viernes, 25 de enero de 2013

Despojos

Hoy estoy por darle la razón a Susan Sontag: "Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel". Me negaba a aceptar que alguien puede entregarse a ser desollado, pero, ¿no es acaso lo que hacemos ante la mirada del otro? Por amor a la otra persona no solo aceptamos desnudarnos, dejar que nos vea sin cubiertas, pero nuestra piel tiene manchas, cicatrices, esconde algo más profundo -pareciera-, y aceptamos ser desollados, con todo el dolor que eso implica. El problema ya no es la piel, si no que ante esa condición la inquietud no cesa, continua buscando debajo de los músculos, intentando hallar más fealdad que la del cuerpo desprovisto de piel. Claro que nuestro interior es horrible, el de todos, cuando se acepta quitarse la piel se esperaría ganar la comprensión ante la vergüenza más profunda, pero como el crío curioso, algo despierta la necesidad de comenzar a picar con un palito. No es poner el dedo en la llaga, es buscar formar nuevas llagas. Esto me recuerda la inquietud de Villaurrutia y Darío, sobre todo la del nicaragüense: "Tu sexo fundiste/ con mi sexo fuerte,/ fundiste dos bronces./ Yo triste, tú triste.../ ¿No has de ser entonces/ mía hasta la muerte?".
El pasado se vuelve un arma dolorosa, como si no lo fuera ya. Y si compartimos un presente, ¿qué más da tener nostalgias por el porvenir o miedo por el pasado? A veces el arrepentimiento asalta cuando las cartas están sobre la mesa y se cae en la cuenta de que no sólo los miedos más profundos, los anhelos más arraigados y las formas más escondidas están a la vista: se está despojado de todo, todo está en juego. No es el pasado, sino que al sacar ese pasado mostré todo lo que había atrás de él, toda la perversión, todas las ilusiones, las esperanzas, los miedos. Por un lado eso libera, pero también causa zozobra de que esa persona que lo está viendo los use para "seguir jodiendo con el palito". ¿Qué se hace? Esperar que se calme o recoger la piel y salir. Todo cambia constantemente, se transforma, Sábato lo tenía muy claro, el pasado cambia una y otra vez en cada pensamiento hasta ser lo que no fue, ahora, más allá del recuerdo de haber sido violentada, no hay recuerdos precisos, porque lo que importa es terminar con ese círculo que forma toda violencia.
El lodo que se encuentra permitió la flor.

jueves, 24 de enero de 2013

Configuraciones y figuraciones

Pensar en la configuración del mundo como construcción discursiva me ha llevado a pensar que, entonces, estamos ante no sólo una condición efímera, sino también sumamente frágil. ¿Qué configura el universo de un pueblo? Quizás las telenovelas, para éste, su forma de relacionarse en el amor, la amistad o la familia resulta siempre telenovelesca; y si se ha vivido fuera de ese discurso se esperaría que la forma de relación fuera distinta, pero no lo es, lo único que acarrea es un sentimiento fuerte de desarraigo y de búsqueda ¿búsqueda de qué? Aún no lo sé.
No se aprende de la vida, sino de los libros. Jodidos estamos. Los libros, ahora lo veo, nos dan un cúmulo de experiencias, pero, para las mentes que inevitablemente buscan aferrarse a algo, y no de liberarse de, terminan siendo no más que formas de ceñir y justificar una realidad. Pienso en cuántas hombre no habrán encontrado una justificación de su comportamiento machista al leer a Proust, a Flaubert o, influso a Kawabata. O bien, cuántas mujeres no encontraron el ideal femenino en la imagen de la famme fragil. Si bien cualquiera puede discutir que ninguno de los autores mencionados, y quizás ningún otro, expresó una posición machista, no se ha de negar que muchas lecturas sí la reflejan. El problema es de la lectura, no del libro, en efecto, pero al final ese siempre ha sido el problema.
Para los que gustamos de la literatura romántica, ¿cuántas veces no se han usado los argumentos kierkegardianos del intelectual solo, incomprendido, maltratado por la sociedad y asediado por la estupidez. ¿Acaso no es una estupidez considerase rodeado de mentes estúpidas a las que hay que despreciar? Resulta a veces sorprendente la cantidad de violencia que podemos tener unos hacia otros. Recuerdo cuando acaba de entrar a la licenciatura un comentario de un hombre que bien podría ser el próximo premio Nobel: "te hablo a ti nada más porque no eres tan imbécil como los demás", yo en ese momento no supe si sentirme ofendida ("tan") o halagada ("como los demás), así que opté por considerar salir corriendo. Vi entonces cómo la literatura y el conocimiento sirvieron de pretexto no para construir, sino para transformar una realidad en un mundo lleno de hostilidades estultas hacia nuestras magnas inteligencias.
Eso mismo pasa en muchos otros casos. Qué decir de aquellos que consideran que nuestras vidas deben de ser depresivas y terribles porque "el inteligente sufre más que el tonto"; si fuera así me habría hecho ya una lobotomía, ¿qué no una de las necesidades del hombre es la felicidad, o, al menos, la tranquilidad? A veces pienso que esa concepción del intelectual desasosegado -siempre y cuando no se sea Pessoa- no es más que una forma de justificar la adicción al sufrimiento (un telenovelero haría lo mismo con su discurso: todos sufrimos).
Pensaba anoche en los enredos del discurso, en cómo encontramos justificaciones para no ser despojados de nuestros cachos mentales. Parte de la justificación de todo hombre moderno está basada en la transitoriedad y en lo perecedero de las relaciones, "menos de la amistad", ¿será? La amistad, como toda relación humana también es muy frágil. La diferencia con otras relaciones es que dentro de la amistad no hay un afán de posesión, de enjuiciamiento o de coerción (en una amistad sana). Una relación amorosa sana, por tanto, debería ser lo mismo, estar basada en la amistad -pero no en el discurso de la amistad-, en el compañerismo y en la ayuda mutua. ¿Qué son los berrinches entonces? No creo que haya otra explicación del berrinche que una disociación sentimental arrastrada desde la infancia. ¿Por qué enojarse con la otra persona por hallar algo que no debía y por qué llorarle ante la frustración de no encontrar no un consuelo sino un apapacho? Puro afán de extrañar a la otra persona, creo. Y esto ¿qué tiene que ver con los libros? Qué también la literatura con excelsa retórica postula ideas terribles sobre el amor, y, por tanto, con esa configuración discursiva ¿cómo no caer en pánico, inseguridades, angustias y deseos de dominio y control, más que de posesión? Sólo las cosas se poseen, pero las cosas no tienen un alma propia, un pasado y un constante cambio. Los animales no se pueden poseer, quizás es por eso que con ellos se logra una amistad sólida. Los humanos... cuando niños ¿no era común querer estar pegados a la madre por miedo a que ya nunca volviera o dejara de querernos? Claro, hablo de los primeros años de infancia cuando se desarrolla la "mamitis", la cual, si no se atiende a tiempo, puede traspasar los años.
El enamoramiento quizás implique lo mismo, hasta que algo, quizás la madurez de la otra persona, y la propia, dé muestras de que no hay de qué preocuparse, pues no hay ningún compromiso ni ninguna razón de sangre para estar con la otra persona, sino una toma de decisión [decidimos todo el tiempo, pero, en perfecto norteño, ante toda decisión siempre podemos decir "dijo mi mamá que siempre no", quizás ese es el miedo, que no hay ningún vínculo fuerte que pueda justificar el reproche ante el abandono emocional, pese a los múltiples intentos de institucionalización del amor]. Pero hemos aprendido a desconfiar, porque siempre "hay que tener un ojo al gato y el otro al garabato", no vaya a ser que "esa persona se vaya con nuestra piel". Susan Sontag declara que "amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel". ¿Por qué ver las relaciones como una pérdida? Si estoy con una persona no he ganado nada, mejor pareciera pensar que me estoy ganando, que algo estoy descubriendo en mí, la otra persona es un compañero, un amigo, un aliado, pero no se puede dormir con el enemigo.
Arreola propone un armisticio y quitar las tropas de ocupación al término de una relación. ¿Qué no esto implica ya una relación basada en el desamor? Hay que ocupar a la otra persona. Trato de pensar en una relación amorosa sana en la literatura, y sólo recuerdo los poemas de Machado a su perro y Platero y yo de Jiménez. Quizás en Los miserables se pueda vislumbrar una amistad, pero, hasta la amistad resulta traicionada, el amor siempre tortuoso.
Quizás es que la concepción de una relación amorosa da un colchón lleno de púas, una válvula de escape, para poder herir,  como uno hiere los padres durante la adolescencia, para poder desquitar esas frustraciones disociadas, porque al final un amigo manda al carajo, un amante -en el sentido etimológico de la palabra-, no. Un amante aguanta dolorosamente, un amigo entiende y se distancia, como buen literato o buen ironista. Un amante rebate, pelea, entra en la misma dinámica del berrinche. Un amigo escucha, confronta, razona y muestra fortaleza cuando el otro se tira. [Quizás para aprender esto los padres debieron ser primero amigos].
El asunto en las relaciones está en no traspasar esa línea. En encontrar esa tranquilidad. ¿Cómo? ¿Qué es necesario para lograrlo? La verdad, la lealtad y la sinceridad. Vale, la sinceridad no se logra sino con el tiempo, la verdad no existe y la lealtad es la base de la amistad. La sinceridad depende mucho del autoconocimiento de una persona, y no de otra cosa, muestra una debilidad y una inseguridad si no se puede ser sincero -o si no se es a sabiendas es muestra de perversidad, aunque el fin no sea sino una causa noble o buenamente anhelada- , pero al final la sinceridad es algo que entre amigos y amantes se logra con el tiempo, con un pacto no hablado, o sí, pero asumido. La lealtad no es sólo con respecto a los otros, sino con respecto al daño que nosotros mismos somos capaz de hacer. Lo cierto es que se puede tener todo eso, pero la tranquilidad no se puede lograr si no tratando de deshacerse de ese afán de controlarlo todo, de que nada salga de nuestras manos: la tranquilidad, entonces.
Quizás el problema no es el amor, no es la relación amorosa, sino el miedo a que el otro se vaya, nos deje con las ilusiones y los sueños destruidos, abandonados como crías a nuestra suerte.  ¿Por qué aún nos sentimos crías? ¿Hombres y  mujeres necesitamos se protegidos o proteger, enseñar -y "la letra con sangre entra"- en vez de ayudar? Quizás es una condición biológica, cuando nos relacionamos así no estamos siendo más que animales, buscando la protección y el control de nuestro pequeño núcleo. Pero los sueños, las ilusiones y la fortaleza se encuentra en esa madurez intelectual y emocional. Al final "lo que importa es la máscara, lo demás, es asunto nuestro" (quizás esta frase de Kazanzakis sólo la pueda entender una persona). Si pensamos, en cambio, la relación como una alianza más que protección encontramos compañía y seguridad.
La equidad, el feminismo, al final, es la base de toda amistad, y de toda relación sana. Considerar al otro mi igual, y no alguien a quién se pudiera despreciar. Se siente desprecio tanto por el débil como por el verdugo. De los amigos "no se espera nada, no se nada ni se exige nada". No, sí se espera: compañerismo; sí se da: cariño; y sí se exige: lealtad.

 

miércoles, 23 de enero de 2013

De tesis y otros demonios

"El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido." Dice Milan Kundera en El libro de los amores ridículos. Será. Lo cierto es que esa toma de conciencia de lo que se ha vivido, o apenas intuido, no viene sólo tras mirar atrás, sino al intentar ¿definir? ese pasado. ¿Será necesario tener un amigo de mucha confianza y de sangre fría que arranque esos tapujos mentales con violencia? No sé si ese es el método, lo cierto es que después viene una ligereza reconfortante y despabilaste.
La teoría del discurso, desde los sofistas, supone que todo está dado por el logos y qué no hay nada después de éste. Los modernistas lo sabían muy bien, ya lo hace notar Bernardo Couto Castillo en "Lo que dijo el mendigo" en los Asfódelos; entonces, ¿cómo esperar entender ese pasado si en verdad se encuentra en medio de una broma? [error tipográfico, era "bruma", pero viene a bien pensarlo como una broma] De la bruma del logos, bien he visto que la configuración ethica no depende tanto de esa realidad, sino de la verosimilitud, pues las pistis sólo sirven para construir o destruir cuántas veces quiera ese pasado, esa realidad o, al final de cuentas, ese discurso.
Una realidad es que mi pasado ha llegado a alcanzarme como una sombra de la que ya me he cansado de correr. Me tiró uno de mis ideales de vida, pero sé que no por ello está destruido, lo desesperante es este letargo que ya se vuelve insoportable, no sólo para mí, sino para todo. Encuentro absurdamente consuelo en una extraña racha depresiva de mis colegas, pero no es que no quieran que hagan olas, "ya la caca me ha sobrepasado", necesito crearme otra realidad, si al final, "somos un cuento", puedo contarme el cuento cuantas veces quiera.
Hace mucho, hace años, una persona me dijo "la tristeza hay que arrancarla, aunque duela, pero es rapidito y aguantando". ¿Será que estoy cubierta de tristezas? No, no son tristezas, pero al igual que a la tristeza este peso y terror por al fin ver la evaluación final hay que quitarlo y enfrentarlo. Ya pensaba hace unas horas en los peligros del discurso y de la inteligencia "inconsciente" -del enemigo interno-, entonces, más que una suavidad constante, quizás sea necesario ese despojo brutal de las construcciones discursivas a las que una se enfrenta constantemente.
La construcción implica siempre contradicciones, aunque a lo largo de la redacción de mi tesis me he negado a ver esas construcciones como tales y me he empeñado en verlas como en ironías; no, sí son contradicciones, la ironía no ha supuesto más que una broma que tanto los modernistas en su polémica se estaban jugando, como la que yo me estoy jugando desde hace meses.
¿Cómo no pensar en Kundera constantemente? La broma al fin me alcanzó, ya no recuerdo a qué estaba jugando, pero al final mi broma terminó por alcanzarme y, como diría Rulfo "es mejor empezar temprano". Pero esa broma, esa supuesta "viveza", no deja verse como una profunda ingenuidad.
Sin embargo, pese a la toma de conciencia del pasado, hay algo que siempre subyace a toda construcción, y no deja de abrumarme el prejuicio de "nacionalidad", la cultura me pesa, nos pesa, y ¿nos pesará siempre?, pero ¿qué objeto tiene saber que se es igual que sus compatriotas? ¿No por eso estoy estudiando a los modernistas mexicanos? Ahora me doy cuenta que no estaba entendiendo nada.  ¡Qué terrible es saberse tan mexicana! Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Bernardo Couto y mis tantos protagonistas intelectuales estuvieron luchando aferradamente por negarse a ser "anquilosadamente nacionales"; quizás entonces esa denuncia de otra mirada que acusa la configuración cultural que poseo me hace reparar en el laberinto en el que me he estado moviendo sin siquiera intuirlo. Ahora siento la necesidad de querer rechazar una base cultural, vergonzosa, en la que me había apoyado cómodamente.
Y a cuenta de todo, si esto no es más que un ensayo, un vértigo o una carrera, si todo es efímero, y así como se construyen las cosas, así se pueden perder... ¿perder?, entonces puedo contarme el cuento cuántas veces quiera, el punto está en saber contarlo, como en saber escribir una tesis -¿acaso esos ejercicios sofistas no los ha hecho siempre la crítica?-; no obstante, lo más honesto, y lo más ético -que no ethico- está en haberlo reflexionado y poder no echar luz desde el pasado a una configuración del presente, sino, desde un "punto de enunciación" claro poder echar luz sobre el pasado y entenderlo, ¿no es acaso esa la base del cambio?: el nuevo cuento. [Al final, de esto trata mi tesis, esta es la crítica a la crítica].