domingo, 20 de agosto de 2023

Negativos

Hace unos días se metió una mariposa a mi casa. No era peculiarmente linda pero sí era particularmente grande. Pensé en todos los mitos sobre las mariposas. Casi todos aluden a presagios desagradables: alguna muerte, alguna pérdida, enemistad, qué sé yo. Me recordé de niña cuando escuchaba las conversaciones supersticiosas de mis primas y sus amigas. Yo, siempre al cuidado de ellas, era una suerte de compañía y de pendiente. En ese mundo infantil, en casas desconocidas, mi mente se pobló de voces femeninas que trataban de descubrir el mundo. 
Recuerdo una creencia peculiarmente graciosa: las mariposas de colores anuncian embarazos. "¡Dios me libre!" Inmediatamente después recordé otra voz: "cuando una mariposa te busca se trata de un recuerdo que te manda alguien que ya murió", decía mi abuela. Pensé en ella, pensé que quizás era un recuerdo que ella me enviaba. Hacía mucho que no soñaba con ella y precisamente la noche anterior la soñé. 
Lo cierto es que esa mariposa me trajo muchos recuerdos, resucitó muchas voces que tenía apagadas, olvidadas o encerradas por el dolor de la pérdida. Quizás lo que realmente murió fue esa infancia, que he decidido enterrar profundamente para no enfrentar el duelo de haber perdido ese mundo que se presentó tan mío, que se hizo para mí, que yo imaginé y di por hecho, para ahora no encontrar ni ruinas. Esa pérdida, el no reconocerme y no reconocer a nadie en ese pueblo me ha llevado a buscar desesperadamente nuevos espacios para dejar de estar suspendida. 
Esos recuerdos se han vuelto una suerte de negativos, una historia detrás de las imágenes que conservo en la memoria. Pero a la vez esos recuerdos que antes parecían tan nítidos, tan reales, terminan por disolverse en otras reflexiones, en usos, en recuentos y cuentos. Ya no hay nada que nos una. Ese cariño que seguro existió en algún punto ya no existe porque la vida es así: todos estamos muy ocupados.
En medio de la destrucción y rescate de negativos, pensando en las ruinas que quedan de un anhelo que tuve de niña, y no era sino el anhelo secreto de la familia,  recordé "Contra la Kodak" de José Emilio:

Cosa terrible es la fotografía.
Rostros que ya no son,
aire que ya no existe.
Porque el tiempo se venga
de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,
las fotos se resquebrajan, amarillean.
No son la música del pasado:
son el estruendo
de las ruinas internas que se desploman.

Lo que quedan son fragmentos de un recuerdo y un anhelo, "ruinas internas" que se desploman cuando intento recordar con nitidez mi niñez, ese momento que se supone será el fantasma de toda la vida. La última vez que vi a mi abuela, eje de mi infancia, estaba ya dentro de su ataúd. No la reconocí pero ahora sé que fue su última fotografía, ese rostro ya sin vida, sin aire, sin recuerdos... los recuerdos era lo que ella tanto atesoraba. Con ella se fue un mundo irrecuperable. 
Más que sus fotografías, agradezco haberme quedado con sus cuadernos que tienen pensamientos, recuerdos, fragmentados en tono de canción elegíaca, pero también tienen anhelos disfrazados de rezos. Esos anhelos que nunca comunicó y que, sin embargo, todos buscaban desesperadamente cumplir, todos creamos una ilusión que, gracias a Dios, se rompió cuando ella murió. Mis ruinas internas comenzaron a desmoronarse entonces, quizás las de todos. 



Mi hermano tomó esa fotografía de mi abuela, que revela cierta indefensión ante el tiempo. Mi primo, quizás el único que me queda, decidió hacer tazas para su primer aniversario luctuosos. Tras tres años de muerte, que parecen muchos más, porque en su recuerdo ya ha calado el tiempo, la fotografía de la taza ya comienza a envejecer, a recuperar su forma de negativo. Estaba tomando café en esa taza cuando la mariposa se posó sobre ella, arruinando mi café, por supuesto. Entonces pensé en las fotografías, en las casas, en las novelas, en la imperiosa necesidad que tenemos por recordar y de olvidar, de liberarnos de un pasado que tiene de doloroso algo más que el verlo perdido, pero a la vez de atesorarlo como si fuera nuestro único asidero en medio de un mar en calma, más temible que la tempestad. 

Hace años, para un cumpleaños de mi abuela, mi padre le regaló un cuadro de Ocampo. Antes de que ella muriera me dijo que quería que lo recuperara, que era un cuadro que a ella le había gustado mucho. Yo lo hice, lo recuperé, pese a la inicial discordia que se despertó de eso. "Yo con los recuerdos que tengo de ella tengo", se dijo entonces y se repitió varias veces, como un eco que anunciaba la irremediable distancia y la separación. Entonces pensé en la importancia de lo material y el dolor que implica no poder asir lo que imaginamos que recordamos. Pensé  en la importancia de que una persona que muere haya dicho antes "quiero que tengas esto", porque es una forma de reconocimiento, de que te pensó en el futuro sin ella, un deseo de ser recordada específicamente por quien recibe el objeto, quizás por la posibilidad de decir "este cuadro me lo regaló..." y contar una historia. En este caso, la historia concadenada con la de mi padre... Curiosamente la última vez que la vi me dijo en medio de un delirio: "hace mucho que no veo a tu papá, la última vez que lo vi fue en el funeral de tu tío, pero después él murió. ¡Tú estabas tan callada!". Algo me estremeció hasta las lágrimas tras escuchar ese pequeño relato, después empezó a confundir sus recuerdos con los míos, con lo que yo le contaba, como si quisiera que en la memoria o en la ficción, en los sueños y en el delirio, estuviéramos juntas. Una falsa fotografía sin negativo. Quizás todos los recuerdos son así. 

Mi abuela me pidió que preservara un cuadro más para mí hermano. Allí está el cuadro, esperando, a tener más historias enlazadas. 

jueves, 13 de abril de 2023

Conozco la voz

 Ese sueño pandémico se presentó nuevamente. En 2020 por supuesto que reconocí la voz. Es imposible no hacerlo. Esa voz que me acompaña en todos mis pensamientos. Esa voz con la que dialogo internamente. Tiene un nombre y un rostro que no quiero ver. En mi sueño tampoco quería verlo porque nos tenía abrazadas a las dos y yo no quería que eso se confundiera con algo más... 

Hay una insistencia por ver en ese gesto de protección algo más. Pero la lluvia de alacranes, que me angustió al principio, se siente amenazante, sí, pero no nos toca si nos mantenemos en nuestro refugio. 

Desterrada nuevamente he vuelto a decir que soy de Guadalajara. Mi tierra parece haber sido siempre la Ciudad de México, de la que estoy escapando desde mi más tierna infancia. Mis primeros recuerdos y sueños son el metro. Mi hogar para "regresar" sería la gran Ciudad. Cuando la voz decía que no tengo a dónde regresar en parte tiene razón, ¿cómo podría regresar a esas ciudades que tanto me quisieron? No pertenezco a ninguna de ellas y volver a Jalisco implicaría un trabajo superior. Cuesta mucha energía decir que se es de un lugar que ya ha dejado de ser. 

En mi mente me refugio en esa voz. Claro que sé de quién es y por eso ahora, ante tanta insistencia, empezaré a buscar su rostro. 

domingo, 5 de febrero de 2023

Un sueño pandémico

 Acaba de iniciar la pandemia. Apenas unos días antes de iniciar el pánico habíamos estado en Xalapa fantaseando con lo "divertido" que sería tener un trabajo allá (acá). Quizás podría hacer un posdoc en la UV, pensé. Con la pandemia todo era confuso y sin tener plena conciencia de nada, terminados encerrados en el pueblo de mi infancia. Un pueblo que ya no era mío, en el que ya no estaba mi abuela. Nadie sabía exactamente qué tenía que hacer o dejar de hacer. En medio de toda la incertidumbre decidimos asumir el exilio sanitario como algo ineludible. No volveríamos a la ciudad hasta que todo eso acabara... Nos quedaríamos en el pueblo. Todo parecía mejor en medio del bosque. 

Decidimos vivir mientras tanto en la casa de "La Loma", que había estado deshabitada por lo menos diez años (desde que comenzó la época del terror por el narco). Algo de estar de nuevo en ese pueblo me incomodaba, pero a la vez me daba tranquilidad saber que tenía mucho espacio boscoso para aislarme sin peligro de contagiarme del virus. La pandemia nos llevó a encontrarnos con las alimañas. Todas las noches caía algún alacrán del techo. Detrás de cualquier mueble había alguna alimaña venenosa. Hacía 20 años que no regresaba a vivir a ese lugar y había olvidado todos los riesgos. "Te has hecho muy citadina", me reprochaban con frecuencia cada que escandalosamente mataba alguna alimaña nueva. Mi mayor temor, naturalmente, era mi hija de, entonces, un año. 

Una noche muy lluviosa escuché claramente cómo caía algo del techo. Alacranes, pero el sueño me venció. Soné que llegaba sola cargando a mi hija a una zona muy boscosa de Xalapa. Una voz, cuyo rostro nunca vi, me había prestado su casa "mientras nos acomodábamos". La casa era ruinosa y del techo caían copiosamente alacranes. Mi angustia era inmensa al sentir que caían sobre mí y sobre mi hija. Preguntaba "¿y por qué tendría que quedarme aquí? Quiero volver ya mismo a la mi casa". La voz me decía "porque te ganaste una plaza y porque no tienes a dónde volver". 

Desperté de inmediato buscando en la cama los muchos alacranes que en mi sueño habían caído sobre nosotras. No había nada, pero sí había muchas alimañas por el suelo que, inmediata y ruidosamente, me dediqué a matar y perseguir. Comenté mi sueño más tarde con una amiga: "¡Qué se te haga buena!" "¿Qué? ¿Los alacranes? Esos ya se me hicieron buenos", "La plaza. Que te ganes la plaza". 

Jamás, pero jamás, me hubiera imaginado que ese sueño iba a tener algo de premonitorio. Espero no encontrar alacranes en mi casa, aunque sé que hay toda la clase de alimañas que me pueda imaginar en este Bosque de Niebla. Cada que tuve el impulso de quedarme escuchaba esa voz que no es sino mi propia voz: "me gané una plaza". Todo inicio es difícil y angustiante. Me hubiera gustado que fuera diferente. Me habría gustado tener más tiempo. Hubiera querido despedirme a su tiempo de la Biblioteca. Pero ya estoy aquí con mi hija en una casa que aunque no es ruinosa, será nuestro refugio "mientras nos acomodamos".

Espero que pronto "nos acomodemos" y todo encuentre su nuevo orden. La sensación de dejar el Altiplano fue parecido a un desgarro. Una serie de fracturas que me quitaron miles de pedazos. Y así estamos acá, sin nuestras cosas, sin algo nuestro. Tras cruzar la neblina sólo me queda una extraña nostalgia por el gran valle, pero ninguna necesidad por volver. Ya renuncié a todo allá y lo aposté todo a un sueño. Y, como en medio de la niebla y de un sueño, no logro ver nada más allá de lo inmediato. Así fue llegar a vivir a Xalapa. Una ciudad que extraña y misteriosamente siempre me atrajo, pero nunca la pensé como algo real. Quizás sigue siendo este un sueño.