Resulta más que un
insulto ser juzgada por la vestimenta. Sobre todo cuando ésta es
tildada de “inapropiada”. Tras el escándalo que causó -yo sigo
sin comprender bien por qué- la minifalda de la diputada de
izquierda Crystal Tovar, no pude evitar preguntarme qué pasa con la
visión machista de México.
Recuerdo ahora La marcha
de las putas, cuya consigna era “Le dices puta a una y nos dices
putas a todas”. Movimiento surgido a raíz de un comentario emitido
por un elemento masculino de seguridad pública, tras los ataques de
acosos sexual sufridos por unas chicas en la calle: “si se visten
como putas, ¿cómo no quieren ser tratadas como putas?”. La marcha
de las putas causó más que polémicas un sin fin de burlas. Pero lo
verdaderamente alarmante de esa marcha no fue el movimiento en sí,
que poco éxito tuvo por desgracia, sino los comentarios emitidos por
hombres y mujeres en la capital del país. En general se consideraba
que se trataba de un movimiento ridículo, pues las mujeres podían
vestir como se les viniera en gana, siempre y cuando no perturbaran a
los hombres, pues “estos pobres e indefensos” no podían resistir
ante las insinuaciones de “una cualquiera”. La marcha de las
putas pasó sin más.
Resulta curioso que el
problema de la vestimenta no es en sí andar “en cueros” o no,
sino lo que la mentalidad machista supone de eso. Si una mujer usa
minifalda no es porque tenga calor o porque le gusta cómo se le ven
las piernas, sino para atraer la mirada del macho y ser admirada por
él. ¿Cómo es que los hombres siguen pensando que todo gira en
torno a ellos?
Las críticas que le han
emitido a la diputada Tovar no han sido más que fundadas en ese
código machista de la mujer insinuadora. ¿Qué tiene de malo una
falda? “Pero por Dios. Es sólo una falda”. Quizás si se
presentara desnuda, pintada de verde y con una boa enredada en el
cuerpo entendería el escándalo. Se le criticó fuertemente que no
vistiera con propiedad ¿y qué es vestir con propiedad? Si yo me
presento a dar clases con ropa formal y unos convers nadie me tildará
de inapropiada, sino de rebelde; pero si acaso llegar con un
prominente escote me “ganaría a pulso” la mala fama.
El problema de la ropa
sigue estando basado en un prejuicio de la mujer como objeto. Si una
mujer se escota o luce una minifalda no es para sí, no es porque sí,
sino para que el macho la posea con base en sus atributos físicos.
Resulta curioso que en un mundo machista una mujer se viste y arregla
para buscar y gustar, y no para verse bien y bella ante sí misma. El
bienestar y la sensualidad con una misma está reservado para la
intimidad. Por eso dentro de una casa, entre primar y hermanas, tías
y abuelas es posible que las mujeres muestren su sensualidad.
Entre las críticas
hechas a Tovar está la suposición de que el problema no es la
falda, sino su cuerpo. De nuevo, la sensualidad -que dicho sea de
paso, poco tiene que ver con la voluptuosidad del cuerpo. La diputada
sin duda luce un cuerpo atractivo y voluptuoso, pero ¿en qué medida
eso debe ser un argumento para considerar que su vestimenta es
inapropiada? Curiosa la concepción que se tiene del cuerpo. Un
hombre ve su cuerpo en función de su propio placer. El cuerpo de la
mujer está visto en función del placer del hombre: “si mis pechos
son grandes no son para que yo pueda gozarlos en su voluptuosidad,
sino para que él se deleite en ellos”.
Por otro lado, el anhelo
de las mujeres por tener el cuerpo perfecto (culo y tetas) está
basado en esta búsqueda, en esa configuración cultural que implica
el cuerpo femenino. “A veces te extraño, pero recuerdo que estoy
bien buena y te me olvidas”, dice un post que anda corriendo por
Facebook. No es extraño que haya tenido tanta popularidad, pues
supone que un cuerpo hermosos pronto puede encontrar otro
acompañante, y claro, el amor, el recuerdo, el anhelo la calidad
intelectual, moral y humana de una mujer se reducen a su cuerpo.
Muchas mujeres han
atacado a la Lic. Tovar. ¿Envidia acaso? ¿Por qué la envidia?
¿Acaso un par de pechos y un “culito paradito” hace de una mujer
más mujer? Quizás la haga más atractiva ante una mirada fundada en
bases machistas. La diputada podría estar cuan “culona”
quisiera, y eso no le resta ni le da validez como mujer, no le resta
integridad ni le da legitimidad, lo que le da una posición dentro de
esta organización cultural, por demás patriarcal, no es ni siquiera
la minifalda, sino su inteligencia y valentía para portar ese
atuendo pese a las “mamaseadas” que seguro ha recibido en forma
de ofensa.
La rivalidad no es más
que otra manifestación machista de las mujeres. ¿Por qué ponerse a
pensar si “ella” o la ex o la actual novia de algún hombre en
cuestión es más guapa o no? Mujeres más o menos bellas siempre
habrá, y la comparación o la envidia no hacen más que restar
integridad.
Cambiando de tema y
pensando en las “mamaseadas” que recibió la diputada, no se
puede negar que estos actos verbales no son más que formas
machistas de intimidación y violencia que obligan a las mujeres a
“vestir con propiedad” y a usar audífonos en la calle, a desviar
miradas con desprecio y a negar su feminidad y belleza. Mucho se
podría alegar que en el Distrito Federal la mujer tiene más
libertad para vestir que en otros lugares, pues puede ser darcketa,
punk, emo o pandrosa. Es cierto, puede ver cuán mal quiera, pero la
sensualidad le está negada. Una mujer puede ser cuan rebelde quiera
siempre que no atente contra la moral sexual, pues toda sensualidad
es castigada con violencia.
Es cierto que una mujer
es atacada independientemente de su forma de vestir. Pero la ropa da
legitimidad a la agresión; y la belleza, a la posesión. La
sensualidad y la belleza parece estar restringida para las
prostitutas, zorras, fáciles o simples putas.
Por otra parte, el
problema de una sociedad machista no es ser una puta o no. Una mujer
puede ser cuan “puta” quiera serlo, puede apropiarse del término,
como el movimiento Queer, y puede legitimar su libertad en él. Eso
intentó hacer la marcha de las putas. El problema está en que ser
una puta implica tener menos calidad moral ¿pero ante quién en una
sociedad laica? El problema no es ser una puta o no, sino el afán
denigrante que hay hacia las mujeres en México. Una prostituta tiene
de manera legítima todos los derechos que una señora ama de casa. Tanto una mujer independiente y académica, así como una
prostituta, pueden decir desnuda sobre la cama “no quiero”, y su
voz tiene la misma valía. Cualquier acto de violación debe de
implicar un mismo castigo.
Por eso la iniciativa y
la provocación de la diputada Tovar cala hondo, pues de manera casi
irónica está revelando el trasfondo machista entre las clases
dominantes y dirigentes del país. Está evidenciando un desprecio
hacia la mujer, hacia su cuerpo y su libertad. La propuesta de
integrar a la mesa de discusiones a las asociaciones profeministas
sin duda es un gran paso, aún cuando haya tenido que legitimarse con
una falda en la que yo sigo sin ver el escándalo.