miércoles, 16 de octubre de 2013

De la legitimación del machismo o “la putería”


Si partimos del entendido de que respetar la libertad que todo ser humano tiene de hacer con su cuerpo lo que quiera, no tendríamos que discutir si es aceptable o no hablar de “putas” (o “putos”, según sea el caso). Generalmente la adjetivación obedece más a una obsesión -legítima o no- de quien hace los juicios, mas no del “objeto” en sí. Es cierto que debería haber normas sociales que se apeguen a “la moral y las buenas costumbres”, sin embargo, tras las atrocidades cometidas por los ideales y las búsquedas utópicas, no deberíamos seguir concibiendo la realidad bajo un paradigma cerrado de conocimiento del mundo (epistemológico) ajeno a toda crítica o postura discursiva moderna. El lenguaje de la modernidad no puede sino relativizar todo, dice Charles Taylor en “El discurso de la modernidad” en Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad (2007). La puesta en duda de todo paradigma moral y dogmático es lo que crea el pensamiento moderno del que todos hacen alarde. ¿Quién o bajo qué precepto, entonces, se deberían de establecer los códigos de “las buenas costumbres"?
En nuestras sociedades hispanas, en particular, quedan fuertes resabios de un machismo que al parecer cuesta trabajo relativizar, analizar, aceptar y atacar. Quizás tendríamos que cambiar nuestro sistema epistemológico para hablar de problemas sexuales, pues mantener vivas estas consideraciones no hace sino legitimar distintas formas de machismos. A veces pareciera que no hay otro paradigma que nos permita pensar el mundo, pues las discusiones sobre el machismo, paradójicamente, terminan siendo machistas.
He escuchado las versiones de muchas mujeres, generalmente extranjeras, que alegan que el machismo de México (país) es el más terrible que han visto en su vida. Las mujeres mexicanas de provincia, en cambio, logran diferenciar algunos tipos de machismos, sin dejar de considerar que el que hay en México (ciudad) es el más evidente y “vulgar”. Las defeñas simplemente han aprendido a afrontar ese machismo y ya no reparan tanto en él. Lo curioso de muchas de estas “relativizaciones” sobre este problema sexual y social es que no hacen sino legitimarlo. La crítica va en aceptar que hay “mejores machismos” que otros. “Es mejor el machismo colombiano. Prefiero que me pongan el cuerno pero me veré como reina todos los días”, “prefiero el machismo cubano, es más sabroso”, “prefiero el machismo argentino, son unos flojos buenos para nada, pero son argentinos”, “es preferible que sean duros contigo, pero lo bailado español nadie te lo quita”, “yo prefiero que me digan mami, ven. Qué rica. A el clásico ay, mamacita. Ninguna de estas excusas deja de ser un tanto estulta y carente de toda reflexión feminista, o simplemente crítica. En cada uno de estos comentarios la mujer se concibe a sí misma como objeto, como un “ente” que tiene que verse como “reina” para su “macho”, acepta que la agredan verbalmente pero con acento cubano y está dispuesta a lidiar con un holgazán o un grosero por status racial o cultural. Estos “machismos” son mejores en relación con el mexicano.
Es cierto que en la Ciudad de México, y más al norte o al sur del país, todas las mujeres hemos sufrido alguna suerte de violencia sexista. Y por lo general, este tipo de violencia es “culpa de las mujeres”. Al pasar frente a una construcción, o cerca de un paradero de camiones, o de cualquier lugar “de domino de hombres”, si una mujer es agredida verbalmente es por su culpa; por la ropa que trae, por cómo camina, por salir bonita o simplemente por pasar por esa calle y no rodear cuatro cuadras para evitar a los hombres. En lo que he podido observar y experimentar no hace falta ser bonita, usar ropa atractiva, ser sensual, coqueta o sonriente, basta con ser mujer. Los hombres culturalmente están predispuestos a considerarla un objeto o un ser que merece, por derecho legítimo, ser humillado, violentado, vejado o anulado. Ante esta actitud resulta obvio que las mujeres del DF sean “feas”. No porque en realidad lo sean, se ha anulado la sensualidad, la naturalidad y la libertad. Si a alguna se le llegara a ocurrir andar atractiva sin compañía masculina, los hombres -avalados por muchas mujeres-, como si fuera su derecho, o es más, su deber, deben de atacarla con chiflidos, piropos sumamente agresivos, miradas acosadoras y hasta agresiones físicas (nalgadas, pellizcos, violaciones, lo de siempre). Son consideradas, en pocas palabras, “putas”.



En muchos estados de México si una mujer es violada es por “puta”, ella es la causante, directa o indirectamente de la agresión, mientras que el agresor es casi la víctima de una seducción, atracción, instinto, hombría, ambrosía-hembrosía, o cualquier otro término que sirva como argumento para seguir considerando a la mujer como algo sobre lo que se puede decidir, y legitimar así el machismo y el derecho a humillar.
Por otra parte, es aceptado que una mujer sea felicitada por su belleza y eso parece estar bien, no afecta nadie y es tan alabante como la felicitación por ser inteligente. Es aceptado, también, que una mujer sea detenida en la calle para recibir un cumplido, un beso en la mano o una flor. Es cierto que es una forma de cortejar. Pero el acoso no es lo mismo que el cortejo, aunque en una sociedad machista se confunda. Me parece que la franja es muy obvia y la sociedad la tiene clara. En lo dicho se demuestra la intención: no es lo mismo que un desconocido se acerque a una chica y le diga (y siempre es el mismo discurso) “Disculpe, señorita, con todo respeto, es usted muy guapa. Me gustaría invitarle un café”, al acercamiento agresivo para decir “estás que te cojo, mamacita”. A todas luces el segundo acercamiento es una amenaza de violación. Es una forma de intimidación para anular, humillar y vejar. Lo mismo sucede con las miradas. No es siquiera una mirada de deseo la que lanzan muchos hombres hacia las mujeres solas, guapas o no. Es una mirada de amenaza, de acoso. No es siquiera la mirada “libidinosa” que tanto han descrito muchos grupos feministas. Es una amenaza, algo que violenta. Al final no tiene sino el mismo fin: intimidar y anular. Particularmente en el metro de la Ciudad de México se concentra el acoso, a tal grado que ante la imposibilidad de educar y concientizar se tuvo que dividir el metro en vagones de mujeres y de hombres, y poner vallas custodiadas por policías. Así se demuestra que la mujer es menos que un objeto, es un ser despreciable que de alguna manera tiene que ser anulado, cuestión indiscutible para una sociedad constituida en el machismo.
Lo curioso es que las mujeres tampoco parecen dispuestas a reclamar la igualdad y el respeto. Aceptan que al metro no hay que ir mostrando las piernas, no hay que ir escotadas ni arregladas. Todas están dispuestas a anularse y a abandonar su naturalidad porque “en el metro así es y hasta las que no lo habían vivido lo han notado”. Bajar la mirada, aceptar que las cosas son así y renunciar a la libertad es lo mismo que aceptar que los machos tienen derecho a decidir sobre nosotras.
Para muchas mujeres la forma de recuperar la naturalidad y la sensualidad es protegiéndose en sus parejas. Una dinámica que no deja de llamar mi atención es que los hombres abracen a las mujeres por la cintura para marcar territorio ante los demás, dando a entender que “ella ya tiene dueño” o, en su defecto, que tiene quien la proteja. Esto no como un juego o código entre la pareja, sino ante la amenaza de otros machos. Así la necesidad de un hombre, o de alguien que funja su papel, se vuelve obvia; y legitima, nuevamente, el acoso y el machismo, pues la mujer acosada, por sí misma, es incapaz de defenderse por sí misma.
Otra de las peculiaridades del machismo es considerar que “solo pasa en el metro y entre las clases sociales bajas”. Lo más grave es que la legitimación no se da sólo en la dinámica que establecen hombres y mujeres en situaciones de acoso, sino también en las consideraciones de la clase media intelectual. En lo particular, a mí me resulta escandaloso que una persona con estudios de posgrado, que defiende los derechos de los animales y el derecho a la libertad y a la diversidad sexual considere que el acto que llevó a una mujer a aceptar el acoso no es sino “putería”.
Ya mucho se ha discutido sobre el término “puta”. Generalmente se usa para designar a las mujeres que utilizan su cuerpo para conseguir algo. Esta consideración demuestra la incapacidad de la “clase intelectual” para poder mantener un discurso moderno y crítico, para poder aceptar otro sistema de conocimiento, otro paradigma epistemológico. En realidad a esta actitud se le debería llamar simplemente mediocridad. La conductora del video viral de las redes sociales que fue desnudada, manoseada, filmada y humillada, todo bajo su consentimiento, en internet por los integrantes de un grupo de música de banda y por el director de cámara no puede ser tildada tan superficialmente de “puta”; se trató en parte de acoso sexual, desconocimiento, pobreza, presión laboral, pero sobre todo de machismo. Tanto por la parte de la chica como de los hombres. El análisis en su defensa que acompaña el video y que se enfoca en el acoso laboral es muy claro: si bien no fue obligada, sí se vio acosada ante la insistencia de su jefe. Aceptó ser acosada, como la mayoría de las mujeres en el metro.
Volviendo a “la clase intelectual” defensora de la diversidad sexual, de los animales, de la izquierda revolucionaria y la educación libre y gratuita, me resulta muy incómodo que este sector social que tiene la obligación de pensar, criticar y reflexionar sobre los males sociales (ya que, se supone, cuanta con las herramientas para hacerlo) considere que no se trató de acoso, sino de simple y llana “putería”, que “la vieja se lo merecía por creerse que estaba bien buena”.



Estos comentarios no hacen sino legitimar el machismo. Los integrantes de la banda son simplemente “vulgares” y unos “calientes”. Ella, en cambio, es una “puta”. No se hace una crítica a la sociedad machista, no se critica su actitud mediocre de “encuerarse” para evitar ser despedida, no se le reclama su falta de arrojo para enfrentar a 17 hombres que estuvieron dispuestos a humillarla, y en cambio, aceptó la anulación. No se acepta que ella tiene la libertad de hacer con su cuerpo lo que quisiera bajo la conciencia de que es por su propio placer y no como medio para escalar dentro de las normas patriarcales. Tanto los integrantes de la banda, como el director de cámara y los “intelectuales” están aceptando que si lo hizo fue por “puta”; no por tonta, mediocre, ingenua, etc. Estos intelectuales, que se ufanan de ser cosmopolitas, acusan a las clases iletradas de reproducir modelos de comportamiento machistas, misóginos e, incluso, provincianos, son los que legitiman ante un discurso culto y hegemónico el machismo y el orden patriarcal. Es más que claro porqué es más fácil dividir a hombres de mujeres que educar bajo una conciencia cívica de respeto e igualdad. Ni aun la clase letrada y educada está dispuesta afrontar problemas tan profundos como la configuración machista. En su “lucha feisbuquera” solo legitima, por la ausencia de crítica, discursos y actitudes denigrantes.