miércoles, 10 de agosto de 2022

Algunos apuntes sobre Tálamo

 [Este texto se publicará en las memorias del Coloquio Internacional de poesía de Mujeres, organizado por le Senado de la República]

La obra y figura de Minerva Margarita Villarreal en muchos aspectos resulta indisoluble. Minerva volcó su esencia, su inteligencia, sus angustias y su propia noción de existencia en su obra. Toda su obra. Sus poemas son registro e imagen tangible y transparente de ella misma. Al igual que su propia creación, su labor intelectual fue siempre visionaria y generosa. Todo su trabajo podría entenderse como reflejo fidedigno de su arrojo, inteligencia y vitalidad. La poesía fue el medio de interpretación la Vida. La obra poética de Minerva es una crítica a la “realidad” –así, entre comillas–; su canto se eleva en defensa del espíritu y de la experiencia misma, lo que recuerda la poesía mística, la vinculación con lo divino, más allá de una idea concreta de Dios o de Más allá. 

Parte de su labor como fiel amante de la poesía fue nunca limitarse a sí misma. En su personalidad siempre generosa, desarrolló vastos proyectos culturales de fomento a la lectura, investigación, recuperación histórica y empresas editoriales de difusión poética que no alcanzan parangón con otras propuestas librescas –impulsadas por mujeres– en nuestros tiempos. Su labor intelectual siempre fue convergente y diferente. Como poeta implementó diversos registros, lo que vuelve su basta obra una suerte de biografía poética. El corpus que conforma su obra es evidencia, forma y testimonio de su búsqueda vital, de su configuración misma como mujer, de sus reflexiones sobre lo femenino, la maternidad, la muerte, la enfermedad y el amor. Como académica colaboró en distintos proyecto. Estuvo al frente de la Capilla Alfonsina, trabajando arduamente por la conservación, restauración y democratización del acervo allí resguardado. Quizás uno de los proyectos más brillantes que realizó como directora y editora fue El Oro de los Tigres. Se trata de un extenso y complejo homenaje a Alfonso Reyes. La selección de poesía traducida en esta colección se vuelve una suerte de torrente artístico vertiginoso y fascinante.

Era también una lectora implacable. Pese a su asidua inclinación por leer, reivindicar y apoyar a poetas jóvenes, siempre mantuvo una interesante inclinación por la poesía mística. Su poesía es mística. Se ha dicho mucho sobre cómo Minerva no “nombra” el mundo, sino que teje un puente entre lo terrenal y lo divino, pero pocas veces se ha señalado que para ella todo acto poético, o la poesía misma, es en sí un acto místico. Estos elementos no sólo los encontramos Las maneras del agua (2016), sino que se trata de un elemento recurrente en toda su obra. De hecho, en un estudio pormenorizado se podría demostrar que toda su obra funciona a manera de espiral constantemente autorreferenciado en una constante mística. Las imágenes se repiten a lo largo de sus libros, pero no como copia y no como repetición, sino como recuerdo, lugar poético, impulso y fuerza. 

El misticismo de Minerva recuerda a Santa Teresa de Jesús y a san Juan de la Cruz: una poesía centrada en lo llano, que retoma los gestos exiguos, los eventos cotidianos y, aparentemente insignificantes. En esos resquicios de “silencio” en los que nada pasa ella encuentra a Dios: en la sencillez, brevedad y potencia de la poesía. El recurso de Minerva es la recuperación del oxímoron que refiere al instante atemporal. El momento entre la creación y la ideación: el acto poético. Su obra refieren al instante mismo de la aparición en la que se confunden el pasado y el futuro, aquel en el que el tiempo se distiende y se contrae. Así entiende ella la poesía. Esa búsqueda de la posibilidad, el espacio entre la luz y la sombra, el “delgado contacto entre la noche y el día”, lo que es y no es, es la experiencia mística:  “resulta que lo que no es y nunca será/ es lo único que es nuestro”, dice Minerva. 

Ese instante guarda el movimiento perpetuo y envuelve la voz lírica en una suerte de visión total del universo, como si se averiguara el nombre de Dios. Un nombre que sólo es revelado en el lugar mismo de la poesía. La forma como Minerva se entregó a la poesía no deja de ser significativa: se trató de una revelación divina. Señala que durante su estancia de estudios en Israel, en Haifa, en medio del estrés político, entre alarmas antimisiles y la sensación de la guerra, presenció un bombazo que generó un instante contundente de silencio entre la detonación y el estallido, “como si el mundo fuera de golpe a desaparecer”. Un día, mientras tomaba sus clases de sociología en la calle Shoshanat Ha’Karmel, vio un gran jardín y un gran árbol, en el Monte Carmelo, que se impone frente a toda Haifa. Cito: 

vi a través de la ventana que estaba a mi izquierda un gran árbol, era un árbol inmenso y sentí que me hablaba. El tiempo se detuvo. Oí que una voz me manaba hacia la poesía. Fue algo muy fuerte […], que un ángel me llamo desde ese árbol y que el tiempo se paralizó y yo entré a obedecer el dictado. No he hecho otra cosa desde entonces. Es mi gran entrega. 


El gran árbol es un tópico de la poesía mística. Un lugar recurrente del “paraíso” o jardín de Dios. El canto, que se traduce como poesía del la voz latina Carmen, o energía hecha palabra, también recuerda el Karmel, voz hebraica que significa jardín. Para el profeta Elías era la representación del Monte Carmelo, que en las lenguas semíticas, dice Juan Carlos Abril, no es sino “la viña de Dios”. El Karmel-jardín o carmen (la poesía) es ese lugar de comunicación con Dios. El espacio donde se recibe su Misterio. En algunas regiones de España a los jardines se les denomina cármenes y, extrapolando esta curiosidad lingüística, es posible apreciar la relación del jardín, la poesía, no solo como un lugar de recreo, sino, como diría San Agustín, “el lugar in excelsis deo, teatro de la apoteosis, manifestación del nacimiento, de la asunción o anunciación, y el éxtasis” (sp.): Es un lugar en el que el tiempo se paraliza: “Minutos antes había llegado Gabriel/ y esa luz lo habría fulminado/ antes de que partiera la muchacha/ entre el miedo y la luz/ a dar/ temerosa/ el aviso de la nueva”. 

El jardín es ese lugar místico de la revelación de Dios, el espacio en el que se intuye su presencia y su magnanimidad,  que se transforma en amor. La voz lírica es el locus donde todo ocurre, donde se revela la poesía y toma forma de una casa, habitación o conciencia: “Esta casa soy yo”:

Una puerta hacia otra

conduce a un jardín

de ahí brota el calor

del amor que te tengo


el pan de mañana


[…]


La piedra

bajo la lluvia

La piedra

que ve a Dios


La poesía de Minerva reproduce, recupera y recuerda ese instante de revelación, su obra es precisamente un lugar, un momento en el que todo se confunde, aquél de absoluta visión del universo en el que todo pasa como el viento, anhelos, sueños, recuerdos ajenos y a la vez propios. Todo cobra sentido y lo pierde. Son instantes en que la vida tomaba su forma se entretejen y se diluyen con la misma velocidad de un ritmo sostenido, fugaz, implacable: 


Ahora que me he desposado

mi realidad es doble

Ahora que me entrego

mi realidad se multiplica


  El ritmo de su poesía. Toda su producción tiene un fuerte rasgo confesional, que le permite darle sentido a su tiempo. En tanto acto poético, ella, su voz, perdura atemporal en su obra. Por medio de la palabra ella se une y une su vida, y la vida de los suyos, al acto de habla más poderoso: el instante mismo en que una divinidad nombra la luz y la luz fue. En su poesía es posible ver la transformación del logos hecho carne, el instante mismo de la creación:

Mi herencia vive

porque el Dios que me escucha

es la palabra


Es así como la poesía, el acto poético, el verbo hecho carne, crea la realidad: “y todo lo que escribo/ es real”. En Tálamo se reproduce instante previo la concreción y posterior a la idea: el momento de la concepción: la iluminación, tan fugaz pero tan eterno. Todo se transforma en el centro de la experiencia de vida en la que se confunden muchos momentos más: el pasado y el presente, los sueños y lo irreal, la vida con la muerte. Lo real no existe sino en la palabra. Todo lo que está fuera pierde sus límites y se transforma. Es el Tálamo el umbral en el que todo adquiere su forma divina, atemporal y profética: 

Como si un papalote se alzara por el aire

el velo desprendido los niños

[…]

niños que el viento aleja

y yo intento unir

[…]

El tálamo 

humedecido

bajo las sábanas

la certeza en el viente


“La certeza en el vientre” es el punto de inflexión del poemario Tálamo. El lugar del amor, de la gestación, del nacimiento, de la orfandad, la enfermedad y la muerte. Un cáncer de ovario le arrebataría la vida a la poeta en 2019. Un cáncer diseminado por todo su cuerpo que se presentó, primero, como un martirio místico que le permitiría la revelación divina transfigurada en poesía:

Me dio cáncer tuve cáncer y estuve tocada por la muerte

Cáncer en el ovario derecho

Cáncer

Pero el sol

también vino a tocarme


El Tálamo es la habitación de la conciencia, en el que la experiencia, la revelación, el amor y el misterio adquieren su existencia: el lugar en el que todo se confunde. El tálamo que ordena todo el ser biológico y todo el ser inmaterial. Es una forma de vientre de “todos los colores” y del “miedo y la fuerza”:

y el mundo 

baja por mi vientre

toca lo más húmedo

y tu silencio

y tu voz

forman un hemisferio


La voz lírica adquiere fuerza en la voz de otro, que recuperan su confusa y acaso delirante experiencia mística para darle forma terrenal y hacer este mundo habitable, dotarlo de sentido y anclar su existencia al amor, divino y terrenal, porque sólo en la conjunción de voces es que el verbo se hace carne:

No hay calle ni balcones ni peces

sólo el cuerpo del amor dice:

detrás de mi no hay nada

y el mundo solamente me eres

en esa estancia sucedida

en el lecho

[…]

Me he casado contigo

y todo lo que escribo

es real


Su poesía tiene un fuerte rasgo confesional. El rasgo místico se revela como una constante en todos sus poemas, y en Tálamo adquiere forma de homenaje al amor y a lo real, a lo tangible y sensible. Lo común de sus poemas es la elevación de lo mundano, tras despojarla de sus límites corpóreos, para llevar ese momento fugaz a la Gracia. En este libro establece una comunicación indisoluble entre lo divino y lo terrenal. La obra de Minerva concede el misterio  a una idea femenina de Dios que se refuerza en la unión del otro. 

Un Dios que es ella, que es diosa y que en su centro y en su palabra el mundo ES. La luz, el agua, el amor y el dolor mismo tienen forma al ser nombrados. La palabra se transmuta en forma y esa forma atraviesa la luz para reencontrarse con la palabra y diluirse nuevamente en una totalidad dinámica, como el universo mismo; pero se disuelve, tiene sentido, adquiere realidad, por medio del amor. 

Estos poemas revelan cierta espiritualidad en espiral. La voz poética eleva el entendimiento hasta Dios pero encuentra la vía de contemplación por medio del cuerpo. El cuerpo es el centro de la poesía de Minerva Margarita: el cuerpo que goza, que sufre, que se enferma y da vida y que muere. Su centro va del tálamo al vientre: “Estoy tocada por Dios/la violencia de su cuerpo/ por mi sangre fluye”. El misticismo de Minerva es la posibilidad de regresar al cuerpo no como atadura ni cárcel, sino como lo único real, que toma forma por medio de la experiencia hasta el instante de la muerte. Un cuerpo cuya voz no tiene fin. Porque su voz:


Nadie me la puede robar

Mi herencia vive

porque el Dios que me escucha

es la palabra

Nadie me la puede quitar


Tálamo, homenaje al amor, resulta mucho más complejo que lo que podría abarcar en estas escuetas líneas. Sin embargo, en estos versos se revela un misterio –el Misterio– de un instante en el que Dios, el amor, y la configuración misma de la voz poética como Creadora, nombran el mundo de una forma atemporal e inaprensible. Las imágenes que Minerva Margarita Villarreal vierte en este libro se escapan como un río en, pero perduran como una sensación corporal, como el agua en la piel. Su voz poética tuvo tono de profeta, y cual profecía, sus poemas adquirieron una dimensión atemporal, incorpórea, pero a la vez tan material como ella misma.