miércoles, 20 de febrero de 2013

Por unas faldas


Resulta más que un insulto ser juzgada por la vestimenta. Sobre todo cuando ésta es tildada de “inapropiada”. Tras el escándalo que causó -yo sigo sin comprender bien por qué- la minifalda de la diputada de izquierda Crystal Tovar, no pude evitar preguntarme qué pasa con la visión machista de México.
Recuerdo ahora La marcha de las putas, cuya consigna era “Le dices puta a una y nos dices putas a todas”. Movimiento surgido a raíz de un comentario emitido por un elemento masculino de seguridad pública, tras los ataques de acosos sexual sufridos por unas chicas en la calle: “si se visten como putas, ¿cómo no quieren ser tratadas como putas?”. La marcha de las putas causó más que polémicas un sin fin de burlas. Pero lo verdaderamente alarmante de esa marcha no fue el movimiento en sí, que poco éxito tuvo por desgracia, sino los comentarios emitidos por hombres y mujeres en la capital del país. En general se consideraba que se trataba de un movimiento ridículo, pues las mujeres podían vestir como se les viniera en gana, siempre y cuando no perturbaran a los hombres, pues “estos pobres e indefensos” no podían resistir ante las insinuaciones de “una cualquiera”. La marcha de las putas pasó sin más.



Resulta curioso que el problema de la vestimenta no es en sí andar “en cueros” o no, sino lo que la mentalidad machista supone de eso. Si una mujer usa minifalda no es porque tenga calor o porque le gusta cómo se le ven las piernas, sino para atraer la mirada del macho y ser admirada por él. ¿Cómo es que los hombres siguen pensando que todo gira en torno a ellos?
Las críticas que le han emitido a la diputada Tovar no han sido más que fundadas en ese código machista de la mujer insinuadora. ¿Qué tiene de malo una falda? “Pero por Dios. Es sólo una falda”. Quizás si se presentara desnuda, pintada de verde y con una boa enredada en el cuerpo entendería el escándalo. Se le criticó fuertemente que no vistiera con propiedad ¿y qué es vestir con propiedad? Si yo me presento a dar clases con ropa formal y unos convers nadie me tildará de inapropiada, sino de rebelde; pero si acaso llegar con un prominente escote me “ganaría a pulso” la mala fama.
El problema de la ropa sigue estando basado en un prejuicio de la mujer como objeto. Si una mujer se escota o luce una minifalda no es para sí, no es porque sí, sino para que el macho la posea con base en sus atributos físicos. Resulta curioso que en un mundo machista una mujer se viste y arregla para buscar y gustar, y no para verse bien y bella ante sí misma. El bienestar y la sensualidad con una misma está reservado para la intimidad. Por eso dentro de una casa, entre primar y hermanas, tías y abuelas es posible que las mujeres muestren su sensualidad.
Entre las críticas hechas a Tovar está la suposición de que el problema no es la falda, sino su cuerpo. De nuevo, la sensualidad -que dicho sea de paso, poco tiene que ver con la voluptuosidad del cuerpo. La diputada sin duda luce un cuerpo atractivo y voluptuoso, pero ¿en qué medida eso debe ser un argumento para considerar que su vestimenta es inapropiada? Curiosa la concepción que se tiene del cuerpo. Un hombre ve su cuerpo en función de su propio placer. El cuerpo de la mujer está visto en función del placer del hombre: “si mis pechos son grandes no son para que yo pueda gozarlos en su voluptuosidad, sino para que él se deleite en ellos”.
Por otro lado, el anhelo de las mujeres por tener el cuerpo perfecto (culo y tetas) está basado en esta búsqueda, en esa configuración cultural que implica el cuerpo femenino. “A veces te extraño, pero recuerdo que estoy bien buena y te me olvidas”, dice un post que anda corriendo por Facebook. No es extraño que haya tenido tanta popularidad, pues supone que un cuerpo hermosos pronto puede encontrar otro acompañante, y claro, el amor, el recuerdo, el anhelo la calidad intelectual, moral y humana de una mujer se reducen a su cuerpo.
Muchas mujeres han atacado a la Lic. Tovar. ¿Envidia acaso? ¿Por qué la envidia? ¿Acaso un par de pechos y un “culito paradito” hace de una mujer más mujer? Quizás la haga más atractiva ante una mirada fundada en bases machistas. La diputada podría estar cuan “culona” quisiera, y eso no le resta ni le da validez como mujer, no le resta integridad ni le da legitimidad, lo que le da una posición dentro de esta organización cultural, por demás patriarcal, no es ni siquiera la minifalda, sino su inteligencia y valentía para portar ese atuendo pese a las “mamaseadas” que seguro ha recibido en forma de ofensa.
La rivalidad no es más que otra manifestación machista de las mujeres. ¿Por qué ponerse a pensar si “ella” o la ex o la actual novia de algún hombre en cuestión es más guapa o no? Mujeres más o menos bellas siempre habrá, y la comparación o la envidia no hacen más que restar integridad.
Cambiando de tema y pensando en las “mamaseadas” que recibió la diputada, no se puede negar que estos actos verbales no son más que formas machistas de intimidación y violencia que obligan a las mujeres a “vestir con propiedad” y a usar audífonos en la calle, a desviar miradas con desprecio y a negar su feminidad y belleza. Mucho se podría alegar que en el Distrito Federal la mujer tiene más libertad para vestir que en otros lugares, pues puede ser darcketa, punk, emo o pandrosa. Es cierto, puede ver cuán mal quiera, pero la sensualidad le está negada. Una mujer puede ser cuan rebelde quiera siempre que no atente contra la moral sexual, pues toda sensualidad es castigada con violencia.
Es cierto que una mujer es atacada independientemente de su forma de vestir. Pero la ropa da legitimidad a la agresión; y la belleza, a la posesión. La sensualidad y la belleza parece estar restringida para las prostitutas, zorras, fáciles o simples putas.
Por otra parte, el problema de una sociedad machista no es ser una puta o no. Una mujer puede ser cuan “puta” quiera serlo, puede apropiarse del término, como el movimiento Queer, y puede legitimar su libertad en él. Eso intentó hacer la marcha de las putas. El problema está en que ser una puta implica tener menos calidad moral ¿pero ante quién en una sociedad laica? El problema no es ser una puta o no, sino el afán denigrante que hay hacia las mujeres en México. Una prostituta tiene de manera legítima todos los derechos que una señora ama de casa. Tanto una mujer independiente y académica, así como una prostituta, pueden decir desnuda sobre la cama “no quiero”, y su voz tiene la misma valía. Cualquier acto de violación debe de implicar un mismo castigo.
Por eso la iniciativa y la provocación de la diputada Tovar cala hondo, pues de manera casi irónica está revelando el trasfondo machista entre las clases dominantes y dirigentes del país. Está evidenciando un desprecio hacia la mujer, hacia su cuerpo y su libertad. La propuesta de integrar a la mesa de discusiones a las asociaciones profeministas sin duda es un gran paso, aún cuando haya tenido que legitimarse con una falda en la que yo sigo sin ver el escándalo.  

jueves, 7 de febrero de 2013

martes, 5 de febrero de 2013

Mama: versión de la llorona de Gullermo del Toro

"Un fantasma es una emoción sin forma, condenado a repetirse una y otra vez": En Mama (2013), Guillermo del Toro matiza la noción de fantasma que ya venía figurando desde El espinazo del diablo (2001); en este último largometraje mantiene una misma tónica narrativa, fotográfica e imaginativa que en sus otras películas. No obstante, pese a lo predecible del argumento, del elemento fantástico y del suspenso, llega a sorprender -mejor dicho, a aterrorizar- de manera constante. El suspenso es elevado hasta la angustia, pues del Toro no da tregua en esta última película, no da respiros ni llena la trama de sobresaltos: mantiene el terror hasta un punto casi insoportable (resulta entonces necesario reír, distraer la mirada un poco o suspender la respiración).



Guillermo del Toro recupera una serie de motivos o tópicos llenos de significación, uno de los más evidentes es el lugar común de The grudge (2004). También recupera los guiños del cine de terror japonés, aunque, en esta adopción de elementos del cine de terror -trillados, agotados, sobreexplotados por los remakes estadounidenses- no caen en saco roto en este largometraje, pues son actualizados y revalorados; incluso imposible evitar no en toda esa tradición del horror que hay detrás de cada detalle, y tal parece ser la intención de del Toro, pues prepara la mente del espectador para el sobresalto, para "la aparición" común o "un giro ya esperado"y es entonces como logra sorprender y no "sobresaltar", sí aterrar. Larga sería la lista de películas de horror homenajeadas por este director, y bien no hay un elemento "original" en la película o en el argumento, ¿qué película de terror puede ahora ser original? Los mitos populares se han llevado al cine: La maldición, Two sisters, Andrea, La llorona, Spider forest; o bien, se ha mezclado el cine psicológico con el terror: El maquinista, Old Boy, entre otras; pareciera que el cine de terror se encontraba agotado: reciclaje tras reciclaje. Acaso El exorcista podría haber asustado con esas contorciones corporales y sonidos inhumanos, con la incapacidad del hombre ante lo sobrenatural, pero después de ésa, pocas son las películas que más que asustar dan miedo. Así pues, Guillermo del Toro en Mama logra, adueñándose de la carga significativa de esos elementos y de la predisposición, por lo tanto, del espectador, elevar el terror y sostenerlo a lo largo de la película. 
Quizás el elemento más aterrador resulta ser la misma Mama, no tanto por recordar al "rencor" de The grudge,  sino por adoptar, trasladar y resignificar -con cada uno de sus elementos- el mito de la Llorona.

El elemento fantástico no deja de ser bello, sus monstruos no carecen de peculiaridades fáunicas, y logra trasladar la fantasía a lo psicológico por medio de la mitología popular y, así, llevar todo junto hasta el terror y crear una obra, después de todo, original.