jueves, 24 de enero de 2013

Configuraciones y figuraciones

Pensar en la configuración del mundo como construcción discursiva me ha llevado a pensar que, entonces, estamos ante no sólo una condición efímera, sino también sumamente frágil. ¿Qué configura el universo de un pueblo? Quizás las telenovelas, para éste, su forma de relacionarse en el amor, la amistad o la familia resulta siempre telenovelesca; y si se ha vivido fuera de ese discurso se esperaría que la forma de relación fuera distinta, pero no lo es, lo único que acarrea es un sentimiento fuerte de desarraigo y de búsqueda ¿búsqueda de qué? Aún no lo sé.
No se aprende de la vida, sino de los libros. Jodidos estamos. Los libros, ahora lo veo, nos dan un cúmulo de experiencias, pero, para las mentes que inevitablemente buscan aferrarse a algo, y no de liberarse de, terminan siendo no más que formas de ceñir y justificar una realidad. Pienso en cuántas hombre no habrán encontrado una justificación de su comportamiento machista al leer a Proust, a Flaubert o, influso a Kawabata. O bien, cuántas mujeres no encontraron el ideal femenino en la imagen de la famme fragil. Si bien cualquiera puede discutir que ninguno de los autores mencionados, y quizás ningún otro, expresó una posición machista, no se ha de negar que muchas lecturas sí la reflejan. El problema es de la lectura, no del libro, en efecto, pero al final ese siempre ha sido el problema.
Para los que gustamos de la literatura romántica, ¿cuántas veces no se han usado los argumentos kierkegardianos del intelectual solo, incomprendido, maltratado por la sociedad y asediado por la estupidez. ¿Acaso no es una estupidez considerase rodeado de mentes estúpidas a las que hay que despreciar? Resulta a veces sorprendente la cantidad de violencia que podemos tener unos hacia otros. Recuerdo cuando acaba de entrar a la licenciatura un comentario de un hombre que bien podría ser el próximo premio Nobel: "te hablo a ti nada más porque no eres tan imbécil como los demás", yo en ese momento no supe si sentirme ofendida ("tan") o halagada ("como los demás), así que opté por considerar salir corriendo. Vi entonces cómo la literatura y el conocimiento sirvieron de pretexto no para construir, sino para transformar una realidad en un mundo lleno de hostilidades estultas hacia nuestras magnas inteligencias.
Eso mismo pasa en muchos otros casos. Qué decir de aquellos que consideran que nuestras vidas deben de ser depresivas y terribles porque "el inteligente sufre más que el tonto"; si fuera así me habría hecho ya una lobotomía, ¿qué no una de las necesidades del hombre es la felicidad, o, al menos, la tranquilidad? A veces pienso que esa concepción del intelectual desasosegado -siempre y cuando no se sea Pessoa- no es más que una forma de justificar la adicción al sufrimiento (un telenovelero haría lo mismo con su discurso: todos sufrimos).
Pensaba anoche en los enredos del discurso, en cómo encontramos justificaciones para no ser despojados de nuestros cachos mentales. Parte de la justificación de todo hombre moderno está basada en la transitoriedad y en lo perecedero de las relaciones, "menos de la amistad", ¿será? La amistad, como toda relación humana también es muy frágil. La diferencia con otras relaciones es que dentro de la amistad no hay un afán de posesión, de enjuiciamiento o de coerción (en una amistad sana). Una relación amorosa sana, por tanto, debería ser lo mismo, estar basada en la amistad -pero no en el discurso de la amistad-, en el compañerismo y en la ayuda mutua. ¿Qué son los berrinches entonces? No creo que haya otra explicación del berrinche que una disociación sentimental arrastrada desde la infancia. ¿Por qué enojarse con la otra persona por hallar algo que no debía y por qué llorarle ante la frustración de no encontrar no un consuelo sino un apapacho? Puro afán de extrañar a la otra persona, creo. Y esto ¿qué tiene que ver con los libros? Qué también la literatura con excelsa retórica postula ideas terribles sobre el amor, y, por tanto, con esa configuración discursiva ¿cómo no caer en pánico, inseguridades, angustias y deseos de dominio y control, más que de posesión? Sólo las cosas se poseen, pero las cosas no tienen un alma propia, un pasado y un constante cambio. Los animales no se pueden poseer, quizás es por eso que con ellos se logra una amistad sólida. Los humanos... cuando niños ¿no era común querer estar pegados a la madre por miedo a que ya nunca volviera o dejara de querernos? Claro, hablo de los primeros años de infancia cuando se desarrolla la "mamitis", la cual, si no se atiende a tiempo, puede traspasar los años.
El enamoramiento quizás implique lo mismo, hasta que algo, quizás la madurez de la otra persona, y la propia, dé muestras de que no hay de qué preocuparse, pues no hay ningún compromiso ni ninguna razón de sangre para estar con la otra persona, sino una toma de decisión [decidimos todo el tiempo, pero, en perfecto norteño, ante toda decisión siempre podemos decir "dijo mi mamá que siempre no", quizás ese es el miedo, que no hay ningún vínculo fuerte que pueda justificar el reproche ante el abandono emocional, pese a los múltiples intentos de institucionalización del amor]. Pero hemos aprendido a desconfiar, porque siempre "hay que tener un ojo al gato y el otro al garabato", no vaya a ser que "esa persona se vaya con nuestra piel". Susan Sontag declara que "amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel". ¿Por qué ver las relaciones como una pérdida? Si estoy con una persona no he ganado nada, mejor pareciera pensar que me estoy ganando, que algo estoy descubriendo en mí, la otra persona es un compañero, un amigo, un aliado, pero no se puede dormir con el enemigo.
Arreola propone un armisticio y quitar las tropas de ocupación al término de una relación. ¿Qué no esto implica ya una relación basada en el desamor? Hay que ocupar a la otra persona. Trato de pensar en una relación amorosa sana en la literatura, y sólo recuerdo los poemas de Machado a su perro y Platero y yo de Jiménez. Quizás en Los miserables se pueda vislumbrar una amistad, pero, hasta la amistad resulta traicionada, el amor siempre tortuoso.
Quizás es que la concepción de una relación amorosa da un colchón lleno de púas, una válvula de escape, para poder herir,  como uno hiere los padres durante la adolescencia, para poder desquitar esas frustraciones disociadas, porque al final un amigo manda al carajo, un amante -en el sentido etimológico de la palabra-, no. Un amante aguanta dolorosamente, un amigo entiende y se distancia, como buen literato o buen ironista. Un amante rebate, pelea, entra en la misma dinámica del berrinche. Un amigo escucha, confronta, razona y muestra fortaleza cuando el otro se tira. [Quizás para aprender esto los padres debieron ser primero amigos].
El asunto en las relaciones está en no traspasar esa línea. En encontrar esa tranquilidad. ¿Cómo? ¿Qué es necesario para lograrlo? La verdad, la lealtad y la sinceridad. Vale, la sinceridad no se logra sino con el tiempo, la verdad no existe y la lealtad es la base de la amistad. La sinceridad depende mucho del autoconocimiento de una persona, y no de otra cosa, muestra una debilidad y una inseguridad si no se puede ser sincero -o si no se es a sabiendas es muestra de perversidad, aunque el fin no sea sino una causa noble o buenamente anhelada- , pero al final la sinceridad es algo que entre amigos y amantes se logra con el tiempo, con un pacto no hablado, o sí, pero asumido. La lealtad no es sólo con respecto a los otros, sino con respecto al daño que nosotros mismos somos capaz de hacer. Lo cierto es que se puede tener todo eso, pero la tranquilidad no se puede lograr si no tratando de deshacerse de ese afán de controlarlo todo, de que nada salga de nuestras manos: la tranquilidad, entonces.
Quizás el problema no es el amor, no es la relación amorosa, sino el miedo a que el otro se vaya, nos deje con las ilusiones y los sueños destruidos, abandonados como crías a nuestra suerte.  ¿Por qué aún nos sentimos crías? ¿Hombres y  mujeres necesitamos se protegidos o proteger, enseñar -y "la letra con sangre entra"- en vez de ayudar? Quizás es una condición biológica, cuando nos relacionamos así no estamos siendo más que animales, buscando la protección y el control de nuestro pequeño núcleo. Pero los sueños, las ilusiones y la fortaleza se encuentra en esa madurez intelectual y emocional. Al final "lo que importa es la máscara, lo demás, es asunto nuestro" (quizás esta frase de Kazanzakis sólo la pueda entender una persona). Si pensamos, en cambio, la relación como una alianza más que protección encontramos compañía y seguridad.
La equidad, el feminismo, al final, es la base de toda amistad, y de toda relación sana. Considerar al otro mi igual, y no alguien a quién se pudiera despreciar. Se siente desprecio tanto por el débil como por el verdugo. De los amigos "no se espera nada, no se nada ni se exige nada". No, sí se espera: compañerismo; sí se da: cariño; y sí se exige: lealtad.

 

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