domingo, 5 de febrero de 2023

Un sueño pandémico

 Acaba de iniciar la pandemia. Apenas unos días antes de iniciar el pánico habíamos estado en Xalapa fantaseando con lo "divertido" que sería tener un trabajo allá (acá). Quizás podría hacer un posdoc en la UV, pensé. Con la pandemia todo era confuso y sin tener plena conciencia de nada, terminados encerrados en el pueblo de mi infancia. Un pueblo que ya no era mío, en el que ya no estaba mi abuela. Nadie sabía exactamente qué tenía que hacer o dejar de hacer. En medio de toda la incertidumbre decidimos asumir el exilio sanitario como algo ineludible. No volveríamos a la ciudad hasta que todo eso acabara... Nos quedaríamos en el pueblo. Todo parecía mejor en medio del bosque. 

Decidimos vivir mientras tanto en la casa de "La Loma", que había estado deshabitada por lo menos diez años (desde que comenzó la época del terror por el narco). Algo de estar de nuevo en ese pueblo me incomodaba, pero a la vez me daba tranquilidad saber que tenía mucho espacio boscoso para aislarme sin peligro de contagiarme del virus. La pandemia nos llevó a encontrarnos con las alimañas. Todas las noches caía algún alacrán del techo. Detrás de cualquier mueble había alguna alimaña venenosa. Hacía 20 años que no regresaba a vivir a ese lugar y había olvidado todos los riesgos. "Te has hecho muy citadina", me reprochaban con frecuencia cada que escandalosamente mataba alguna alimaña nueva. Mi mayor temor, naturalmente, era mi hija de, entonces, un año. 

Una noche muy lluviosa escuché claramente cómo caía algo del techo. Alacranes, pero el sueño me venció. Soné que llegaba sola cargando a mi hija a una zona muy boscosa de Xalapa. Una voz, cuyo rostro nunca vi, me había prestado su casa "mientras nos acomodábamos". La casa era ruinosa y del techo caían copiosamente alacranes. Mi angustia era inmensa al sentir que caían sobre mí y sobre mi hija. Preguntaba "¿y por qué tendría que quedarme aquí? Quiero volver ya mismo a la mi casa". La voz me decía "porque te ganaste una plaza y porque no tienes a dónde volver". 

Desperté de inmediato buscando en la cama los muchos alacranes que en mi sueño habían caído sobre nosotras. No había nada, pero sí había muchas alimañas por el suelo que, inmediata y ruidosamente, me dediqué a matar y perseguir. Comenté mi sueño más tarde con una amiga: "¡Qué se te haga buena!" "¿Qué? ¿Los alacranes? Esos ya se me hicieron buenos", "La plaza. Que te ganes la plaza". 

Jamás, pero jamás, me hubiera imaginado que ese sueño iba a tener algo de premonitorio. Espero no encontrar alacranes en mi casa, aunque sé que hay toda la clase de alimañas que me pueda imaginar en este Bosque de Niebla. Cada que tuve el impulso de quedarme escuchaba esa voz que no es sino mi propia voz: "me gané una plaza". Todo inicio es difícil y angustiante. Me hubiera gustado que fuera diferente. Me habría gustado tener más tiempo. Hubiera querido despedirme a su tiempo de la Biblioteca. Pero ya estoy aquí con mi hija en una casa que aunque no es ruinosa, será nuestro refugio "mientras nos acomodamos".

Espero que pronto "nos acomodemos" y todo encuentre su nuevo orden. La sensación de dejar el Altiplano fue parecido a un desgarro. Una serie de fracturas que me quitaron miles de pedazos. Y así estamos acá, sin nuestras cosas, sin algo nuestro. Tras cruzar la neblina sólo me queda una extraña nostalgia por el gran valle, pero ninguna necesidad por volver. Ya renuncié a todo allá y lo aposté todo a un sueño. Y, como en medio de la niebla y de un sueño, no logro ver nada más allá de lo inmediato. Así fue llegar a vivir a Xalapa. Una ciudad que extraña y misteriosamente siempre me atrajo, pero nunca la pensé como algo real. Quizás sigue siendo este un sueño.