miércoles, 23 de enero de 2013

De tesis y otros demonios

"El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido." Dice Milan Kundera en El libro de los amores ridículos. Será. Lo cierto es que esa toma de conciencia de lo que se ha vivido, o apenas intuido, no viene sólo tras mirar atrás, sino al intentar ¿definir? ese pasado. ¿Será necesario tener un amigo de mucha confianza y de sangre fría que arranque esos tapujos mentales con violencia? No sé si ese es el método, lo cierto es que después viene una ligereza reconfortante y despabilaste.
La teoría del discurso, desde los sofistas, supone que todo está dado por el logos y qué no hay nada después de éste. Los modernistas lo sabían muy bien, ya lo hace notar Bernardo Couto Castillo en "Lo que dijo el mendigo" en los Asfódelos; entonces, ¿cómo esperar entender ese pasado si en verdad se encuentra en medio de una broma? [error tipográfico, era "bruma", pero viene a bien pensarlo como una broma] De la bruma del logos, bien he visto que la configuración ethica no depende tanto de esa realidad, sino de la verosimilitud, pues las pistis sólo sirven para construir o destruir cuántas veces quiera ese pasado, esa realidad o, al final de cuentas, ese discurso.
Una realidad es que mi pasado ha llegado a alcanzarme como una sombra de la que ya me he cansado de correr. Me tiró uno de mis ideales de vida, pero sé que no por ello está destruido, lo desesperante es este letargo que ya se vuelve insoportable, no sólo para mí, sino para todo. Encuentro absurdamente consuelo en una extraña racha depresiva de mis colegas, pero no es que no quieran que hagan olas, "ya la caca me ha sobrepasado", necesito crearme otra realidad, si al final, "somos un cuento", puedo contarme el cuento cuantas veces quiera.
Hace mucho, hace años, una persona me dijo "la tristeza hay que arrancarla, aunque duela, pero es rapidito y aguantando". ¿Será que estoy cubierta de tristezas? No, no son tristezas, pero al igual que a la tristeza este peso y terror por al fin ver la evaluación final hay que quitarlo y enfrentarlo. Ya pensaba hace unas horas en los peligros del discurso y de la inteligencia "inconsciente" -del enemigo interno-, entonces, más que una suavidad constante, quizás sea necesario ese despojo brutal de las construcciones discursivas a las que una se enfrenta constantemente.
La construcción implica siempre contradicciones, aunque a lo largo de la redacción de mi tesis me he negado a ver esas construcciones como tales y me he empeñado en verlas como en ironías; no, sí son contradicciones, la ironía no ha supuesto más que una broma que tanto los modernistas en su polémica se estaban jugando, como la que yo me estoy jugando desde hace meses.
¿Cómo no pensar en Kundera constantemente? La broma al fin me alcanzó, ya no recuerdo a qué estaba jugando, pero al final mi broma terminó por alcanzarme y, como diría Rulfo "es mejor empezar temprano". Pero esa broma, esa supuesta "viveza", no deja verse como una profunda ingenuidad.
Sin embargo, pese a la toma de conciencia del pasado, hay algo que siempre subyace a toda construcción, y no deja de abrumarme el prejuicio de "nacionalidad", la cultura me pesa, nos pesa, y ¿nos pesará siempre?, pero ¿qué objeto tiene saber que se es igual que sus compatriotas? ¿No por eso estoy estudiando a los modernistas mexicanos? Ahora me doy cuenta que no estaba entendiendo nada.  ¡Qué terrible es saberse tan mexicana! Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Bernardo Couto y mis tantos protagonistas intelectuales estuvieron luchando aferradamente por negarse a ser "anquilosadamente nacionales"; quizás entonces esa denuncia de otra mirada que acusa la configuración cultural que poseo me hace reparar en el laberinto en el que me he estado moviendo sin siquiera intuirlo. Ahora siento la necesidad de querer rechazar una base cultural, vergonzosa, en la que me había apoyado cómodamente.
Y a cuenta de todo, si esto no es más que un ensayo, un vértigo o una carrera, si todo es efímero, y así como se construyen las cosas, así se pueden perder... ¿perder?, entonces puedo contarme el cuento cuántas veces quiera, el punto está en saber contarlo, como en saber escribir una tesis -¿acaso esos ejercicios sofistas no los ha hecho siempre la crítica?-; no obstante, lo más honesto, y lo más ético -que no ethico- está en haberlo reflexionado y poder no echar luz desde el pasado a una configuración del presente, sino, desde un "punto de enunciación" claro poder echar luz sobre el pasado y entenderlo, ¿no es acaso esa la base del cambio?: el nuevo cuento. [Al final, de esto trata mi tesis, esta es la crítica a la crítica].


1 comentario:

  1. Muy bien que te cuestiones y pongas todo en tela de juicio tu nacionalidad, tu gremio y tu pasado. Sobre todo tu nacionalidad: "Todo el que se sienta parte de una muchedumbre cualquiera sin incomodarse, debe avergonzarse". (Gómez Dávila). Besos.

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