahía. "Yo no nadaré". Entré a nadar. Desde la orilla sentí la fuerza de ese mar, sin embargo, me dejé llevar. Nadé abandonada al capricho de las olas, sin alejarme mucho de la orilla, hasta que, sin saber cómo, me encontraba ya dentro, más adentro. La fuerza de mis brazos entonces no podía contra la fuerza implacable del mar. Ya sentía la debilidad, el desmayo por agotamiento. "La única forma de salir es dejarme llevar por una ola". Logré tocar la orilla, pero apenas puse las manos en la arena el mar me jaló de nuevo hacia sí. Grité, pero mi voz apenas era nada frente al estruendo de las olas. Tras unos minutos que parecían eternidades logré salir empujada por una ola. Cierto sentimiento de perversión por mi triunfo me invitó a volver a entrar al mar. Pero corrí hacia Sebastián. "Casi no salgo". Su distracción no le permitió ver mi lucha contra las olas, me causó gracia y pensé "cuánto drama por unas olas". 



Volvimos. Pensaba en el camino en la espesura de la selva, en que me gustaría subir hasta la ciudad perdida. "Esta sierra encierra los misterios del mundo". Había que caminar rápido. Sentía un cansancio insoportable en las piernas, sin embargo, salimos rápido de la selva, antes de que apareciera el "jeneque" -o algo así.

-¿Qué es eso?- Dije con cierto temor que pese a mi intento por ocultarlo fue evidente. 
- Camina antes de que salga.
-¿Cómo sabes que va a salir?- Insistí con temor, tratando de refugiarme en la incertidumbre.
- Porque ya han dejado de cantar los grillos. 

No quise insistir en saber lo que era y caminé deprisa. Como fuera, ya estaba por caer la noche. "Será un felino, un insecto, un roedor... México no tiene Caribe, definitivamente. ¿Cuánto faltará? ¿Qué es janeque o jeneque?".

- Vamos a la Guajira.
- Iremos a Taganga. La Guajira está muy lejos.

México parecía quedar muy atrás, muy lejos, guardado en algún rincón de mi memoria. Me encontraba inmersa en descubrimientos, en nuevas sensaciones, sentimientos y cercanías. Primero a la bahía de Santa Marta. "No hay bahía más perfecta, más hermosa". Ese mar tiene tanta luz, tanta vida. Es tan azul. Recorrimos entonces montañas casi desérticas, alturas que aparecían de manera abrupta. "Taganga, ¿qué significará?". A lo lejos logré ver la bahía verde-azul de Taganga, aún sobre los cerros áridos. Me sumergí en el mar que, pese a todo, parecía una laguna por la tranquilidad del agua. Mientras nadaba no pude evitar pensar que nadaba en verde, no en agua, sino en "verde... Verde que te quiero verde". A la lejanía todo tenía un color de jade. La emoción logró llenarme, llevarme a nadar placentera, feliz. A veces sola, a veces sujeta a él. Volvía a caer la noche, tuvimos que retirarnos. Antes de partir definitivamente nos detuvimos en lo alto, para ver la bahía. El agua ya comenzaba a tornarse dorada. "Verde-dorado". El cielo era ya violeta, "pero el violáceo es de las montañas". Partimos entonces, alcancé a regresar una mirada a la bahía. "Taganga, donde quise tus ojos del color del mar". 



"¿Iremos a la Guajira?"

Barranquilla nos aguardaba para revelarme otra suerte de encuentros. En la Cueva encontré, entre los amigos que recordarían y serían testigos de nuestro reconocimiento, el por qué me hacen felices las letras, -"valió la pena pelear por seguir en este camino"-por qué un compañero de viaje, de vuelo y de encuentros literarios es lo que me lleva a estar completa. Erick y Sarelys nos recordarían lo chusco, lo increíble y la magia que guarda nuestro encuentro de seis meses antes en Medellín. Los encuentros intelectuales lograron cerrar el recorrido por la costa de manera maravillosa. Al siguiente día regresaríamos a la fría Bogotá, con la alegría de la costa, del encuentro con el Caribe, y del descubrimiento intelectual.





domingo, 5 de mayo de 2013

Declaración de olvido

"La mujer que amé se ha convertido  en fantasma. Yo soy el lugar de sus  apariciones" 
                                                                            Juan José Arreola. "Cuento de horror".

Más terrible que cualquier cuento de horror es que el fantasma sea inventado, que no haya existido, que siempre estuviera muerto, que nunca hubiera tenido existencia: es que haya sido un "muerto" que en vida fue amado por otro y "yo soy el lugar de sus apariciones". Lo único que hay son vestigios, murallas derribadas, palacios destruidos y conservados a fuerza de nostalgias. Esos dejos de existencia, que ya no laten ni en agonía, se reconstruyen deformes, monstruosos e inexplicables en la memoria. Quizás hubiera sido mejor dejarlos en medio de la selva, dejar que el olvido los perdiera en la nada. Pero ya han sido descubiertos. Borrarlos, destruirlos, aniquilarlos, cuando ya explican un cauce, refleja el miedo a perderlo todo por un pasado irrecuperable. Al final no es más que pura mezquindad espiritual [tienes razón]. 

Pero, cual sobrevivientes "engañados" de una civilización destruida por debilidad, o debilitada, esos fantasmas regresan rencorosos y atacan con desprecio. Es un rencor vivo el que se refleja en sus ojos. Esa mirada de resentimiento llena de desconfianza, de miedo, de odio causa horror, cómo si encontrara en "nuestros" ojos un espejo. Los únicos sentimientos que despiertan son el desprecio, el asco, el deseo de que sea anulada hasta su última palabra. En el fondo ese resentimiento anhela destruir lo que sobre sus escombros se ha levantado. Quizás con los mismos cimientos. Quizás con las mismas piedras, pero jamás con las mismas manos. 

No hay tierra pura, no hay alma nueva. Todo está poblado de fantasmas. Cae la noche y desaparecen los ruidos, las voces, las risas o llantos y queda sólo un silencio en la conciencia. Las lecturas del día comienzan a fluir calladamente  hasta que todo es serenidad. Es el silencio el lugar de las apariciones. Es donde nacen los fantasmas. Primero como murmullo. Luego como sombra. Luego como presencia. Todo a fuerza de sugestión. El pasado, como lo "relata" en un verso José Emilio, que ahora no alcanzo a repetir, se convierte en un fantasma que nos alcanza desde un calmado lago de recuerdos. Más terribles son los fantasmas rodeados de superstición: pretenden, sin voluntad y sin fuerza, hacernos daño. 


Me he adentrado mucho en el "descubrimiento" y [des]conocimiento de ese pasado. Ahora lo veo en todas partes, en cada palabra, en cada gesto, en cada instante anterior a "nuestra era". A veces ese pasado parece alcanzarnos y contaminarlo todo, con un fétido olor a muerto. La tristeza entonces. La lectura de ese pasado tan lejano e inmóvil se transforma en la tontería de la interpretación. Un nombre, tan sólo ese nombre rodeado de construcciones poéticas que buscan eternizarlo, cual dios o religión, atormentan lo que se querría profano. El fantasma se transforma en base mitológica, y adquiere un poder fundacional que escapa a cualquier explicación "racional". Envuelve. Consume. Inmoviliza. Mata. 

Mientras escucho [tu] voz no hay riesgo de que aparezca. Se queda en su ciudad perdida. En los cimientos que se cimbran, pero que no [nos] rompen. En medio de las meditaciones solitarias cae la angustia en el pecho, pesada, hiriente. ¿He de acostumbrarme a vivir con un fantasma? A veces, en medio de la angustia que llega a causar ese "enredo", cuál brujería, parece necesario abandonarlo todo, dejarlo todo. Entonces la voz de Horacio: "quien muda de cielo no muda de ánimo". Quizás, aún fuera de su ciudad, trazada con el error arqueológico, estaría a salvo, pero ya [me] ha "tocado". Quizás lo que espera ese hechizo -que se gestó en una memoria forzada- es que todo muera. Que en un arranque de desesperación y miedo todo se destruya, se abandone, para fundar otras evocaciones, otras ciudades por rescatar del olvido; otro fantasma. 

Al final, [cólmame el alma y déjame el arrebato amoroso] para poder desaparecer esa sombra, para encontrarla como una roca, como un sorprendente, incognoscible y a veces bello pasado... 


miércoles, 1 de mayo de 2013

Crónica de una lectura

Encontré las más gratas formas de felicidad en el diálogo. Hablar con gente interesante, en compañía -y de la mano- de la más gratas de todas, ha sido de las experiencias más enriquecedoras de los últimos meses. Recuerdo entonces que fue hace ya años que me sentí así de feliz, cuando aún era "la niña", por ser la becaria de 22 años en medio de investigadores que ya rebasaban los 40. 
El díalogo en estos últimos meses ha sido una de las formas de mayor conocimiento y construcción de sentido, de reflexión y de discursos. El diálogo ha sido la forma, válgame la construcción, de rebasar el discurso, de superar el orden y, en el fondo, en últimos momentos, la superstición. El dialogo mantiene un flujo y nunca es el mismo, sólo corre, y aunque se regrese -como al río- nunca serán las mismas palabras, los mismos sentidos o las mismas búsquedas. Esa movilidad es la que logra curar el alma, quizás, permite dejar puro el amor. Pero en todo fluir se percibe algo de dañino, algo de violencia al abrir el cauce. Algo de temor por que algún día deje de fluir y quede el surco -como acueducto de civilización abandonada.

Hace un momento leía sobre la construcción de sentidos y de la superstición. Recordé a Octavio Paz, quien con mucho afán sofista atinó a decir, con pretexto de Nervo, "todo discurso, por muy fundado en la libertad que esté, termina por convertirse en una cárcel". La creación de sentido, sin ese flujo, sin la movilidad, sin la variación, sin el diálogo, termina por transformarse en dogma, en estanque, en musgo: siempre lo mismo. Termina por convertirse en un muerto. (La transformación epistémica de los modernistas tiene origen en esta inquietud, en la búsqueda por escapar a ese anquilosamiento, a la muerte de la cultura, de las letras, del sentido, de si mismos. Con el movimiento la muerte es risible, la muerte se mueve y puede dar vida).

Que el diálogo sea la construcción de conocimiento y sabiduría, la retórica es la puesta en práctica de esa sabiduría, y la filosofía la sistematización y desconstrucción de esa sabiduría -búsqueda de una genealogía del saber- permite pensar un orden del pensamiento, de la apropiación de mundo. La tontería de todos los que se han (hemos) acercado al discurso con el fin de encontrar lo que subyace a éste está en no comprender la inutilidad y el infierno al que se enfrentan, al encontrarse a caballo entre las tres formas y no comprender ninguna. Un diálogo tiene en sí mismo un sin fin de prácticas intelectuales, emotivas e intencionales que escapan de cualquier comprensión si no se cuenta con el respaldo de la práctica dialéctica implícita. La retórica y la filosofía quizás sean las formas más fáciles de comprender, por su sistematicidad, por su construcción lógica. Lo vivo es difícil de asir, lo preconstruido es puro artificio, y lo muerto, muerto está. La muerte o "lo muerto" no es más que una construcción del recuerdo, una sistematización de lo que alguna vez estuvo vivo. Artificio, entonces. Plinio recoge un análisis de tiempos muertos para no regresar a ellos, y para comprender lo nuevo, lo hace con artificio y eso vuelve a esos tiempos bellos y deseables. Pero quizás sea un deseo mítico, un deseo del que una distancia histórica y una conciencia de que no es más que "ficción" nos resguardan. Benditos horizontes. 

La retoricidad de López Eire es la forma viva, la transformación de la lengua en el "conmovere". La trampa del lenguaje y del discurso es que en medio de la construcción retórica o la retoricidad no haya conciencia de lo que se está haciendo. Pensamos por medio de construcciones discursivas, ¿cómo pensar nuestro pensar? La toma de conciencia de lo que precede a esa construcción quizás sea la forma más plena de conocimiento, dada por el diálogo, lograda a través de la franqueza dialéctica. Pensar en el discurso es lo que debe lograrse, pensar en la construcción epistemológica propia y de cualquier construcción para no remover el hedor de los muertos o gangrenar lo vivo. 

El error, entonces, está en pretender darle vida a lo muerto. Pretender meter en medio de la retoricidad, y no de la historicidad, lo ya anquilosado. Darle movilidad no en el recuerdo, sino en el presente. ¿Qué impide separarlos? Quizás el rinoceronte de Durero, con esa construcción retórica sobre la memoria y la melancolía, que juntas terminan por formar ecfrásticamente una armadura contra la movilidad. La memoria sin diálogo termina por convertirse en una melancolía que aprisiona al más fuerte.  

La culpa impide salir de la cárcel. No es hasta que se cancela, se paga, se aclara, se remueve ese adeudo que se logra entrar nuevamente en el flujo.  En la mitología japonesa los muertos "nos acompañan", cargamos con ellos si es que hay alguna culpa. También en la del bajío: "El muerto le pesa en la espalda". ¿Qué hace que el muerto pese tanto? ¿Qué hace que no puedan quitárselo de los hombros, que les doble el cuello, que refleje una angustia? ¿La retórica? ¿El orden del discurso? Quizás sea la necesidad de creer que todo puede reconstruirse, restablecerse. Que aún puede guardarse y procurarse el orden original, el orden anterior.

Quizás más que restablecer el orden por medio de discursos aprisionantes, para que nada salga del control, porque la movilidad implica transformación, habría que ordenar el resquebrajamiento con un nuevo cauce, y no abandonarse a las leyes de la entropía. 
Pese a todos los vuelcos del discurso, todas las destrucciones y construcciones epistémicas, bajo las cuales no parece perdurar nada, puedo decir que "te quiero más allá del discurso", no importa cuántas cosas cambien, cuanto dolor "superficial" pueda causar una nueva realidad, o miles de realidades yuxtapuestas, siempre dentro de la violencia de un rápido que en el algún momento encontrará la calma y la desembocadura para entrar en movimiento perpetuo. Si un reconocimiento aguanta la violencia del diálogo, el azote del discurso, la variación epistemológica se ha ganado todo. Se ha logrado escapar a la cárcel del discurso.

Para los autores de "Retórica, sabiduría y sentido" hay discursos impenetrables que dan la impresión de ser "cosas inamovibles", de ser dogmas o lugares finales "una suerte de dioses". El orden del discurso traza la angustia de no encontrar nada "verdadero", de ser el discurso una farsa (o cuentos). Sin embargo, en una tarea ardua, dolorosa, confusa y angustiante por destruir todo discurso y ver qué es lo que queda, puede encontrarse, entonces, qué hay algo que mantiene el vínculo, que para poder encausarlo es necesario ponerle otro discurso que lo resguarde, que lo proteja, para después cambiarlo y construirlo, moverlo o sacudirlo para que no muera, para que no se gangrene o se agote. 

La transformación, la búsqueda constante, el cimbramiento del logos -de la cultura- permite la libertad, el auténtico reconocimiento, la inmaculada mirada. Sin embargo, "nada está dado", dentro de esa destrucción del logos se construyen otras, así per secula seculorum, mientras el hombre siga siendo racional. La inteligencia radicaría en superar lo racional para fundar "el orden de la transformación".
El problema es que el discurso nos supera, nos rebasa en territorios inaccesibles, en calcos culturales, psicológicos y educativos -incluso dialécticos-. Hay una forma dialéctica para cada mundo, para cada reconocimiento, eso no lo dudo. Pero, ¿cuando pese al encuentro falla la dialéctica? Sin la retórica la guerra permanecería, pero incluso en la retórica se justifican los más atroces atropellos. Lo que queda para resguardar(me) de las telarañas del discurso es entrar al juego de los mecanismos  discursivos para adoptar los recursos naturales, el flujo de una forma que, pese a la torpeza, brusquedad o fingida estulticia, no guarda mala fe. 

Al final sólo poder decir "te quiero más allá del discurso". Ahora, tras volver a un cauce de dudas por donde fluye el amor se me ha caído mi discurso. "Mi amor, no hay discurso que valga". Y no gracias a la voluntad sino al encuentro y reencuentro, a la búsqueda continua. Había olvidado que ante todo es la compañía. Eso es lo que he buscado, lo que hemos buscado y como nos hemos encontrado. La memoria a veces juega a codenar al olvido. 

Para mi buena fortuna la realidad supera el discurso, de lo contrarío estaría al borde del derrumbe, al filo de los ojos secos y de la rabia contenida, "a la orilla de mi misma". Las realidades no se hacen de retórica, sí los acuerdos, los pactos, las promesas, toda construcción epistémica que se circunscribe a una búsqueda de seguridad tangible en la palabra. Pero al final sólo está allí el cause. 
Reitero...