domingo, 5 de mayo de 2013

Declaración de olvido

"La mujer que amé se ha convertido  en fantasma. Yo soy el lugar de sus  apariciones" 
                                                                            Juan José Arreola. "Cuento de horror".

Más terrible que cualquier cuento de horror es que el fantasma sea inventado, que no haya existido, que siempre estuviera muerto, que nunca hubiera tenido existencia: es que haya sido un "muerto" que en vida fue amado por otro y "yo soy el lugar de sus apariciones". Lo único que hay son vestigios, murallas derribadas, palacios destruidos y conservados a fuerza de nostalgias. Esos dejos de existencia, que ya no laten ni en agonía, se reconstruyen deformes, monstruosos e inexplicables en la memoria. Quizás hubiera sido mejor dejarlos en medio de la selva, dejar que el olvido los perdiera en la nada. Pero ya han sido descubiertos. Borrarlos, destruirlos, aniquilarlos, cuando ya explican un cauce, refleja el miedo a perderlo todo por un pasado irrecuperable. Al final no es más que pura mezquindad espiritual [tienes razón]. 

Pero, cual sobrevivientes "engañados" de una civilización destruida por debilidad, o debilitada, esos fantasmas regresan rencorosos y atacan con desprecio. Es un rencor vivo el que se refleja en sus ojos. Esa mirada de resentimiento llena de desconfianza, de miedo, de odio causa horror, cómo si encontrara en "nuestros" ojos un espejo. Los únicos sentimientos que despiertan son el desprecio, el asco, el deseo de que sea anulada hasta su última palabra. En el fondo ese resentimiento anhela destruir lo que sobre sus escombros se ha levantado. Quizás con los mismos cimientos. Quizás con las mismas piedras, pero jamás con las mismas manos. 

No hay tierra pura, no hay alma nueva. Todo está poblado de fantasmas. Cae la noche y desaparecen los ruidos, las voces, las risas o llantos y queda sólo un silencio en la conciencia. Las lecturas del día comienzan a fluir calladamente  hasta que todo es serenidad. Es el silencio el lugar de las apariciones. Es donde nacen los fantasmas. Primero como murmullo. Luego como sombra. Luego como presencia. Todo a fuerza de sugestión. El pasado, como lo "relata" en un verso José Emilio, que ahora no alcanzo a repetir, se convierte en un fantasma que nos alcanza desde un calmado lago de recuerdos. Más terribles son los fantasmas rodeados de superstición: pretenden, sin voluntad y sin fuerza, hacernos daño. 


Me he adentrado mucho en el "descubrimiento" y [des]conocimiento de ese pasado. Ahora lo veo en todas partes, en cada palabra, en cada gesto, en cada instante anterior a "nuestra era". A veces ese pasado parece alcanzarnos y contaminarlo todo, con un fétido olor a muerto. La tristeza entonces. La lectura de ese pasado tan lejano e inmóvil se transforma en la tontería de la interpretación. Un nombre, tan sólo ese nombre rodeado de construcciones poéticas que buscan eternizarlo, cual dios o religión, atormentan lo que se querría profano. El fantasma se transforma en base mitológica, y adquiere un poder fundacional que escapa a cualquier explicación "racional". Envuelve. Consume. Inmoviliza. Mata. 

Mientras escucho [tu] voz no hay riesgo de que aparezca. Se queda en su ciudad perdida. En los cimientos que se cimbran, pero que no [nos] rompen. En medio de las meditaciones solitarias cae la angustia en el pecho, pesada, hiriente. ¿He de acostumbrarme a vivir con un fantasma? A veces, en medio de la angustia que llega a causar ese "enredo", cuál brujería, parece necesario abandonarlo todo, dejarlo todo. Entonces la voz de Horacio: "quien muda de cielo no muda de ánimo". Quizás, aún fuera de su ciudad, trazada con el error arqueológico, estaría a salvo, pero ya [me] ha "tocado". Quizás lo que espera ese hechizo -que se gestó en una memoria forzada- es que todo muera. Que en un arranque de desesperación y miedo todo se destruya, se abandone, para fundar otras evocaciones, otras ciudades por rescatar del olvido; otro fantasma. 

Al final, [cólmame el alma y déjame el arrebato amoroso] para poder desaparecer esa sombra, para encontrarla como una roca, como un sorprendente, incognoscible y a veces bello pasado... 


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