martes, 17 de febrero de 2015

Sobre el acoso de 50 sombras de Grey y de cómo me cayeron mal mis intelectuales amigos

El acoso comenzó hace ya 3 o 4 años. La primera vez que escuché el título 50 sombras de Grey fue ya hace tiempo cuando tenía la firme convicción de mejorar mi inglés. Primero alguien me la recomendó como literatura light para comenzar a leer rápido en inglés (y no sufrir con Lolita). No tomé en cuenta la consideración y terminé leyendo Lolita a punta de diccionario. Después, cuando tenía que recorrer media ciudad para dar clases me sorprendí de que los libreros piratas vendieran esa novela junto con Aura a 50 “pesitos”. En la escuela leímos Aura, y mis alumnos, todos, protestaron por no leer en su lugar 50 sombras de Grey. La coordinadora de literatura de la escuela me recomendó ampliamente leerla, pues en su círculo de lectura para señoras adineradas habían terminado ya de leer Lolita, La historia del ojo, El Decamerón, Las edades de Lulú, Historia de O, Las piadosas y algunos del Marqués de Sade que las había aburrido hasta el cansancio, y ninguna les había gustado tanto como 50 sombras de Grey.  Nuevamente agradecí la invitación y dije que con gusto la leería cuando me la prestaran, y salí corriendo de la oficina con el pretexto de que tenía una reunión. En mi mente –con esos resabios machistas que toda feminista tiene y con ese complejo de élite intelectual– pensaba que “esa son cosas de doñas adineradas que no tienen nada mejor que hacer y no se pondrán a pensar en lo que es realmente literario”. Para mí era una ofensa comparar Historia de O con 50 sombras de Grey. Y en el metro nuevamente oí a los vendedores ambulantes: “lleve dos libros eróticos, llévelos. Libros de autoayuda, y por 50 pesitos más lleve este libro de Paulo Cohelo”. ¿Las editoriales les pagarán a los vendedores ambulantes? 

Antes de dejar el colegio me sorprendí de que hasta la monja coordinadora de literatura me recomendaba leer 50 sombras de Grey para ver “de qué va y ver las prácticas de lectura”. Confieso ahora que la recomendación de Sor … fue acompañada de una observación importante que ninguno de mis “intelectuales” amigos se ha formulado. Si la gente quiere leer “mamadas” ¿por qué no se puso de moda La Habana para un infante difunto?

En una visita que hice a mi tierra natal, tan característica por contar con 3 lectores y 100000 rancheros, muchas personas, incluyendo parientes cercanos, me preguntaban sobre la calidad de 50 sombras de Grey y si yo –estudiosa de la literatura– se las recomendaba. Sin haber leído nunca este libro, y ni siquiera buscado una referencia en Wikipedia, mi respuesta fue: “mejor lee Lolita”. Cuando andaba por el pueblo recomendándole a todo el mundo Lolita, me encontré con que muchas de esas personas interesadas en leer 50 sombras de Grey tenían como lecturas bases Cien años, Pedro Páramo, pasajes del Quijote y algunos más hasta del Periquillo Sarniento. Creí que apelando a esas lecturas podría convencerlas de que 50 sombras era literatura “basura, así como Arjona es música basura”.

 “A mí me gusta Arjona, y me hace sentir bonito aquí adentro, ¿por qué es malo algo que te hace sentir bonito?” Me dijo una taquera cuya difícil historia contaré en otra ocasión. 

Perfectamente pudiera pensarse que le hacía falta conocer otras cosas, que le hacía falta educación musical, o cualquier tontería de “intelectuales” que se me hubiera ocurrido. Alguien allá me dijo que 50 sombras le había gustado, y que prefería gastar su tiempo leyendo ese libro que viendo telenovelas. La señora que vende elotes y tamales, sabiendo que malgasté mi vida estudiando literatura –algo que era incomprensible para esa enorme familia que es un pueblo–, me preguntó que si yo creía que a su hija, una abogada, le gustaría 50 sombras como regalo de cumpleaños. Ya no recomendé más leer Lolita, le dije que sí, que seguramente sí. 

Si es un libro que le gusta a la gente porque “les hace sentir algo”, ¿qué más da que lo lean? Con una terquedad de “intelectual” me justifico diciéndome que “después de todo es mejor leer ese libro que ver telenovelas, o que después de leer tantas y tantas páginas de quién sabe qué, puedan leer cosas mucho mejores”. Si así como a mí me emociona hasta las lágrimas leer Aitana o El olvido que seremos, ¿qué se va en aceptar que ese libro que “no vale la pena” le guste a tanta gente?    

En el vuelo rumbo a Berlín, mientras yo buscaba infructíferamente películas de accidentes de vuelos, mi compañera de al lado leía 50 sombras de Grey. En algún momento del eterno viaje me preguntó que sí quería leerlo, dado que ya había terminado mi libro y pasaba película tras película sin encontrar qué ver. Fingí dormirme.

Una de mis primeras observaciones en la capital alemana fue que todo mundo leía algo, o que por lo menos tenía siempre un libro en las manos, tanto en el metro como en los parque. Tardé un poco en darme cuenta de que el libro más común era 50 sombras. Cuando una alemana me preguntó que si lo quería leer dije que no, que muchas gracias, que tenía que preparar un proyecto y leer libros de historia intelectual, de prácticas editoriales y de políticas culturales. Estudio esas cosas infructíferas para la humanidad y me niego la leer el libro más traducido de este último lustro. 

Entre mis andanzas por Berlín, he conocido con alegría una cantidad de hispanos que en México nunca hubiera conocido. Tuve la fortuna de encontrarme con unos venezolanos lo más de interesantes que tienen un amigo músico que ha tomado sesiones de composición con Górecki; cuando le preguntamos sobre lo qué él pensaba de la música popular simplemente respondió: “Górecki, uno de los maestros más geniales que he tenido, me dijo que la música es todo aquel sonido que mueve el alma, sin pretensiones, sin más".  

Creo que no se puede confundir Lolita con 50 sombras, ni “The Symphony no. 3 Sorrowful Songs” con cualquier arreglo de Arjona; hay una inversión de tiempo, de técnica y de conocimiento abismalmente diferentes; y el punto al que pretendo llegar no es proponer una simple redefinición de la literatura frente a la definición de música de uno de los compositores vivos más importantes. Simplemente remarco la humanidad, la humildad, con la que un gran compositor puede reconocer otras manifestaciones musicales. Y así me pregunto en qué consiste el humanismo de las carreras que se pretenden humanistas. Porque hasta donde he visto los “humanistas” no son más que acomplejados que pretenden demostrar su superioridad social, moral o cultural frente a “lo popular”. A veces parece un pecado mortal aceptar que se tiene un gusto que no pertenece a la “alta cultura”, y nos parece ilegítimo que gente sin ninguna preparación pueda disfrutar de lo que muy ambiguamente reconocemos como “cultura”. 

Mis intelectuales amigos me cayeron mal en el momento en que comenzaron a usar un libro que “ni nos va ni nos viene” para atacar a los lectores. Que todo mundo lea ese libro malo, comercial, entretenido o bueno no me va a quitar mi trabajo ni mi conocimiento ni mis gustos literarios. No me pagan por cada vez que recomiendo un libro. Lo mismo ha pasado con tantos otros libros a lo largo de la historia y simplemente no entran en el canon literario. Pero lo que si entra en la “historia de los intelectuales” son los comentarios sobre libros. Mientras otras personas en otros siglos discutían “el buen gusto” con personas que proponían otro parámetro de “buen gusto”, los intelectuales y activistas de Facebook atacan a lectores no especializados, los acusan de “incultos, imbéciles, de mal gusto, de nacos” y un sin fin de adjetivos más formulados por los “dizque escritores”. Más grave es cuando las “escritoras feministas” defienden su profesión y su gusto arguyendo que ese libro es “literatura para doñitas”, libros para “gordas”, para “mal cogidas” o “dejadas”. Además del evidente machismo y la innegable violencia, ¿qué pretenden ganar con esos comentarios?

Yo seguiré negándome a ver o leer las 50 sombras de Grey. Pero también me negaré a considerarme “intelectual” y “culta” si eso implica decir que algún libro es para “doñas” adineradas o no, o literatura para gente no culta, para personas que no conocen, que no saben. Para gente que no tiene nada mejor que hacer y que no tiene problemas reales. Me rehuso también a seguir con la corriente de “las élites” intelectuales de querer ser las salvadoras de un “pueblo”, al que acusan de estúpido, inculto. Espero que algún día alguien tenga la bondad de explicarme qué es eso tan raro que llaman pueblo.

Si he gastado mi tiempo en escribir estas dos páginas ha sido porque ese libro ha sacado, de muchos de esos amigos “humanistas” e “intelectuales”, la parte más nazi y perversa de cualquier humano. Me ha demostrado que esa “izquierda” no respeta al “pueblo”, que sólo se disputa el poder con la derecha. Ha puesto en evidencia la falta de respeto que un humanista tiene por lo humano. Así me cayeron mal mis cultos amigos. Sus referencias literarias o intelectuales quedaron vacías por la forma en cómo se refieren a otra persona sólo por un gusto literario, sin dar otro fundamento que no sea un reflejo de su violencia y su machismo.

4 comentarios:

  1. En efecto, toda persona que se define a sí misma por la lectura, que se siente culta o superior por ese acto universal de descifrar signos se siente amenazada cuando un "otro" invade su esfera de identidad. Es preciso atacar, pero hay que desviar el tiro de la actividad al objeto de esa actividad o a quien la realiza, volverlo espurio, herético, apóstata. Lectura de bárbaros pues. Tan natural como el plomero que te regaña por no saber arreglar tu fregadero. O el mecánico que ve que le echaste aceite al compartimiento del anticongelante. No es un razgo de machismo, es la forma en que se construye la identidad. Los comentarios del tipo "malcogidas", "gordas" y "dejadas" tienen tintes ofensivos de género por su modo de expresión, pero al final son metonimias (eso sí, machistas) de la insatisfacción. Aunque igual hay metonimias de insatisfacción anti-machistas, que casi siempre tienen relación con el onanismo. En ambos casos: se trata de que la lectura sustituye con placer fingido el placer físico que no puede tenerse. Volvemos a la construcción de identidad: "leo, pero no leo eso, porque estoy satisfecho/a con mi vida". Otra vez, se deja intacto el valor de la lectura, pero se distinguen clases de lectores. Es un círculo maravilloso. Descalifican al libro y al lector, pero defienden la lectura. O eso creen, en realidad, se defienden a si mismos. Porque leer el Quijote o Lolita son también formas de perder el tiempo, como leer 50 shades. Y son formas de sustituir con placer imaginario el placer que no puede alcanzarse en vida. De ahí el encarnizamiento, supongo. Porque a los lectores cultísimos les aterra que los confundan con otros adictos, del mismo modo que uno que fuma siempre aclara, tabaco, porque los que fuman crack, esos sí están jodidos... ¿Qué tanto participamos tú y yo del problema si decimos que un intelectual no es intelectual, un culto no es culto, un/a feminista no es una feminista si rechaza al objeto de la lectura o a la persona que lee en tales o cuales circunstancias? ¿No será un poco como decirles, pseudocult@s, pseudoizquierdist@s, malcogid@s? ¿Será distinto esto que tratar de pseudolector a alguien que carga las 50 sombras y negarnos a leerlo?

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  2. Muchas gracias por tu observación. Comparto tu apunte sobre la forma como se "construye identidad", sin embargo, creo que sí hay un aspecto que hay que distinguir. Si alguien se quiere configurar como un sujeto "consciente del lenguaje, de los actos intelectuales, de la forma de sociabilidad, etc. etc." que son cuestiones a las que nos dedicamos los "humanistas", ¿no resulta contradictorio atacar de manera tan violenta a otros que no comparten un gusto? Ponía como ejemplo la cuestión del "buen gusto" en las polémicas literarias; hay una construcción de identidad, de canon, de sentido y si se quiere hasta epistemológico, se consolidan grupos, poéticas, prácticas discursivas y hasta políticas culturales por medio de estas discusiones, pero es muy distinta una discusión entre "los que nos dedicamos a lo mismo" al ataque "seudointelectual" de los que denigran lo defienden: "el otro, el pueblo, el individuo". Cierto es que de este tipo de textos escritos a la ligera se pueden sacar un sin fin de discusiones más serias sobre lo "culto" o "no culto", "feminista" o "no feminista", admito que esa era mi intensión. Yo, al menos, participo del problema de ser o no ser "intelectual, culto, feminista", y rechazo ciertas condiciones de pertenecer a alguno de estos grupos. Volvamos a lo anterior, al yo definirme como feminista con resabios machistas, o como no intelectual, estoy poniendo en duda esos conceptos y la forma de construcción de identidades. Yo sé que la construcción de "espacios de sociabilidad" o de identidad no son necesariamente machistas, ya que ese adjetivo causo malestar; pero en el caso de "mis cultos amigos" sí lo es; y vuelvo a la crítica ¿no resulta absurdo que gente que se dedica a pensar en el lenguaje, en las prácticas sociales, en las prácticas de lectura, se exprese así de cierto grupo de lectores? ¿a qué se refieren cuando hablan de "pornografía para mamás", por ejemplo?
    Con respecto a la última pregunta, si vamos a individualidades, perfectamente un seudolector puede ser alguien que no haya leído a Borges como el que se niegue a leer 50 sombras, o no; eso depende del espacio donde "se defina".

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  3. Temo, por tu respuesta, que mi comentario pareció oponerse a tus puntos de vista, pero no era esa la intención. En realidad, estaba intentando demostrar mi profundo acuerdo con tu punto de vista. Sobre todo en que efectivamente, tu texto muestra la intención de abrir discusiones más serias en torno a las identidades. Quise agregar mis dos centavos en torno a la identidad y señalando que todos participamos (con distintos grados de virulencia) en ese círculo de crear identidad negando al otro. Al final uno se define por "no ser otro". Poner en duda los mecanismos de construcción identitaria exige rechazar por completo ese "no ser otro", rechazar la negación, admitir que el otro soy yo y yo soy la otra. De ahí que opine que todos somos seudolectores y que, a pesar de todo, tendríamos que leer las 50 sombras. Como una práctica de transgresión para construir una identidad donde también seamos capaces de ser el otro. Cambiar esa negación constructiva por una afirmación destructiva. Intentaré ser el otro. Así que un día, alguna vez, leeré las 50 shades. Y aprenderé entonces qué significa "porno para mamás", proque asumiré su identidad por lo menos cuando me digan ¿por qué lees ese porno para malcogidas? Pues porque, o bien todos somos malcogidas, o ninguno lo es.

    Hace rato estaba en computadora ajena, por eso usé el anónimo. Pero soy yo. Saludos Diana!

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  4. Erick, es cierto, no supe leer tu comentario, sin embargo es cierto lo que dices –sea crítica o no–, en la formación de grupos se definen muchas prácticas. O mejor dicho, se revelan. Sobre leer las 50 sombras, es cierto, habría que hacer el ejercicio de "legitimación" de otros lectores y de otras prácticas de lectura.
    Abrazos fuertes. ;)

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Gracias